Refuerzo sinodal

Recuerdo que el Papa Francisco pidió expresamente a todas las diócesis católicas, órdenes religiosas y demás grupos de bautizados, que se embarcaran en sesiones de escucha locales para que los católicos de a pie pudieran hablar y compartir sobre sus necesidades y esperanzas para la iglesia. Y lo pidió, atención, como parte esencial del proceso sinodal novedoso que acababa de poner en marcha.

Pero no pocas diócesis y conferencias de obispos informaron una participación mínima sobre el número censado de católicos que aportaron respuestas. La Conferencia de Obispos Católicos estadounidenses, por ejemplo, informó que la participación fue ínfima, en torno al 1% de católicos. Muchos países europeos también trasladaron tasas de participación por debajo del 10% mientras destacados opositores de Francisco se han burlado de toda la iniciativa, cuando no expresando sus dudas teológicas sobre el alcance de este proceso de discernimiento universal, que el cardenal  Gerhard Müller define como “hostil”, quizá porque amenaza seriamente al clericalismo del poder y la vanagloria que él tan bien representa.

En plena segunda fase sinodal, creo necesario resaltar algunas realidades que considero muy importantes, y de paso balancear la importancia de esta iniciativa del Papa que nunca agradeceremos suficiente; no es difícil imaginar el esfuerzo titánico que ha tenido que desplegar a su edad y con tantas zancadillas e indiferencias. Señal de la presencia del Espíritu Santo.

En primer lugar, la vergüenza que me produce el escaso celo visto en la mayoría de obispos en su irresponsabilidad por mantener el perfil más bajo posible en la realidad sinodal en marcha. El mandato del Papa a ellos ha sido directo y claro, no siendo correspondido por una mayoría de prelados y de párrocos, incapaces de contribuir como verdaderos pastores animando a su feligresía a participar en la tarea sinodal, dejando de una vez por todas la caspa de jerarcas. La endémica pasividad laical ha hecho el resto. Sin embargo, esta noticia tiene el reverso en la fortaleza que va tomando el proceso sinodal, que pocos hubiesen augurado que llegaría a estar tan vivo en estas fechas, y cumpliendo las expectativas de fondo que se marcaron al inicio.

Creo que es importante recordar el anterior sínodo con más de una sesión, que en 2016 abrió la puerta a que los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente reciban la Comunión. Misericordia pura, Evangelio puro.

En segundo lugar, la sinodalidad no sigue una lógica de contraposición entre quienes son autoridad y el resto de los fieles, sino de colaboración donde todos los miembros del Pueblo de Dios aportan, desde sus particulares carismas, al discernimiento a la Iglesia. Esta realidad, sin duda que ha convencido a muchos para desobedecer al Papa. Pero se acabó vivir en cristiano desde la postura tan alejada de la fe, la esperanza y el amor, de que cambie lo que haga falta con tal de que todo siga igual, algo que ya inmortalizara la novela El gatopardo, de G, T. de Lampedusa, y L. Visconti recordara en una de sus películas.

En tercer lugar, algunos siguen pretendiendo que la sinodalidad no pase de ser un eslogan, en lugar de un estilo y una forma de ser más evangélica para que la Iglesia acierte en su misión, en lugar de encastillarse en la institución como zona de confort. Son resistencias silentes, pero capaces de frenar iniciativas ejemplares.

Francisco nos recuerda que el servicio es lo esencial, comenzando por los que tienen responsabilidades diocesanas, a la manera de la última Cena. Es decir, de una determinada manera: la sinodalidad apunta a que el cómo es tan importante como el qué.

En la actitud nos lo jugamos todo partiendo de la escucha al Espíritu -una de las mejores formas de oración- y a los demás, en esta ocasión caminando juntos. Estamos lejos de lograrlo, sí, pero al menos ahora vamos por el camino adecuado, mal que les pese a algunos “sacrosantos católicos” que se parecen demasiado a quienes rechazaron a Jesús.

Acabo recordando la importancia de la oración, tal y como nos exhortó Jesús, especialmente en las grandes ocasiones, incluidas las de mayores dificultades. Y propongo hacerlo utilizando esta versión simplificada de la que ha sido oración oficial sinodal para que cualquier persona o asamblea litúrgica pueda rezarla más fácilmente:

Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.

Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones.

Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta.

Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras.

No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.

Concédenos el don del discernimiento,

para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones.

Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna.

Esto te lo pedimos a ti, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos.

Amén.

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