Las palabras y... II: Gilipollas, un adjetivo con pedigrí. ®

Este es mi segundo post en este blog sobre el porqué de algunas palabras. Ahora, el del muy popular insulto: "gilipollas". Creo que merece ser explicado en su verdadera acepción.

El primer objeto de la Real Academia Española es examinar toda palabra que el pueblo adopte para expresarse. Este cometido lo cumple aplicándole su lema:
Limpia, fija y da esplendor, de lo que algún académico dijo era más propio para los limpiabotas. La verdad es que en el Diccionario de la RAE poco se dice del origen de las palabras. Sólo una muy simplificada etimología. Nada sobre su “curriculum”, esto es, su historia. A mí, esta pesquisa me es afición muy divertida.

Paso, pues, a contarles algo acerca del vocablo gilipollas. Y para explicar su origen debo hablarles antes de música, concretamente de zarzuela.

El maestro Federico Chueca que destacó por sus alegres partituras y la fiel crónica de costumbres de su tiempo, nos dejó en sus libretos una buena colección de postales de la vida madrileña. Como ejemplo pongamos, en “El Bateo”, protestas sindicalistas; o, en “La Gran Vía”, los problemas urbanos que acarreaba la audacia de su trazado. En esta última se incluye el Baile del Eliseo. Antes de su ejecución aparecen el ‘Sietemesino’ y una niña ‘Gomosa’ (sic) que presumen de pertenecer “a lo más fino de Madrid”. Inmediatamente sigue el número del chotis en el que se canta: “Yo soy un baile de criadas/ y de horteras./ A mí me buscan las cocineras./ A mis salones se disputa por venir/ lo más selecto de la igilí.”

¿Por qué Chueca se sacó de la manga la palabra igilí? Pues porque en aquellos años se hizo corriente referirse a la plutocracia, o clase dirigente, como la Hi-Li, en abreviatura del término inglés: High-Life. En cualquier hemeroteca pueden encontrarse periódicos y revistas, como Blanco y Negro, con anuncios de algún producto de belleza, tan bueno “que ya lo usa la Hi-Li”.

Ahora nos queda la palabra ‘polla’.
Muchos creen que es una grosera referencia al miembro viril. En efecto, así lo es hoy, pero no lo era entonces. Hace unos cincuenta años, todavía una muchacha que pasaba de niña a mujer era una polla. La púber que vestía de largo por primera vez, la que estrenaba su primera lencería. En la edad aproximada a los dieciséis años. Yo recuerdo de niño acompañar a mi madre a comprar como regalo a alguna prima unos “zapatos de pollita”, ahora llamados bailarinas o manoletinas.

Ya tenemos aquí la segunda parte del adjetivo 'gili-pollas'. Su degeneración actual hacia lo sexual nada tiene que ver, evidentemente, con la palabra analizada en su origen. Puedo afirmar que el término "polla" era de uso absolutamente inocente, diametralmente opuesto al sentido actual. Cuando había un baile de debutantes, o puesta de largo, por ejemplo en el Casino de la capital, algunos nuevos ricos deseaban subir en sociedad presentando a sus niñas casaderas allí donde pudieran encontrar un buen partido, o apellido. Solía ocurrir que tanto la hija como los padres no podían evitar verse fuera de ambiente y hacían alguna ridícula ostentación o mojigatería; por ejemplo, decir la debutante que podría conceder un baile todavía disponible, "¡Oh, qué casualidad!" en su libreta... vacía.

Eran las niñas de la alta sociedad o, como se decía en la prensa de entonces, “las pollas-pollitas de la Hi-Li”. Su puesta en escena para el día señalado era algunas veces auténtica comedia, conjunto de ridículos consejos que con el tiempo se asoció a situaciones similares. Cosa propia de gente gili-pollas. Quizás lo mismo que en otro siglo fuera 'lo cursi'.

La palabra se empezó a aplicar en Madrid a finales del siglo XIX y comienzos del XX, hasta que explotó como pólvora después de la Guerra de 1936-39. No tanto para señalar a un "gilí", un tonto presumido, sino, más apropiadamente a lo que hoy decimos gente pija del querer parecer por dinero lo que no se es por raíces. El petimetre que te examina si llevas los calcetines del color de los zapatos; el que te acompaña hasta el parking para juzgarte por el coche que tienes (en este caso ardid de evaluación de buscadores de oro); el que sin venir a cuento te enseña su carné del club de golf más epatante; los engreídos de una clase postiza, los de las manos colgando... Vamos, los gilipollas por antonomasia.

Un adjetivo certero, específico, digno de la chispa del pueblo de Madrid.


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