Trinidad, soledad y Pueblo.

Trinidad, soledad y Pueblo.
Trinidad, soledad y Pueblo.

Hemos sido hechos a imagen y semejanza del Dios Uno y Trino. Lo uno y lo múltiple son constitutivos de nuestra naturaleza creada. Somos uno y muchos... como Dios.

La imagen del poliedro usada por el papa Francisco es de una estética excepcional para ilustrarlo: la unidad en la diversidad. De este modo la unidad no uniformiza y se construye con una diversidad que no es la guerra con el otro, sino su complemento dialogal. 

Distinción en comunión sin confusión. Dios no ha “repetido” ni un ser humano al crearnos, sin embargo, nos ha hecho para la unidad, la complementación de dones y talentos, todos hacemos falta en su Plan.

La soledad se ha convertido en la patología del siglo XXI. Daña nuestra salud, nuestro futuro, nuestra felicidad y amenaza la democracia. Nunca hasta ahora ha sido tan generalizada.

El Pueblo humilde y trabajador es imagen de la Trinidad: personas y unidad. Diferencias e identidad en comunión, con mucho que compartir. Hay que hacerse pueblo, convertirse de la vanidad de los elitismos de este mundo. Jesús conectaba con el pueblo, por eso lo seguían. Captaba su esencia porque los amaba con misericordia

El Pueblo de Dios, misteriosamente encarnado en los pueblos del mundo, es ese sacramento, ese puente elegido por Dios, que rescata a todos, empezando por “los no-pueblo”, los nadies, los indeseables, los solos, los descartados que sobran de cualquiera de las configuraciones sociales de este mundo. Ser pueblo es la victoria sobre la soledad de la exclusión.

Trinidad

“La Trinidad nos enseña que no se puede estar nunca sin el otro. No somos islas, estamos en el mundo para vivir a imagen de Dios: abiertos, necesitados de los demás y necesitados de ayudar a los demás” (Papa Francisco 12/6/22)

Dios es amor (1 Jn 4) y el amor es expansivo, comunica el bien, todo lo perdona, todo lo espera (1 Cor 13). La creación es obra de amor, la redención y consumación también. No hay casualidad, sino causalidad de un Ser cuyo Amor ni nos imaginamos, a lo sumo intuimos “lo que no es”. La antífona “Ubi caritas et amor, Deus ibi est” (Donde hay caridad y amor, allí está Dios) del siglo VIII expresa no tanto “quien” es Dios, sino dónde podemos encontrarlo. No se refiere a la formalidad de una institución religiosa, que debería ser siempre instrumento de ello, sino a un amor comprensivo y misericordioso como el de Jesús, el Dios hecho carne. Desde su Encarnación, este amor sigue misteriosamente presente en el mundo, aún en quienes menos lo esperamos.

Hemos sido hechos a imagen y semejanza del Dios Uno y Trino. Lo uno y lo múltiple son constitutivos de nuestra naturaleza creada. Somos uno y muchos, como Dios.

En Dios, la identidad de cada una de las personas se da en torno a la relación con las demás. También los humanos reproducimos su imagen llegando a ser plenamente personas en la medida en que nos relacionamos con Dios, con los demás y con la naturaleza, generando ese entramado llamado “cultura” por el documento del CELAM de Puebla.

La falta de relación con alguno de estos “otros”, perturba el orden de amor (“ordo amoris” de San Agustín) por el que fuimos creados para vivir en paz. Esta paz nunca puede ser solo individual, si a la vez no es religiosa, social y ecológica. Vivir en paz es cultivar estas dimensiones  para nutrir y nutrirse del bien común, savia compartida del árbol social y cósmico. Cosmos es el universo, “versus ad unum”, la totalidad de todas las cosas en relación al Uno, una composición que no es confusión.

La diversidad viene en auxilio de nuestra identidad y ésta hace posible a la vez el intercambio real con los diversos. La imagen del poliedro usada por el papa Francisco es de una estética excepcional para ilustrarlo: la unidad en la diversidad. De este modo la unidad no uniformiza y se construye con una diversidad que no es la guerra con el otro, sino su complemento dialogal. Distinción en comunión sin confusión. Dios no ha “repetido” ni un ser humano al crearnos, sin embargo, nos ha hecho para la unidad, la complementación de dones y talentos, todos hacemos falta en su Plan.

La santísima Trinidad, “arquitectura” del amor de Dios, es el modelo de armonía entre la persona y la sociedad, entre lo diverso y la unidad, el ying  yang de la existencia. Es una nueva realidad frente al enfrentamiento entre individualismo y colectivismo.

Soledad

La relación con uno mismo, sobre la cual insisten las corrientes intimistas del pensamiento actual, es mentira sin relación real con los otros de hoy y de la historia. Tales visiones evasivas son cómplices de un mundo homogenizado por el paradigma tecnocrático donde no hay responsabilidad hacia los otros, ni sociedad ni estado sino solo mercado e individuos consumidores.

Son pseudo-espiritualidades yoístas que escapan a todo compromiso social, a todo planteo acerca de las injusticias que puedan sufrir otros. Son espiritualidades compatibles con beneficencias que no benefician, con volunturismos para la foto, que solo exaltan la vanidad, con redes “sociales” donde el otro es solo avatar sin encuentro humano, con el greenwashing marketing para redoblar la expoliación del planeta, con la cultura woke que cancela al distinto en nombre de un derecho real-aparente vulnerado, con las economías colaborativas que no colaboran sino que uberizan y pauperizan, donde el dinero circula sólo en una dirección, donde se usa al otro sin historias de compromiso que dan significado a la vida, etc.

