Un anacronismo que no ayuda

Francisco ha demostrado el enorme liderazgo mundial que atesora más allá de la propia Iglesia católica. No se ha quedado entre los vericuetos diplomáticos y las cobardías disfrazadas de prudencia amparado en el cargo de Jefe de Estado vaticano; ha mostrado a las claras el rechazo a todas las injusticias y su empatía con el sufrimiento del pueblo ucraniano, en particular. Incluso ha intentado reunirse con su homónimo de la Iglesia ortodoxa rusa y con el presidente Putin para avanzar en la paz. Ninguno de los dos ha querido. El caso del dictador ruso recuerda a su antecesor Stalin, quien demostró su desprecio al Papa de entonces en plena Segunda Guerra Mundial al preguntarse en público: "¿Cuántas divisiones tiene el Papa?". Y el propio Stalin se respondía diciendo que las guerras se libraban con soldados, cañones y tanques.

Esto me lleva a reflexionar sobre el papel que tiene la actual Guardia Suiza vaticana. Es cierto que el Estado vaticano no dispone ahora de divisiones militares, que representaban lo contrario al espíritu del Evangelio. Por eso mismo, tampoco tiene sentido político ni religioso disponer hoy de un simulacro de las mismas que no produce más que añoranza imperial de tiempos pasados más bien infaustos del poder mundano católico.

Me refiero a la Guardia Suiza y a quien le da paraguas institucional, que no es otro que el Estado vaticano como entidad política, símbolos ambos de poder mundano. Parto del principio de que la Iglesia Católica, como todas las demás instituciones religiosas, no debiera disponer de un Estado y todavía menos de un “ejército suizo” por muy colorista que se muestre. En cuanto a garantizar la seguridad del Papa, existen maneras más discretas y eficaces de hacerlo. De hecho, los guardias suizos han mostrado que no siempre están a la altura, como en el caso de la tentativa de asesinato de Juan Pablo II en 1981. Cierto es que, en parte, fue por otra razón anacrónica que tuvo su aquél en dicho atentado: la Guardia Suiza estaba obligada a respetar una antigua regla medieval que les prohibía dar la espalda al Papa lo cual dificultó descubrir a tiempo a quien disparó al Papa en medio de aquél gentío. Desde entonces, el Vaticano corrigió en parte esta realidad.

Por otra parte, el uniforme colorido que todavía incorpora una alabarda como arma, tiene un significado simbólico del pasado mercenario militar de la Guardia Suiza -creada en 1506- que no puede ocultar sus siglos de belicismo unido a cierta vanidad militar que nada recuerda la labor ardua evangélica de la Iglesia católica. No es posible tanta vanagloria en esta muestra que recuerda el poder pontificio como un canto al pasado imperial de la Iglesia que despista la misión de lo católico a nivel mundial. Que bastantes distracciones tiene que afrontar ya Francisco fuera y sobre todo dentro de la Iglesia.

El Estado vaticano tampoco debiera seguir existiendo. Se creó oficialmente  con los Acuerdos de Letrán, firmados en 1929 con la Italia de Mussolini asegurando al pequeño Estado “independencia absoluta” y una “soberanía indiscutible” una vez perdidos los anteriores Estados Pontificios, mucho mayores en territorio y poder. Desde entonces, los guardias suizos se convirtieron en la milicia oficial del nuevo Estado desapareciendo los demás cuerpos militares pontificios. ¿Por qué seguir manteniendo estas reliquias dentro del plano religioso cuando tanto recuerda a su pasado belicista y militar? “Guarda la espada en la vaina, Pedro” (Mt 26 y Jn 18)…

Las verdaderas tropas del Papa son el ejemplo honesto y comprometido cristiano, a todos los niveles, empezando por su Curia y siguiendo por las Conferencias episcopales. En esto, Francisco es un icono a imitar, y con él todo el laicado. Por el contrario, los principales enemigos de la Iglesia son el escándalo y la inconsecuencia hipócrita así como el clericalismo que rebosa poder al que la sinodalidad que impulsa el Papa le va a costar desactivarlo al estar demasiado arraigado también en una parte significativa del laicado. Contra esto, no hay Estado ni guardias suizos, o de otro país, que puedan solventar toda mala praxis evangelizadora.

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