Santidad de la puerta de al lado

Tomo prestada la expresión del Papa para titular esta reflexión, referida aquí a Madeleine Delbrêl y su espiritualidad tejida de lo cotidiano. Ella vivió las dos guerras mundiales, y decidió que su lugar estaba en uno de los suburbios de París donde “las tres fábricas cuyos salarios eran los más bajos tenían por propietarios a católicos”. Y lo hizo convencida de que los marxistas, comprometidos con causas humanitarias, habían asumido la tarea que tendría que ser de los cristianos.

Desde esta misión con un día a día frenético, reflexiona para nuestro tiempo: Dios prefiere que profundicemos a que vayamos más lejos. Es decir, que ella nos invita a huir de la superficialidad y del activismo para centrarnos en lo esencial, que es lo más profundo de la existencia.

No es mal mensaje para este tiempo navideño que tanto cuesta a los católicos vivir con la intensidad de una espera esperanzada. No hay que olvidar que ella fue una admiradora de Teresita del Niño Jesús que hacía de lo más cotidiano una catedral de amor.

Madeleine animaba a sus compañeras laicas a avanzar sin mapa para descubrirlo por el camino y no a su término. Recuerda mucho a la sinodalidad de Francisco, al que no le duelen prendas decir que sabemos cómo comienza este proceso pero que su final lo conoce sólo el Espíritu. Se irá haciendo camino al andar, juntos y a la escucha de los otros... y de Dios.

En el tiempo de Delbrêl, la práctica cristiana adolecía también de un cierto dualismo, como el actual, cuando tendemos a disociar la vida espiritual entendida como vida contemplativa y de oración de la vida real cotidiana, de la actividad en todas sus dimensiones. Como si hubiese que optar entre la Marta y María del Evangelio, en lugar de entender la vocación cristiana como la suma de ambas actitudes: “Ningún instante del día ni ningún lugar de la ciudad es ya profano. No se trata de escapar de los inconvenientes diarios para poder orar, sino de encontrar el modo de provocar la oración, de aprender a levantar en la vida diaria pequeños santuarios”. Hasta el Metro puede convertirse en un lugar sagrado, el café en un centro de gracia y los ruidos de la ciudad en la más extraordinaria de las liturgias, llegó a escribir...

Vivimos la existencia de manera verdaderamente cristiana cuando lo hacemos en actitud de descubrir las huellas del Creador en la trama de cada jornada. Para Madeleine es importante anhelar el encuentro. O dicho de otra manera, el problema surge cuando el activismo se apodera de todo arrumbando el silencio interior y la experiencia espiritual orante.

Olvidamos que Dios mismo es quien prepara con amor el desarrollo de cada jornada, hora tras hora, y nos da una nueva cita en cada en cada circunstancia y en cada cosa que hacemos.

Adviento, Navidad, acogida… Pero si esperamos encontrar el silencio para orar, rezaremos poco. Lo importante es “hacer silencio” allá donde quiera que Dios hable. Madeleine está convencida de que es necesario estar solo con Dios primeramente, para hacer una comunidad. Y por eso, las calles fueron para ella su auténtico templo (un Aviento de la Navidad) tal como cuenta su biógrafa Mariola López Villanueva, rscj (Madeleine Delbrêl. Una mística de proximidad. Sal Terrae, 5ª edición).

Ella resumió la esencia de la oración de petición en dos palabras: pedir luz y fuerza para saber lo que hay que hacer… y hacerlo. Esto me lo enseñó un amigo jesuita conocedor de esta mujer mística y activa en medio de lo más cotidiano. ¡Feliz Pascua de Navidad!

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