Mirando al cielo cuando un amigo se va

Se ha muerto un amigo bien cercano -Alfonso- con el que he compartido muchas horas de conversación fructífera, es decir, de buena vida. Miro al cielo desde el vacío que he dejado su presencia por ese acto reflejo de dirigirme hacia donde ya está en la gloria de Dios. Ese cielo que nos recuerda la otra vida prometida a la que todos estamos destinados. Mirando hacia lo alto buscando su presencia, me invade el asombro ante las manifestaciones de nuestra naturaleza y el mecanismo de búsqueda que llevamos dentro para preguntarnos por el origen del Universo y su funcionamiento. Esto hizo que los filósofos griegos comenzaran a pensar para entender la naturaleza. Para ellos, filosofar fue sinónimo de asombrarse. La admiración y las preguntas que les suscitaban, dejaron atrás la mitología para centrarse en una mirada racional ante el Cosmos y su funcionamiento científico, entonces por descubrir, construyendo teorías que explicaban e interpretaban la vida.

La reflexión interior de esa mirada objetiva y esperanzada se convirtió en lo que hoy llamamos filosofía: en un saber, un sentir y ser que fue gestando, poco a poco, el dominio de la ética para relacionarnos con sabiduría entre las personas.

Ideas, del griego eidos, es lo que vemos con nuestros ojos del cuerpo, pero que se asimila con los ojos de la mente. Para eso tenemos que aprender a mirar, siendo conscientes de nuestra ignorancia sabiendo que no se sabe, sin lo cual es imposible buscar ni encontrar. Ortega y Gasset decía que sorprenderse es comenzar a entender, y eso que él no era nada humilde.

Con el paso del tiempo, las preguntas fueron cada vez más concretas hasta cuestionarse el azar y si detrás de toda la grandiosidad del Universo solo hay leyes universales o, por el contrario, todo forma parte de un plan mayor donde el anhelo de conocimiento y de una vida ética, feliz, no es más que la punta del iceberg de un anhelo muchísimo mayor e inconmensurable que Alguien es capaz de colmar. Qué pena que Alfonso no pueda contarme esta su experiencia maravillosa que yo, todavía aquí,  vivo con mi fe, pero que se oculta en el trasfondo de la realidad que vivo cada día, ahora experimentada desde el dolor de su ausencia.

He mirado muchas veces la bóveda celeste aunque no siempre de la manera adecuada: ver no es mirar, como oír tampoco es escuchar. Intuimos y sentimos el significado de todo ese orden lleno de leyes físicas armonizadas en un maravilloso caos ordenado del espacio que nos circunda. Es posible descubrir que, efectivamente, el universo es capaz de acercarnos a Dios mirando el cielo estrellado y sobrecogerse ante su presencia sintiente desde la grandeza del universo. Y pensar la creación inmensa hasta el punto de concluir que la clave de la felicidad es la verdadera humildad de aceptar que somos muy poco y sabemos poco.

Ignacio de Loyola escribió al comienzo de su Autobiografía que en los primeros pasos de su conversión, "la mayor consolación que recibía era mirar al cielo y las estrellas, lo cual hacía muchas veces y por mucho tiempo". La humildad es cosa de sabios, como así se ha ponderado desde tiempos milenarios. Humildad para ver los acontecimientos de la naturaleza con un corazón de niño agradecido que disfruta aunque no entienda lo que intuye de vastedad a partir de lo poquito a lo que alcanza su ser. Humildad para aceptar que un buen amigo se muere inopinadamente dejando un agujero difícil de aceptar.

La etimología de "humildad" viene de humus, es decir, aquello que se desprende de la naturaleza y que a su vez la fertiliza y la hace crecer. La persona que se comporta con humildad está dispuesta a aprender y a dejarse interpelar. Eso hizo Alfonso a su alrededor desde su mente educada en la técnica y su corazón humanista abierto a la Verdad. Miro al cielo sabiendo lo necesario que es sacar la humildad para sentir admiración ante una creación asombrosa que al mostrar nuestra pequeñez puede hacernos más grandes por dentro. Una sencilla invitación a ver nuestras limitaciones y saber reconocerlas con el objetivo no de empequeñecernos, sino de aprender para crecer como personas que no nos conformamos con vivir y preguntamos por lo que está allende de nuestro horizonte mental y visual.

La paradoja de la humildad es que es una virtud que se ve solo si se practica. Y quien quiera columbrar algo de la existencia a partir de las monstruosas magnitudes espaciales que Dios ha creado, deberá acercarse con actitud humilde. Es cierto que no podemos abarcar la realidad creada, pero hemos logrado dimensionarlas. Y todos podemos abrirnos a las grandes preguntas de la existencia. Alfonso ya conoce las respuestas y mi fe me dice que merecen la pena vivirlas... desde aquí, desde hoy mismo, como nos enseño Jesús. Que no nos digan lo que a los discípulos: ¿Qué hacéis mirando al cielo? El Resucitado nos espera en Galilea, es decir, en el día a día. Hasta siempre, Alfonso.

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