Dia de todos los santos. ¡ De todos ! La santidad está en las periferias

La santidad está en las periferias
La santidad está en las periferias

Ellos son multitud, juntos con los santos de la puerta de al lado (Gaudete et Exsultate del Papa Francisco), construyen silenciosamente el Reino desde las periferias, son los lados ocultos del poliedro del Pueblo de Dios.  Si nuestros templos están vacíos en vez de llenos, es que no están donde deben estar, como hospitales de campaña para atender a los heridos del mundo, celebrando allí el misterio de amor que salva.  "Ubi Caritas et amor, Deus ibi est" ("Donde hay caridad y amor, allí está Dios").

¿Puede haber un solo justo en Sodoma y Gomorra? Pues los santos son la semilla de la Gracia estructural que cambia las estructuras de pecado del mundo y la iglesia. Así como un solo hombre, Jesús, ha salvado la humanidad, ellos, a su manera, y con una conciencia comunitaria permanente, están intrínsecamente unidos al misterio de Cristo en la carne de las periferias del dolor y así participan de la historia de la salvación de todos.

Bienaventuranzas: el código de la santidad

En las Bienaventuranzas Jesús nos ha enseñado que la plenitud está en donde menos lo esperamos: en las periferias de la vida. Nada tan claro como las Bienaventuranzas para definir el cristianismo y su plenitud lograda, que es la santidad. Los que lloran, los que sufren, los que claman justicia en el desierto, los perseguidos aún por causas religiosas, son los santos por derecho propio.  ¿Cómo no compensaría tanto dolor e injusticia un Padre que creó a todo ser humano para la felicidad? Son los llenos de Gracia porque Dios mira con bondad su pequeñez y enaltece a los humildes mientras despide a los epulones con las manos vacías (Magnificat).  

La cruz de Jesús que preside nuestros lugares creyentes nos lo recuerda todo el tiempo. Él ha asociado a la humanidad doliente a ese madero de salvación. Los ricos y los que la pasan bien en este mundo sólo tienen una oportunidad: hacer producir sus talentos para socorrer a los descartados, como el buen samaritano. El padre no se complace en condenar y castigar a nadie por pertenecer a una clase social, un país o una ideología, sino en que todos sus hijos se ayuden y vivan como hermanos.

Las bienaventuranzas no son excluyentes, nos convocan a todos: a los pobres y a los que socorren a los pobres. Por otra parte, nadie es tan pobre que no pueda dar algo y nadie es tan rico que no pueda recibir algo, es difícil a los ojos humanos encontrar la perfecta línea demarcatoria entre unos y otros. Hay que añadir que siempre miramos con gafas y sesgos que parten de nuestra situación como si fuera el punto de referencia. Para Jesús, el punto de referencia son los pobres, enfermos, enemigos y pecadores, los Nicodemos con un corazón humilde y en búsqueda, los publicanos del fondo del templo, los Zaqueos transformados por su misericordia, las adúlteras condenadas, los leprosos agradecidos, ciegos y paralíticos que bajan por un techo y se van caminando por la puerta con el corazón cambiado, los centuriones invasores que sin embargo experimentan una fe más grande que todo Israel, etc.

La santidad es la hipoteca social sobre los talentos que Dios nos ha dado. El mérito no es hacer producir tales talentos recibidos, es hacerlos producir para el bien común del cual pueden aprovecharse los demás, especialmente los más desfavorecidos, quienes como el paralítico de la piscina de Siloé, no pueden salir de su situación por más que quieran.

Nos traiciona ese narcisismo meritocrático que nos hace creer, como el fariseo que va a orar al templo, que somos dueños de Dios, jueces de los demás y que nuestros “méritos” son solo “nuestros”, como si no hubiéramos recibido nada de Dios y los demás. Nos engañamos con esa supuesta perfección endogámica que consiste en que "Nosotros somos mejores…porque somos de “los nuestros”.

El paradigma tecnocrático dominante, denunciado por el Papa Francisco, es perverso. Nos quiere imponer que es compitiendo con los demás, aplastándolos, como progresamos. Es un sistema que se basa en la externalización de los costos y en la acumulación irracional de los beneficios.  Ve la desigualdad no como una funesta consecuencia de esta carrera, sino como una ventaja para beneficiarse más. No pretendamos que este sistema construido sobre el egoísmo por definición (Adam Smith), salve de la pobreza a quienes envía allí sistemáticamente. Ningún estudio (ciencias sociales, psicología, etc) fuera de la ideología economicista que impera en el mundo académico afirma que la competencia y el conflicto traen un mayor desarrollo. Al contrario, es la cooperación lo que marca la verdadera evolución del humano.

