Una travesía entre los miedos del mundo hacia el Belén de las Periferias La Esperanza insurgente del Adviento
El Adviento es tiempo de espera compasiva y profética. Confronta a los fabricantes de miedos —religiosos, políticos, económicos— y anuncia un mundo en el que la justicia toma forma de ternura. Mientras algunos buscan un Mesías que confirme sus agendas, Jesús desarma seguridades, sorprende con misericordia y se revela en un pesebre: símbolo de un amor que no domina, sino que se entrega.
La respuesta del Adviento al miedo es el Emmanuel: “Dios-con-nosotros”. El Salmo 23 lo expresa con claridad: “Aunque camine por valles de sombra y de muerte, no temeré, porque tú estás conmigo.” La esperanza no elimina el valle; acompaña en él. Jesús nace en un pesebre, símbolo de precariedad, para recordarnos que la irrupción de Dios en la historia ocurre donde el miedo amenaza la supervivencia.
Esta esperanza arriesgada es profundamente transformadora: “La esperanza cristiana no es evasión, sino anticipación de la realidad futura que ya comienza a transformar el presente” (Moltmann). La esperanza cuestiona el presente, denuncia las estructuras de opresión y propone horizontes alternativos junto a los descartados de todos los Belenes.
Esta esperanza arriesgada es profundamente transformadora: “La esperanza cristiana no es evasión, sino anticipación de la realidad futura que ya comienza a transformar el presente” (Moltmann). La esperanza cuestiona el presente, denuncia las estructuras de opresión y propone horizontes alternativos junto a los descartados de todos los Belenes.
Adviento es Pedagogía de una Esperanza disruptiva
Adviento es una escuela de esperanza insurgente: una virtud que nace en la vulnerabilidad y se practica desde el riesgo, más allá de las imágenes festivas, las luces, la nostalgia y el consumismo, que suelen diluir su significado. Es tiempo de aprendizaje espiritual en que la comunidad creyente redescubre que “solo aquel que arriesga el exceso puede saber hasta dónde se puede llegar” (T.S. Eliot, Cuatro Cuartetos). Esperar al Mesías implica desinstalarse, abandonar seguridades y enfrentar los miedos que paralizan.
En contraposición a una cultura que desea un Mesías adaptado al mercado —convertido en producto espiritual—, el Adviento recuerda que Dios viene en lo que no se puede comprar: lo pequeño, lo humilde, lo frágil. Se trata de una ironía provocadora: mientras la sociedad idolatra la eficiencia, Dios se revela en un niño indefenso. Y mientras algunas instituciones religiosas ansían un Mesías que refuerce sus reglas, Jesús rompe esquemas, escandaliza con misericordia y redefine lo sagrado desde la dignidad del excluido.
La esperanza del Adviento no es opio adormecedor, sino energía que despierta. No es quietud, sino movimiento; no es evasión, sino compromiso. La fe auténtica transforma el miedo, no lo niega, y nos invita a un “éxodo existencial” hacia las periferias donde la Promesa se hace carne. En este horizonte se despliega una teología del riesgo, capaz de mirar el miedo de frente y responder con el amor que vence.
I. La Anatomía del Miedo: de la Parálisis al Acompañamiento
El miedo atraviesa la historia de la salvación de múltiples formas. La parábola de los talentos (Mt 25,14-30) es una radiografía espiritual del temor paralizante. El siervo que enterró su talento confiesa: “Me dio miedo” (Mt 25,24). Su miedo no nace de la incertidumbre, sino de una imagen distorsionada de Dios como acreedor severo. Esta religión del déficit —que concibe la relación con lo divino como transacción económica— genera obediencias estériles, temor a fallar y parálisis moral. El siervo no actuó por maldad, sino por una prudencia cómoda: prefirió la seguridad de “portarse bien” antes que arriesgarse a “hacer el bien”.
Los apóstoles, en la Pasión, también encarnan este miedo existencial. Pedro niega a Jesús por miedo al descrédito; los demás huyen (Mc 14,50). Su miedo no es maligno: es humano. Temen perder la vida, la seguridad, la pertenencia. Pero el Adviento nos revela que la esperanza no se construye negando el miedo, sino enfrentándolo desde la confianza en Dios.
La respuesta del Adviento al miedo es el Emmanuel: “Dios-con-nosotros”. El Salmo 23 lo expresa con claridad: “Aunque camine por valles de sombra y de muerte, no temeré, porque tú estás conmigo.” La esperanza no elimina el valle; acompaña en él. Jesús nace en un pesebre, símbolo de precariedad, para recordarnos que la irrupción de Dios en la historia ocurre donde el miedo amenaza la supervivencia.
