¿Qué decir a los que no rezan? ¿Qué decir a los que no rezan?
| Gabriel Mª Otalora
Orar es una necesidad y una dificultad. Acostumbrados al “tanto esfuerzo, tanto resultado”, se nos olvida que todo es gracia, todo es gratis. A todos nos gusta ver los resultados de nuestros esfuerzos, pero el primero que no lo logró fue precisamente Jesús al morir fracasado a los ojos del mundo. Pero su ejemplo transformador fue el fermento para que sus seguidores liderasen su mensaje en buena parte de la Tierra. A pesar de semejante precio, Jesús no utilizó atajos ni poderes mundanos. Sus "armas" fueron la misericordia, la compasión, la bondad y la defensa de los más vulnerables como un plan radical de actitudes entre las que se encontraban la humildad, la confianza en Dios y el ejemplo.
Tampoco bendijo la cobardía ni la pusilanimidad, pero tampoco la imposición ni la coacción para lograr sus objetivos mesiánicos. Lo dejó meridianamente claro en multitud de ocasiones prefiriendo soportar la incomprensión y la persecución que la incoherencia y el éxito a cualquier precio. ¿Cuántos se han alejado de la fe porque el Mesías no ha sido lo suficientemente "práctico" para ellos? ¿Cuántos malos ejemplos se han llevado por delante la oración y toda manifestación religiosa?
Más que decirles algo a quienes no rezan, es preciso mirar con los ojos de Jesús y preguntarnos: ¿Qué haría Él en nuestro lugar? No les criticaría, tampoco les miraría con desdén ni culpabilizaría por llevar una existencia religiosa plana. No impondría nada. Lo que posiblemente repetiría es su actitud interpelante con las autoridades religiosas sobre el ejemplo dado, exhortándoles a que fuesen más coherentes entre lo que pontifican y sus hechos, porque su nivel de responsabilidad como líderes religiosos multiplica el daño de escandalizar.
No es acertado centrarnos en el proselitismo; lo necesario es evangelizar. Ante las personas que no rezan solo cabe mirar humildemente nuestra viga y el ejemplo; pedir a Dios que nos enseñe a orar mejor y hacerlo con mayor frecuencia. La praxis extendida es condenar las actitudes de los demás cuando sabemos que esto es una conducta radicalmente antievangélica y equivocada. Somos luz, no jueces; somos oferta, no acusación. Somos agentes de escucha y diálogo, no de imposición. Somos buena noticia, no un dogmatismo organizado que espanta o cuando menos desmoviliza.
Ver la belleza interior en los demás es una gran asignatura pendiente. Y rezar por los que no rezan, sin juzgar ni hacer proselitismo, que es una mala praxis del paternalismo. El problema de no ser levadura es convertirnos en insignificantes.