No hay año nuevo sin Mundo nuevo
La mujer que dió a luz el Año Nuevo
No hay año nuevo sin Mundo nuevo
El cambio de año suele presentarse como un umbral simbólico cargado de promesas: nuevos comienzos, propósitos renovados, expectativas de mejora personal y social. Sin embargo, el mero paso del tiempo no garantiza novedad. Puede haber Año Nuevo sin novedad real, del mismo modo que puede haber religiosidad sin Evangelio, instituciones sin espíritu o progreso sin humanidad. El calendario cambia, pero la historia puede permanecer atrapada en los mismos ciclos de exclusión, violencia y autoafirmación narcisista.
La liturgia coloca en el umbral del año la figura de María no como ornamento devocional, sino como clave hermenéutica. En ella se revela cómo lo nuevo de Dios irrumpe en la historia: no desde el templo, ni desde el poder político, ni desde las utopías ideológicas, sino desde la intemperie de una vida común que se abre a las promesas de Dios a su Pueblo. María da a luz a Cristo fuera de los centros de control, inaugurando una novedad que desborda toda estructura que pretenda poseerla.
María, humilde mujer de pueblo, no se resigna a la repetición estéril de lo mismo porque su compasión la vuelve sensible al clamor del Dios de los pobres y a las injusticias que nacen de la soberbia del poder. Al acoger la Palabra, arriesga su vida y su futuro para dar a luz a Jesucristo, fuente de una esperanza desconocida. Su fe engendra una alegría que no huye del conflicto, sino que inaugura liberación y dignidad para los descartados.
Dios no se resigna a ver a sus hijos destinados al rulo de la destrucción. “Miren que hago algo nuevo” (Is 43,19) no es una frase piadosa, sino una esperanza profética. Su novedad viene a través de una mujer que quiebra el cronos circular y fatalista de un horizonte sin otros. Einstein había llegado a la misma conclusión: "Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo" . Dios hizo algo distinto al enviarnos a su Hijo. La Navidad es abrirse a esta Novedad: "natus ex Maria Virgine" (Credo niceno-constantinopolitano).
María representa la ruptura de esa repetición sin salida. Su “hágase” (Lc 1,38) inaugura un tiempo nuevo porque introduce en la historia una lógica distinta a la del corazón adánico, ese impulso profundamente humano que “solo se busca a sí mismo” (cf. Gn 3,5), que necesita aprobación constante, reconocimiento público y validación narcisista. Es el corazón que vive para sus propias “selfies vanidosas”, incluso cuando se reviste de lenguaje religioso o moral.
La novedad que María acoge no confirma las seguridades del mundo; las descoloca. El Magníficat (Lc 1,46-55) no celebra la estabilidad, sino la transformación: los poderosos caen, los humildes son levantados, los hambrientos son saciados. Aquí el Año Nuevo deja de ser un deseo genérico y se convierte en juicio histórico. Si nada se mueve, si nadie es liberado, si los descartados siguen siendo invisibles, entonces no hay Año Nuevo, solo continuidad y complicidad con el pecado del mundo.
El Evangelio es claro al situar el nacimiento de Jesús fuera de los espacios oficiales del poder. No nace en el templo, ni en un palacio, ni en el centro de la identidad nacional, sino en los márgenes. Este dato no es anecdótico: es teológico. Dios no se deja encerrar en estructuras que buscan legitimarse a sí mismas.
El Dios bíblico tiene una “preferencia por los pobres” que no es ideológica, sino evangélica y siempre abierta. María canta esa preferencia no como resentimiento, sino como esperanza histórica. Su fe no afirma fronteras sagradas ni identidades cerradas; abre un horizonte de fraternidad donde nadie sobra.
En este sentido, seguir al Cristo que María da a luz implica un descentramiento permanente, porque no se deja encerrar, sino que es liberador. Jesús mismo relativiza el templo (Jn 2,19), desborda la ley cuando esta se vuelve opresiva (Mc 2,27) y atraviesa fronteras religiosas y culturales para encontrarse con los descartados (Jn 4). La novedad cristiana no consiste en defender estructuras, sino en cuidar vidas…y así reformarlas permanentemente.
“Una fe que no incomoda al poder ha dejado de ser cristiana” (Dorothee Sölle). María incomoda porque revela que Dios actúa sin pedir permiso a los guardianes de lo sagrado, aunque las castas del templo pretendan sacarla del Pueblo y hacerla una sumisa estatua de devoción, melodías bobas y milagros mágicos. Por eso su figura sigue siendo subversiva: recuerda que ninguna estructura legal o institucional puede sustituir la fidelidad al Evangelio que es siempre Misericordia novedosa, inteligente y expansiva.
La novedad que inaugura María no es abstracta; se traduce en una forma concreta de estar en el mundo, porque la salvación viene en lo cotidiano, desde abajo. Jesús lo expresa con el buen samaritano (Lc 10,25-37): ver al herido, acercarse, tocar la herida y asumir el costo. Esta es la espiritualidad del Año Nuevo cristiano: no pasar de largo, no anestesiar la conciencia, no justificar lo injustificable para seguir “pasándola bien” como epulones.
En contraste, el corazón adánico —individual o institucional— que se repliega sobre sí mismo y busca aprobación, éxito y visibilidad. Puede incluso “hacer el bien” mientras ignora las causas del mal. La novedad del Año Nuevo cristiano exige una conversión profunda: pasar del yo autorreferencial al nosotros solidario; del culto a la imagen al cuidado del otro; de la neutralidad cómoda a la toma de posición evangélica frente al dolor del mundo.
El Año Nuevo cristiano no comienza con optimismo ingenuo ni con promesas vacías, sino con una convicción profunda: Dios sigue haciendo nuevas todas las cosas (Ap 21,5). María es testigo y portadora de esa novedad. Cree cuando aún no ve, espera cuando todo parece frágil, canta cuando la historia es incierta.
Seguir al Cristo que ella da a luz es apostar por una humanidad reconciliada, más allá de templos cerrados, nacionalismos excluyentes, ideologías absolutizadas y estructuras que se buscan a sí mismas. Es elegir la lógica samaritana frente a la indiferencia, la misericordia frente al juicio, la justicia frente al narcisismo.
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