El pesebre es la escuela donde aprendemos que la vulnerabilidad no es fracaso, sino espacio de revelación. Allí se reconstruye una esperanza que sabe de dolores y fragilidades, y que transforma la parálisis en camino.
II. La Manipulación del Miedo: Infiernos Construidos y Estructuras de Control
El miedo no solo es experiencia humana, sino arma manipulable por poderes religiosos, políticos y económicos. Cuando el cristianismo se reduce al “miedo al infierno”, se produce una caricatura del Evangelio: se generan “creyentes” que obedecen por pánico y no discípulos libres impulsados por el amor. Como recuerda Pablo, “no recibieron un espíritu de esclavitud para recaer en el temor” (Rom 8,15). Una fe fundada en el terror al castigo perpetúa estructuras clericalistas autoritarias incapaces de conversión verdadera.
Es el mecanismo de dominación del clericalismo que usa “excesivo temor reverencial”, denunciado por el Papa Francisco. Este miedo inhibe el pensamiento crítico, silencia a las víctimas de abusos y bloquea reformas necesarias. Equivale a una espiritualidad paralizante en la que cuestionar se confunde con traicionar. La nostalgia navideña se vuelve entonces herramienta de control religioso, promoviendo un Mesías domesticado que confirma privilegios en lugar de abrir caminos nuevos.
Los poderes políticos y económicos reproducen la misma lógica. Prometen seguridad a cambio de libertad, fomentando el miedo al “otro” para sostener estructuras injustas. El Adviento desenmascara estos mecanismos y proclama, con el Magníficat, un orden nuevo en que “El Señor derriba a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52). La esperanza del Adviento es un acto de resistencia profética frente a los Herodes de todos los tiempos.
El Vaticano II constituye un hito en este proceso de superación eclesial del miedo. Tras siglos de repliegue defensivo frente a la modernidad y la Reforma, el Concilio propuso un giro radical: de una Iglesia fortaleza a una Iglesia hospital; de la sospecha al discernimiento; del control clerical a la corresponsabilidad bautismal. Gaudium et Spes anuncia esta apertura: “Las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo […] son también las de los discípulos de Cristo” (GS 1).
La sinodalidad —su fruto más orgánico— busca sanar la rigidez clericalista renovando la vida eclesial desde abajo. Su artífice fue un papa terremoto que se arriesgó a amar sin prejuicios, a dialogar con los que no creen, a vivir la pobreza del Reino, a cuestionar públicamente las estructuras religiosas incompatibles con el Evangelio. El desafío sigue vigente: ¿será la Iglesia un “pueblo en salida” o un museo de nostalgias custodiado por el integrismo autorreferencial?
El miedo, cuando se manipula, se convierte en idolatría del statu quo. La esperanza del Adviento, al contrario, es dinamismo que abre horizontes y libera conciencias.
III. La Esperanza como Riesgo: Peregrinar hacia las Periferias
La esperanza del Adviento no elimina el miedo, sino que lo supera mediante un amor más fuerte. “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Jn 4,18). Es peregrinación hacia las periferias, donde Cristo se hace visible: en los hambrientos, los sedientos, los migrantes, los enfermos y los encarcelados (Mt 25).
La historia bíblica está tejida por quienes arriesgaron: Abrahám “salió sin saber a dónde iba” (Heb 11,8); María aceptó un llamado que ponía en riesgo su reputación y su vida (Lc 1,38); los magos emprendieron un viaje incierto guiados solo por una estrella (Mt 2,1-12). La esperanza bíblica es activa y vulnerable: implica caminar sin garantías, entregarse sin seguridades y confiar en que el Amor sostiene lo que nuestras fuerzas no pueden.
Esta esperanza arriesgada es profundamente transformadora: “La esperanza cristiana no es evasión, sino anticipación de la realidad futura que ya comienza a transformar el presente” (Moltmann, Teología de la esperanza, 1964). La esperanza cuestiona el presente, denuncia las estructuras de opresión y propone horizontes alternativos junto a los descartados.
El Adviento educa en esta pedagogía de la espera activa: invita a preparar el camino del Señor en las periferias existenciales donde la dignidad humana es negada y donde la vida parece imposible. Por eso Francisco insiste: “Las periferias existenciales son el lugar privilegiado donde se revela el Evangelio” (Evangelii Gaudium, 2013). Allí nace el Mesías; allí nace radicalmente la esperanza.