La santidad cristiana, en cambio, pone sus ojos en la cooperación entre los humanos. Es la cooperación y no la competición la que nos hace humanos y no reptiles avanzados. Es el bien común y no el beneficio personal a toda costa y caiga quien caiga lo que define nuestra condición y que los santos viven con pasión su interés por los descartados de estos sistemas.

La Iglesia tampoco está en el mundo para “competir” como la “mejor religión”, sino para cooperar con las semillas del Verbo esparcidas por el mundo, no impidiendo sino valorando e impulsando a que otros hagan milagros y el bien (Lc 9, 50) y llevando a su plenitud esta experiencia con el anuncio del Evangelio Mc. 16).

Ya los Santos Padres, tan próximos al Acontecimiento de Cristo y tan venerados como guías en el seguimiento de Cristo, decían “San Sócrates, ruega por nosotros” (San Justino, siglo II). El Vaticano II retomó esta visión más amplia de la Iglesia, porque es tan cierto que si fuera de ella no hay salvación, ella debe ser mucho más extensa que los muros canónicos de su institucionalidad, que tantas veces ha restringido la Misericordia en vez de derramarla gratuitamente.

El Pueblo de Dios está lleno de santos en sus periferias, que tal vez no se llamen cristianos formalmente, pero lo son esencialmente si socorren a Cristo aunque no lo sepan, en el hambriento, en el que sufre, si trabajan por la paz, la justicia, etc…(Juicio final, Mt, 25).

Ellos son multitud, juntos con los santos de la puerta de al lado (Gaudete et Exsultate del Papa Francisco), construyen silenciosamente el Reino desde las periferias, son los lados ocultos del poliedro del Pueblo de Dios.  Si nuestros templos están vacíos en vez de llenos, es que no están donde deben estar, como hospitales de campaña para atender a los heridos del mundo, celebrando allí el misterio de amor que salva. Un canto gregoriano de la Antífona Ad Mandatum, liturgia del Jueves Santo, dice: "Ubi Caritas et amor, Deus ibi est" ("Donde hay caridad y amor, allí está Dios").

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Reino de Dios. Cuando los Santos cambian al mundo.

Jesús nos invita a que hagamos o que hagamos, pensemos lo que pensemos, tengamos viva en primer lugar, una búsqueda que incendia la vida toda: “buscad el Reino de Dios y su Justicia…que todo lo demás os será dado por añadidura”. Santidad es hacer de esta búsqueda la razón de vivir, que es más que el cumplimiento de un reglamento (contra lo que despotrica San Pablo en sus cartas), es el seguimiento de Jesús que nos llama en cada pobre.

"Lo que estás enamorado, lo que se apodera de tu imaginación, afectará a todo. Decidirá qué te sacará de la cama por las mañanas, qué haces con tus tardes, cómo pasas tus fines de semana, qué lees, lo que sabes, lo que te rompe el corazón, y lo que te asombra de alegría y gratitud. Enamórate, quédate enamorado y lo decidirá todo " (Pedro Arrupe).  «En el horizonte de un gran amor, todo se convierte en acontecimiento». Romano Guardini

Este amor que define la búsqueda pasa por el encuentro con los demás, no con la evasión mística ni la construcción racional. "Lo que nos salva no es una idea sino el encuentro. Solo el rostro del otro es capaz de despertar lo mejor en nuestro interior. Al servir al pueblo, nos salvamos a nosotros mismos." (desde "Soñemos juntos: El camino a un futuro mejor" de Papa Francisco).

Ni siquiera la religión por sí misma asegura esto, por eso "Jesús vio que la solución estaba en “modificar” la religión. Es decir, se trataba de darle otro sentido a la búsqueda de Dios. Esa búsqueda había que sacarla del templo (o cambiar de lugar el templo, nota mía). Y, por tanto, no dejarla en manos de los sacerdotes y funcionarios del culto. El encuentro con el Padre del cielo se realiza en el encuentro con el sufrimiento humano. Y en la lucha para remediarlo o, al menos, aliviarlo”. (José María Castillo)

Los santos decidieron no ser cómplices de los pecados estructurales sociales, económicos, políticos y eclesiales de su tiempo. Con su vida construyen el Reino de Dios más allá de los condicionamientos de la época. ¿Puede haber un solo justo en Sodoma y Gomorra? Pues los santos son la semilla de la Gracia estructural que cambian las estructuras de pecado. Así como un solo hombre, Jesús, ha salvado la humanidad, ellos, a su manera, y con una conciencia comunitaria permanente, están intrínsecamente unidos al misterio de Cristo en la carne de las periferias del dolor y así participan de la historia de la salvación de todos.

Guillermo Jesús Kowalski

poliedroyperiferia@gmail.com

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