Tiempo de otoño y posdata de invierno

El equinoccio se produce cuando suman las mismas horas de día que de noche. Ocurre dos veces al año, la segunda en septiembre, cuando da comienzo oficial al otoño. Los días se acortan e invitan a la introspección que preserva nuestra esencia íntima, a pesar de no pocas personas que asocian esta estación a los días grises y ventosos, cambio climático aparte, que les produce melancolía. Sufren el otoño como sinónimo de tristeza, sintiendo la falta de la luz veraniega como la antesala del invierno Nos olvidamos pronto de los maravillosos amaneceres otoñales que no vemos, ensimismados de camino a los quehaceres diarios.

Está claro que soy hombre de otoños y que gustosamente cambiaría un mes del verano para dárselo al otoño. Lo curioso es que antes del siglo XVI la palabra “otoño” no existía. La estación otoñal se llamaba “cosecha”, tiempo de cosechar, puesto que el período coincidía con el momento de la recolección de los cereales. Dicha palabra se transformó en “otoño” cuando el surgimiento de las grandes ciudades propició que se perdiera la referencia directa al trabajo en el campo.

Lo cierto es que las estaciones tienen su analogía con la vida misma por la huella implacable del tiempo en cada ser humano. Me llama la atención la expresión “otoño de la vida” entendida solamente como un momento de pérdida y declive. Ante esto cabría preguntarse: ¿Por qué no vemos nuestro otoño con el sentido originario del tiempo de cosecha?

Vemos el frenesí social en torno al anhelo utópico en forma de ilusoria recuperación de la juventud, que lleva a la resignación cuando no a la desesperación si la vida solamente es vista como un largo tiempo de primavera-verano festivo...

Quisiera proponer la entrada en el otoño como una ofrenda a la plenitud personal que reconoce sus limitaciones en la mediana edad, y hacerlo como un regalo a nuestros jóvenes necesitados de adultos que se precien de serlo, capaces de transformarse en interlocutores que promueven esperanza a través de su experiencia como un servicio en medio de las diferencias. 

Parece que todo es decadencia, pero no es verdad. Queda mucho por hacer, por sembrar, para preparar el otoño sereno con frutos. ¿Por qué temer al otoño de la vida? Yo a lo que temo más es a que se venda lo joven como si fuera la única estación de la vida a la que deberían adaptarse todas las demás; una perfecta invitación a la neurosis.

Para quienes atribuyen un origen latino al “otoño” significa aumento, la plenitud del año. En términos de la vida humana, tiempo de madurez. No está mal recordarlo: otoño como el tiempo en que puedes volverte persona sabia que valora la humildad, con más experiencia y capacidad de escucha, de verdadera aceptación alejada de la resignación, algo que produce un sosiego que podemos contagiar alrededor, que tanta falta hace.

La belleza no solo está en un cuerpo bonito o una cara sin arrugas… la belleza también está en la forma de hablar, de sentir y de mirar a la naturaleza, a los demás y a uno mismo. A veces esto lo dan los años bien invertidos. Nuestra forma de ser y de estar, dan una belleza más profunda que el cuerpo de cuando éramos eternamente jóvenes.

Ojalá podamos decir con el poeta en la ardua tarea de experimentar el  sentido de la vida: “Al ponerse el sol, todo se me hizo claro” (Luis Rosales).

PDTA – La postdata exige brevedad. Por eso me obligo a contenerme en mi denuncia cristiana por el escándalo del obispo de Málaga, si se confirma que él conocía desde enero las tropelías sexuales del párroco detenido, y lo ha encubierto sin denunciarlo. Lo mismo digo del portavoz de la CEE, que no ha querido opinar amparándose en el secreto de sumario… sin referirse a la actuación del obispo, claro, ¡ni a las víctimas! Ay, la vara de medir en el frío invierno eclesial… El nuevo cardenal José Cobo, ha dicho: “Posponer decisiones sobre abusos solo potencia el dolor de las víctimas y es inadmisible”. Pues eso.

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