Confianza suplicante, bendición asegurada

Leo con interés la declaraciónFiducia supplicans (confianza suplicante) sobre el sentido pastoral de algunas bendiciones. Y lo hago también con pena por algunas reacciones que parecen salidas de quienes leen el Evangelio al revés poniendo por delante las normas a las actitudes. Estamos ante un texto doctrinal, o lo que es lo  mismo, un texto que trata sobre las verdades del Evangelio bajo el precioso título “Confianza suplicante”, tan ligado al salmo 27: Dios da paz y alivio especialmente en los momentos más duros de la vida. Y la dura exclusión no es menor en el caso que nos ocupa.

Jesús se acercaba decididamente y sin exclusiones a las periferias poniendo amor y deseando de corazón y con hechos el bien de todos. Especialmente en el caso de los excluidos por cualquier causa. El Evangelio está plagado de esta actitud de bendición (desear activamente el bien), igual que lo está de lo contrario: el rechazo a bendecir y sanar por parte de quienes ostentaban las esencias de la Ley de Dios. Ahora es el caso de las personas del mismo sexo, a los católicos vueltos a casar civilmente sin haber recibido una anulación…

Esta Declaración, en palabras del propio texto, “implica una evolución real de lo que se ha dicho sobre las bendiciones en el magisterio y en los textos oficiales de la Iglesia”. Y remacha afirmando el valor de ofrecer una contribución específica e innovadora al significado pastoral de las bendiciones. Esto amplía y enriquece la comprensión clásica de las bendiciones, encorsetada en la expresión litúrgica. El propio documento es su punto 9, afirma que “desde un punto de vista estrictamente litúrgico, la bendición requiere que aquello que se bendice sea conforme a la voluntad de Dios”. ¿Y en qué texto bíblico aparece que la voluntad de Dios es excluir la bendición a quienes en verdad se aman?

El texto comienza con el recordatorio del Papa Francisco: “Es una bendición para toda la humanidad”, sin exclusiones. De lo contrario, ¿cómo encajar algo más radical, como es amar a nuestros enemigos y a quienes nos persiguen? Si no podemos desear el bien a parejas homosexuales, ¿cómo vamos a cumplir el mandato de bendecir a quienes nos persiguen? Si reducimos lo esencial de la bendición al rito litúrgico, es imposible captar el sentido pastoral basado en el espíritu evangélico, creador de fraternidad humana. La liturgia es expresión de la doctrina vivida, y no al revés.

Cuánta necesidad de un Dicasterio de la Ortopraxis, como lo he señalado en alguna otra ocasión. Tan severos en la ortodoxia, se nos va la verdadera esencia de Cristo por el sumidero de la arrogancia, la exclusión, el adoctrinamiento y la falta absoluta de compasión.

Si con la exhortación Amoris laetitia el Papa clamaba por una pastoral familiar en clave de escucha, discernimiento y misericordia, y le tildaron de hereje, esos mismos censores inmisericordes no iban a quedarse callados. Hereje, sí, acusado de propagar nada menos que 7 posturas heréticas en la Correctio filialis de haeresibus propagatis (Müller, Burke…) a la que obispos como Sanz y Munilla aplauden, y otros muchos a favor de la línea de Francisco callan por una cobardía teñida de prudencia; esta es otra forma de escandalizar, que conste.

En definitiva, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe afirma en la nota introductoria de Fiducia supplicans que “se puede bendecir a parejas en situación irregular y a parejas del mismo sexo sin validar oficialmente su estatus ni cambiar en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el matrimonio”. Un avance, pues en 2021 se decía que sólo era posible bendecir a los individuos por separado. ¡No me imagino a Cristo puntualizando estas disquisiciones! Se bendice a las dos personas, y se pide para esa pareja salud, trabajo, paciencia, y que puedan vivir cada vez con mayor fidelidad al Evangelio. Es decir, con amor verdadero.

Qué no decir de si esas parejas son personas cristianas, o con sensibilidad cristiana, que ven el Evangelio como la puerta al amor y la misericordia desde su opción honesta, pero que han tenido que vivir en la clandestinidad evangélica: la Buena Noticia inclusiva no era para ellos.

POSDATA - Merece la pena leer, en clave de todo lo anterior, el capítulo quinto de Los Hermanos Karamazov, de Fedor Dostoievsky. Se titula “El gran inquisidor”. Así podremos entender lo que subyace en esta cada vez menos soterrada beligerancia contra el Papa Francisco y su defensa del amor de Cristo. Una parábola que no deja indiferente a nadie, digna de su relectura. Está publicada también como separata en Alianza Editorial.

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