La pandemia de la soledad es otro síntoma de este proyecto ilustrado de mercado. No la soledad que es reservorio de comunión, sino la que es consecuencia de un mundo que no quiere que lo molesten, que descarta de modo serial al prójimo. Son ridículas, aunque rentables, las artificiales soluciones del mercado como aquella en la cual se alquilan “amigos” por horas o se vive huyendo turísticamente hacia ninguna parte (Noreena Hertz, El siglo de la soledad)

La soledad se ha convertido en la patología del siglo XXI. Daña nuestra salud, nuestro futuro, nuestra felicidad y amenaza la democracia. Nunca hasta ahora ha sido tan generalizada.

El avance tecnológico es usado como herramienta de finanzas sin techo ético, culpable del desmantelamiento de las instituciones cívicas, la pauperización del trabajo, la acumulación estratosférica en paraísos fiscales, las migraciones masivas en busca de supervivencia, la sacralización de la propiedad privada de unos pocos y décadas de políticas neoliberales que fomentan el interés propio por encima del bien colectivo, la abolición del estado de bienestar, como si lo que somos y tenemos no lo debiéramos en gran parte a la sociedad y a la historia. Es el triunfo de una falsa meritocracia, la que no reconoce el aporte de los demás ni el destino ético del bien común.

La soledad mata no solo en sentido metafórico, sino que aumenta todos los parámetros de la enfermedad y la muerte como lo acreditan actualmente todos los estudios médicos. "Si te sientes solo cuando estás solo, estás en mala compañía" (Sartre), te conviertes en tu propio enemigo y la vida no merece gustarse. Es la crisis noógena (el sin-sentido de la vida) enunciada por Victor Frankl.

Las falsas soluciones a la soledad extrema y doliente se multiplican sistémicamente: desde «alquilar a un amigo» en Manhattan hasta residentes de un asilo de ancianos tejiendo gorros para sus cuidadores robot en Japón o que miles de ancianos allí cometan pequeños delitos para ir a la cárcel y estar un poco más acompañados. En Madrid, un cuarto de la población vive sola. Cada día desaparecen pueblos solitarios en España. En Inglaterra se ha creado un ministerio de la soledad. Un estilo de vida que produce un cuarto de la humanidad de muertos de hambre, también produce soledad mortífera en el occidente opulento. Mucho más que “daños colaterales” como quieren minimizar los adalides del sistema.

El paradigma tecnocrático denunciado por el Papa Francisco en Laudato Si, es la visión que produce estas consecuencias. Tal ideología es transversal a todos los partidos políticos, constituye un “paradigma” en el sentido de Thomas Kuhn: un sistema de creencias, principios, valores y premisas que determinan la visión que una determinada comunidad tiene de la realidad. El cristianismo vivido y pensado a lo largo de dos mil años junto con la Doctrina Social de la Iglesia, propone un camino distinto, que incluya solidariamente a todos junto con sus diferencias.  Cristianismo es que todos ganemos.

Pueblo

En la Santísima Trinidad podemos encontrar el modelo de la humanidad que valora al mismo tiempo e interdependientemente a la persona y la comunidad. Es la inspiración para la construcción de un mundo más justo, solidario, que no deje a nadie solo, que cada día expanda más el amor, para que el progreso no sea solo tecnológico y propiedad de pocos sino al servicio de todos. El crecimiento no puede ser fruto de la competencia entre las personas sino de su colaboración en la formación de un Pueblo, un bien común del que todas las generaciones puedan nutrirse y nadie sea abandonado.

El Pueblo humilde y trabajador es imagen de la Trinidad: personas y unidad. Diferencias e identidad en comunión, con mucho que compartir. Hay que hacerse pueblo, convertirse de la vanidad de los elitismos de este mundo. Jesús conectaba con el pueblo, por eso lo seguían. Captaba su esencia porque los amaba con misericordia. “Entendía” porque venía del Pueblo, no de las elites gobernantes o intelectuales, cuyos sesgos de poder les hacen ver la realidad desde su situación privilegiada. Hay que hacerse pueblo para entender. “Volar bajito”. Su vida de migrante, pobre y trabajador, nos muestra que el nexo con Dios pasa por el pueblo, la gente sencilla que en cada época rescata lo esencial de la vida y la reproduce en sus familias, trabajos y sufrimientos. Su Madre en el Magnificat lo exclama: “el Señor derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes…auxilia al Israel de los anawines (pobres) misericordeados por Dios”.

Sacramento es que lo invisible de la Vida de Dios se comunica visiblemente. Que la Trascendencia inaccesible baja por amor a la creatura y que ésta lo percibe, siente su Presencia en lo que ve y toca. El Pueblo de Dios, misteriosamente encarnado en los pueblos del mundo, es ese sacramento, ese puente elegido por Dios, que rescata a todos, empezando por “los no-pueblo”, los nadies, los indeseables, los solos, los descartados que sobran de cualquiera de las configuraciones sociales de este mundo. Ser pueblo es la victoria sobre la soledad de la exclusión y que la fiesta celestial comience en las periferias. Es concretar la vocación trinitaria impresa en nuestra naturaleza.

“vosotros en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois el pueblo de Dios; no habíais recibido misericordia, pero ahora habéis recibido misericordia” (1 Pd 2)

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