Hoy el riesgo es comprometerse con todas las periferias. Salir de zonas de confort, de las burbujas autorreferenciales, dejar el prestigio y la seguridad para encontrar al Dios que ya está presente en las heridas del mundo. Es la lógica del grano de trigo que muere para dar fruto (Jn 12,24); la lógica de una esperanza que no es contrato de éxito, sino entrega confiada.
El Adviento es tiempo de acción compasiva y profética. Confronta a los fabricantes de miedos —religiosos, políticos, económicos— y anuncia un mundo en que la justicia toma forma de ternura. Mientras algunos buscan un Mesías que confirme sus agendas, Jesús desarma seguridades, sorprende con misericordia y se revela en un pesebre: símbolo de un amor que no domina, sino que se entrega.
Conclusión: Nacer en el Establo de Nuestros Miedos
El Adviento culmina en un pesebre, no en un palacio amurallado. Dios elige nacer donde el miedo y la precariedad son cotidianos, para convertirlos en cuna de esperanza. Allí, en los márgenes de la historia, se revela un Dios que transforma el miedo sin negarlo. Como afirma Francisco, “las periferias existenciales son aquellos lugares donde falta la luz de la esperanza; allí debemos llevar la buena noticia” (Evangelii Gaudium, 2013). Y Gustavo Gutiérrez añade: “La esperanza cristiana se hace concreta en la opción por los pobres, porque allí se revela el Dios de la vida”.
El Adviento es así una escuela de transformación, una profecía de un mundo nuevo y una confrontación con los miedos que esclavizan. No ofrece seguridades artificiales ni anestesia espiritual, sino un camino que pasa por el riesgo del amor y conduce al abrazo del Dios que sorprende. Porque mira hacia adelante, “la esperanza cuestiona el presente”. (Moltmann)
Mientras el sistema celebra becerros de oro en centros comerciales, el Mesías aparece en humildes pesebres que ofrecen misericordia. En un mundo intoxicado de temores —al futuro, a la crisis, al otro—, la esperanza del Adviento es más urgente que nunca: invita a desenterrar talentos, renunciar a falsas seguridades y caminar hacia el Belén donde el Amor nace para todos.
La oración final del Adviento sintetiza esta espiritualidad del riesgo: “Ven, Señor Jesús: nace en el establo de nuestros miedos y conviértelos en cuna de tu esperanza para la vida del mundo.”
poliedroyperiferia@gmail.com
Bibliografía de inspiración
1. Gustavo Gutiérrez (1971), Teología de la liberación. Aporta la base para entender a los pobres como lugar teológico y la esperanza como praxis histórica. Jon Sobrino (1991), Jesucristo liberador. Cristología “desde abajo” que ilumina la encarnación en las periferias. Leonardo Boff (1972), Jesús Cristo Libertador. Muestra la encarnación como opción por la pequeñez y la transformación histórica. Ivone Gebara (1998), Intuiciones ecofeministas. Critica estructuras patriarcales y funda una espiritualidad relacional y compasiva. Elizabeth Johnson (2007), Quest for the Living God. Replantea imágenes de Dios y abre caminos hacia una esperanza liberadora. 6. José Antonio Pagola (2007), Jesús: Aproximación histórica. Presenta a Jesús cercano a los excluidos y crítico con el poder religioso. 7. Christoph Theobald (2007), El cristianismo como estilo. Propone un cristianismo que se transmite por vida, no por estructuras rígidas. 8. Carlo Maria Martini (2008), Conversaciones nocturnas en Jerusalén. Invita a una Iglesia humilde, dialogante y desinstalada del miedo. 9. Papa Francisco (2013), Evangelii Gaudium. Crítica firme al clericalismo y llamada a una Iglesia en salida hacia las periferias. 10. Dorothee Sölle (1973), Sufrimiento. Une sufrimiento humano y resistencia amorosa contra teologías de control. 11. Walter Brueggemann (1982), Esperar en la noche. La esperanza bíblica surge en la vulnerabilidad y la crisis. 12. Jürgen Moltmann (1964), Teología de la esperanza. Fundamento clásico que entiende la esperanza como motor histórico y escatológico. 13. Rowan Williams (2000), Cristianismo: lo que es y lo que no es. Reflexiona sobre la acción de Dios desde la vulnerabilidad y la humanidad. 14. Hans Urs von Balthasar (1954), El corazón del mundo. Ofrece una visión contemplativa del amor divino que se abaja en la encarnación.