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El resumen 2025 de RD

La mujer que dió a luz el Año Nuevo

No hay año nuevo sin Mundo nuevo

Sin Novedad no hay Año Nuevo: cuando el tiempo no se abre al Kairós de Dios, la historia se repite en injusticias maquilladas y la fe se vuelve ideología. Y la novedad es esta: Dios sigue naciendo allí donde alguien se atreve a creer, como María, que las promesas se cumplirán, que su Hijo trae resurrección, misericordia y justicia. Esa fe no nos saca del mundo, pero lo vuelve habitable, lo transforma en Pueblo de Dios.

María, humilde mujer de pueblo, no se resigna a la repetición estéril de lo mismo porque su compasión la vuelve sensible al clamor del Dios de los pobres… Al acoger la Palabra, arriesga su vida y su futuro para dar a luz a Jesucristo, fuente de una esperanza desconocida. Su fe engendra una alegría que no huye del conflicto, sino que inaugura liberación y dignidad para los humildes.

“Una fe que no incomoda al poder ha dejado de ser cristiana” . María incomoda porque revela que Dios actúa sin pedir permiso a los guardianes del palacio y de lo sagrado, aunque las castas del templo pretendan sacarla del Pueblo y hacerla una sumisa estatua de devoción, melodías bobas y milagros mágicos. Por eso su figura sigue siendo subversiva: recuerda que ninguna estructura legal o institucional puede sustituir la fidelidad al Evangelio, la Buena Novedad.

Mater Dei
Mater Dei

Introducción: María, la mujer que hace posible que el año sea Nuevo

El cambio de año suele presentarse como un umbral simbólico cargado de promesas: nuevos comienzos, propósitos renovados, expectativas de mejora personal y social. Sin embargo, el mero paso del tiempo no garantiza novedad. Puede haber Año Nuevo sin novedad real, del mismo modo que puede haber religiosidad sin Evangelio, instituciones sin espíritu o progreso sin humanidad. El calendario cambia, pero la historia puede permanecer atrapada en los mismos ciclos de exclusión, violencia y autoafirmación narcisista.

Desde una perspectiva bíblica y teológica, la novedad no es cronológica, sino mesiánica. No es Kronos, sino Kairós: el tiempo de la salvación. No surge automáticamente del devenir histórico ni del esfuerzo meritocrático, sino de una irrupción de Gracia que reorienta la vida. “Si uno está en Cristo, es una nueva creación” (2 Co 5,17). Sin esa novedad, el Año Nuevo se reduce a una repetición maquillada de lo mismo, nuevas formas de opresión y entretenimiento.

La liturgia coloca en el umbral del año la figura de María no como ornamento devocional, sino como clave hermenéutica. En ella se revela cómo lo nuevo de Dios irrumpe en la historia: no desde el templo, ni desde el poder político, ni desde las utopías ideológicas, sino desde la intemperie de una vida común que se abre a las promesas de Dios a su Pueblo. María da a luz a Cristo fuera de los centros de control, inaugurando una novedad que desborda toda estructura que pretenda poseerla.

María, humilde mujer de pueblo, no se resigna a la repetición estéril de lo mismo porque su compasión la vuelve sensible al clamor del Dios de los pobres y a las injusticias que nacen de la soberbia del poder. Al acoger la Palabra, arriesga su vida y su futuro para dar a luz a Jesucristo, fuente de una esperanza desconocida. Su fe engendra una alegría que no huye del conflicto, sino que inaugura liberación y dignidad para los descartados.

I. Sin Novedad no hay Año Nuevo: la fe que rompe la repetición de lo mismo

Dios no se resigna a ver a sus hijos destinados al rulo de la destrucción. “Miren que hago algo nuevo” (Is 43,19) no es una frase piadosa, sino una esperanza profética. Su novedad viene a través de una mujer que quiebra el cronos circular y fatalista de un horizonte sin otros. Einstein había llegado a la misma conclusión: "Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo" . Dios hizo algo distinto al enviarnos a su Hijo. La Navidad es abrirse a esta Novedad: "natus ex Maria Virgine" (Credo niceno-constantinopolitano).

El Año Nuevo cristiano no comienza con propósitos individuales desconectados del destino colectivo, sino con la pregunta radical reinventada por Jesús: ¿qué debe cambiar para que la vida sea más humana? Sin esa pregunta solidaria, el tiempo se convierte en repetición y la fe en ideología religiosa: “Una fe sin memoria del sufrimiento de los otros se vuelve cómplice del orden de pecado establecido”.

María representa la ruptura de esa repetición sin salida. Su “hágase” (Lc 1,38) inaugura un tiempo nuevo porque introduce en la historia una lógica distinta a la del corazón adánico, ese impulso profundamente humano que “solo se busca a sí mismo” (cf. Gn 3,5), que necesita aprobación constante, reconocimiento público y validación narcisista. Es el corazón que vive para sus propias “selfies vanidosas”, incluso cuando se reviste de lenguaje religioso o moral.

