Solo hay un camino, y el Papa lo sabe
| Gabriel Mª Otalora
Dice el teólogo José Comblin que ahora estamos en un momento de transformar la iglesia en una misión, o lo que es lo mismo, pasar de una iglesia de “conservación” a una iglesia de “misión”. Pero añade la dificultad de que eso va a ser hecho por las mismas instituciones que no son de misión sino de conservación. La sinodalidad de Francisco pretende como la mejor vía posible que se remueva y se renueve desde abajo, desde las diócesis, la parroquia, las comunidades cristianas de base, las organizaciones solidarias, el laicado y por las congregaciones religiosas además del clero.
Pero de repente y por milagro no nos vamos a transformar en misioneros creíbles que atraigamos hacia la Buena Noticia. No es esta la primera vez que el cristianismo se encuentra atrapado en su propio bucle de inconsecuencias. Y todavía va a suceder muchas veces más. Hay que aprender a resistir, a aguantar, no dejarse desanimar o perder la esperanza por eso que sucede, que por algo los humanos somos limitados.
Pero la pregunta que corroe es ¿cómo aguantar, no desanimarse y vivir en la esperanza generando amor a nuestro alrededor? Tenemos el mejor mensaje, el que proclama la vivencia del amor hasta límites que ninguna otra opción de vida propone: Perdonar setenta veces siete, amar aunque duela, acoger con misericordia y compasión… Todo ello muy por encima de la exigencia ética necesaria para la convivencia democrática.
Una y otra vez, no damos el nivel que predicamos, e incluso muchas buenas gentes no cristianas son más coherentes y “cristianos” (por sus obras) que nosotros. Estamos en crisis institucional… y en crisis de fe. Y eso se cura solamente a base de rezar adecuadamente, como nos enseñó Jesús. Se cura con una actitud de oración -confiada, a la escucha, perseverante, humilde- que busca la transformación interior como la única fórmula para cambiar el rumbo personal y así cambiar el rumbo comunitario: muchas gotas de agua conforman un río. De lo particular a lo general. Pero esto supone dejar a Dios ser Dios.
Esto pretende el Papacon la sinodalidad que avanza entre el entusiasmo de unos pocos y la indiferencia temerosa de la mayoría. Queremos cambiar cuanto antes aspectos sustanciales de la institución eclesial, encorsetada por un Código de Derecho Canónico que pinta más que el Evangelio. Ciertamente que precisamos de reformas de calado largo tiempo anheladas por muchos y muchas en torno a la mujer y a otros colectivos en exclusión. ¡Ojalá lleguen pronto! Pero lo que escucho al Papa con insistencia es que lo más urgente es centrarnos en el cambio de actitudes y conductas. Y eso no nos gusta, porque implica ser mejores cristianos, más coherentes. Aquí está el problema junto a la mala venta de la oración tan pobremente enseñada cuando el cristianismo vivía momentos de gloria sociológica.
La realidad es que el clericalismo ya no puede imponerse con baculazos porque ha perdido autoridad. El poder ya no es de recibo, ni se entiende el castigo o el ordeno y mando en medio del desprestigio de la institución eclesial, también de puertas a dentro. El camino es otro: ganarse la autoridad desde el ejemplo caminando juntos entre diferentes, a la escucha, para vivir el Evangelio de verdad. Mientras llega eso, sufre lo esencial: el Mensaje de Jesús, y sufre también el Pueblo de Dios, tan desnortado el laicado como la clerecía. Y sufren quienes buscan en la Iglesia lo que irradia el Evangelio… ¡y no lo encuentran!
Algunos me llamarán desfasado, porque la oración como vida interior para la transformación a la escucha no es lo urgente, sino los cambios drásticos que acaben con esta Iglesia, que no convence. Decía en una reflexión anterior que nos hemos convertido en “dos Iglesias” por la diferente importancia que le damos a lo esencial y a lo accesorio. La única manera de unirnos es desterrando la uniformidad para encontrarnos en la unidad entre diferentes que caminamos juntos y dialogando con la fe puesta solo en Jesús. Él fue quien dijo insistentemente que rezásemos “para no caer en la tentación” (no para justificarnos o rezarnos a nosotros mismos). Que no podemos llevar a cabo la tarea de la evangelización con nuestras propias fuerzas. De hecho, estamos en un momento en que deberíamos primero evangelizarnos nosotros, de nuevo, cristianos y cristianas. Y de eso va el objetivo universal que pretende la sinodalidad propuesta por Francisco.
Porque pretender mejoras sin hacer cambios en nuestro interior, es vana tarea. Y eso pasa por rezar mejor individualmente, y en comunidad. Evangelio puro.