Los mansos y las Bienaventuranzas

La mansedumbre no tiene buena prensa, al menos en la sociedad de hoy. Creo que es en parte porque suena demasiado a debilidad y a convertir a los mansos en potenciales víctimas de las personas autoritarias y soberbias. Y en parte también porque el nombre de “manso” no tiene buena prensa siendo difícil asociar la actitud de mansedumbre con una promesa de felicidad: Bienaventurados los mansos, nos dice Jesús. El orgullo ha sido entendido como una virtud y la mansedumbre como una debilidad. Confieso que me resulta demasiado chocante el contraste, seguramente porque no he reflexionado lo suficiente sobre el tesoro que anida en esta actitud.

Sin embargo, llevo unas semanas dando vueltas precisamente a esta Bienaventuranza que me resulta contracultural -sin duda- pero al mismo tiempo me llama a que profundice un poco más para acercarme al mensaje que atesora el Evangelio en esta dicha prometida: felices serán los que se comporten con verdadera mansedumbre… y no solo eso, “heredarán la tierra”.

En este comienzo de año quiero compartir algunos destellos de esta actitud que nos propone Jesús y que abunda tan poco en el seno de la Iglesia. Para suscitar una reflexión en este sentido, veamos algunas de las actitudes de quienes se comportan con mansedumbre a la que nos invita el Maestro:

  • La mansedumbre está muy emparentada con la humildad, la actitud más importante para vivir en cristiano.
  • La paciencia como arte para la buena vida, también está emparentada con la mansedumbre.
  • Los mansos se caracterizan porque son dueños de sí, lo cual ya nos indica un nivel de madurez importante. Viven una pacífica posesión de sí mismos sin necesidad de atacar nada ni a nadie.
  • Con muy poco, lo tienen todo porque se poseen a sí mismos. Suena muy de cerca a lo que dicen los psicólogos de las personas maduras y equilibradas.
  • Quien practica la mansedumbre tiene que domeñarse. Ser manso con criterios evangélicos no es ser pánfilo ni carente de personalidad. Viven desde el verdadero amor que acoge y no juzga, ayuda con benevolencia sin desahogar reproches.
  • Viven en el instante presente, disfrutan y agradecen la vida.
  • Han experimentado que su fuerza está en su debilidad apoyados en el centro indestructible de su yo sagrado, su ser esencial que se sabe envuelto por la Presencia.
  • Son el mejor ejemplo del rostro amoroso de Dios, contemplativos en la acción.
  • Son personas que sonríen desde el corazón, que han aprendido a escuchar y transmiten verdadera paz.
  • En definitiva, las personas mansas tienen una gran fuerza interior en la confianza de saberse en las manos de Dio. Nada que ver con la debilidad.

Quienes viven la mansedumbre llevan a la práctica el binomio “Dios me ama inmensamente, luego deposito mi total confianza en Él”. Es un ejemplo de aceptación nada resignada ante los embates inevitables y las decepciones de la vida que tan bien protege al corazón de las amarguras. El manso de corazón no se enfrenta a los demás como si fueran sus enemigos. Los respeta y los valora porque sabe que también han sido creados a la imagen de Dios. En definitiva, vive con la expectativa de que siempre aprenderán algo gracias a las experiencias que Dios trae a su vida. Muestran, nada menos, que el amor de Dios a todos los seres humanos.

La mansedumbre es una cualidad que crece a la medida en que permitimos que el Espíritu Santo transforme nuestra alma, a la escucha siempre, para transformarnos y transformar nuestro alrededor através de esta fortaleza de las Bienaventuranzas. No hay mejor oración. Pero estamos tan centrados en el hacer que se nos olvidan las abundantes llamadas del Evangelio para adecuar nuestras actitudes a la Misión encomendada de evangelizar. Y la mansedumbre es el aceite que necesita nuestro motor cercano a griparse, tantas veces. Hacer y hacer... olvidando que “Sin mí no podéis hacer nada” hace que nuestra mediocridad pervierte la imagen del Reino.

Rescatemos el verdadero valor de la mansedumbre; demos la importancia que tiene.

Volver arriba