La novedad que María acoge no confirma las seguridades del mundo; las descoloca. El Magníficat (Lc 1,46-55) no celebra la estabilidad, sino la transformación: los poderosos caen, los humildes son levantados, los hambrientos son saciados. Aquí el Año Nuevo deja de ser un deseo genérico y se convierte en juicio histórico. Si nada se mueve, si nadie es liberado, si los descartados siguen siendo invisibles, entonces no hay Año Nuevo, solo continuidad y complicidad con el pecado del mundo.

II. María da a luz fuera del templo y del palacio: Cristo más allá de nacionalismos, ideologías y estructuras cerradas

El Evangelio es claro al situar el nacimiento de Jesús fuera de los espacios oficiales del poder. No nace en el templo, ni en un palacio, ni en el centro de la identidad nacional, sino en los márgenes. Este dato no es anecdótico: es teológico. Dios no se deja encerrar en estructuras que buscan legitimarse a sí mismas.

María, al dar a luz en las periferias, anticipa una verdad decisiva: la novedad de Dios no se identifica con ninguna institución, nación o ideología, aunque sirva para iluminarlas y humanizarlas. Pero no legitima a ninguna. Cada vez que el cristianismo se confunde con proyectos nacionalistas, con sistemas económicos excluyentes o con aparatos eclesiásticos autorreferenciales, traiciona su origen navideño y su posibilidad de romper con el continuo retorno a la injusticia.

El Dios bíblico tiene una “preferencia por los pobres” que no es ideológica, sino evangélica y siempre abierta. María canta esa preferencia no como resentimiento, sino como esperanza histórica. Su fe no afirma fronteras sagradas ni identidades cerradas; abre un horizonte de fraternidad donde nadie sobra.

En este sentido, seguir al Cristo que María da a luz implica un descentramiento permanente, porque no se deja encerrar, sino que es liberador. Jesús mismo relativiza el templo (Jn 2,19), desborda la ley cuando esta se vuelve opresiva (Mc 2,27) y atraviesa fronteras religiosas y culturales para encontrarse con los descartados (Jn 4). La novedad cristiana no consiste en defender estructuras, sino en cuidar vidas…y así reformarlas permanentemente.

“Una fe que no incomoda al poder ha dejado de ser cristiana” (Dorothee Sölle). María incomoda porque revela que Dios actúa sin pedir permiso a los guardianes de lo sagrado, aunque las castas del templo pretendan sacarla del Pueblo y hacerla una sumisa estatua de devoción, melodías bobas y milagros mágicos. Por eso su figura sigue siendo subversiva: recuerda que ninguna estructura legal o institucional puede sustituir la fidelidad al Evangelio que es siempre Misericordia novedosa, inteligente y expansiva.

III. Samaritanos del Año Nuevo: compasión e indignación evangélica

La novedad que inaugura María no es abstracta; se traduce en una forma concreta de estar en el mundo, porque la salvación viene en lo cotidiano, desde abajo. Jesús lo expresa con el buen samaritano (Lc 10,25-37): ver al herido, acercarse, tocar la herida y asumir el costo. Esta es la espiritualidad del Año Nuevo cristiano: no pasar de largo, no anestesiar la conciencia, no justificar lo injustificable para seguir “pasándola bien” como epulones.

María vive esta lógica desde el inicio. Acompaña a su Hijo en la precariedad, en el exilio, en la persecución y permanece de pie junto a la cruz (Jn 19,25). No huye del conflicto ni se refugia en una espiritualidad evasiva. Su fe es histórica, corporal, perseverante. Cree en la resurrección no como consuelo barato, sino como promesa de justicia para las víctimas.

En contraste, el corazón adánico —individual o institucional— que se repliega sobre sí mismo y busca aprobación, éxito y visibilidad. Puede incluso “hacer el bien” mientras ignora las causas del mal. La novedad del Año Nuevo cristiano exige una conversión profunda: pasar del yo autorreferencial al nosotros solidario; del culto a la imagen al cuidado del otro; de la neutralidad cómoda a la toma de posición evangélica frente al dolor del mundo.

Conclusión: María da a luz la etapa más hermosa de la historia

El Año Nuevo cristiano no comienza con optimismo ingenuo ni con promesas vacías, sino con una convicción profunda: Dios sigue haciendo nuevas todas las cosas (Ap 21,5). María es testigo y portadora de esa novedad. Cree cuando aún no ve, espera cuando todo parece frágil, canta cuando la historia es incierta.

Seguir al Cristo que ella da a luz es apostar por una humanidad reconciliada, más allá de templos cerrados, nacionalismos excluyentes, ideologías absolutizadas y estructuras que se buscan a sí mismas. Es elegir la lógica samaritana frente a la indiferencia, la misericordia frente al juicio, la justicia frente al narcisismo.

Si no hay Novedad, no hay Año Nuevo. Y la novedad es esta: Dios sigue naciendo allí donde alguien se atreve a creer, como María, que las promesas se cumplirán, que habrá resurrección, misericordia y justicia. Esa fe no nos saca del mundo, pero lo vuelve habitable, lo transforma en Pueblo de Dios. Tal vez por eso, en medio de tanta oscuridad, esta será —como ella creyó— la etapa más hermosa de la historia humana.

poliedroyperiferia@gmail.com

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