Hacia una nueva estructura eclesial

No pocos cristianos llevan tiempo preguntándose si tiene futuro la Iglesia actual. Con el modelo que funcionamos, la respuesta a la pregunta anterior es no. Esta es la opinión de muchos católicos, entre los que se incluye el mismo Papa Francisco. Y por eso ha decidido poner en marcha el movimiento universal (católico) “Hacia una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” para dar voz a los 1.300 millones de bautizados sobre el futuro de la Iglesia y de cómo hacer comunidad de una manera más acorde a Evangelio.

Por problemas estructurales también de fondo, Juan XXIII puso en marcha el Concilio Vaticano II, pero Francisco ha preferido echar mano del modelo sinodal tradicional -el que se vivió al comienzo de la Iglesia- tan diferente del modelo sinodal exclusivo de obispos y cardenales, para adecuarlo a este tiempo tan heterodoxo también en la Iglesia católica. Es una iniciativa muy ignaciana por su audacia que tiene riesgos evidentes, pero que pretende abrir puertas intocables que necesitamos traspasar para volver, de verdad, a vivir el Evangelio. Las tres puertas a las que el Papa nos invita a traspasar, son la comunión (encuentro verdadero), la participación (consensuada y a la escucha) y la misión (evangelizar mejor mediante el discernimiento).

No se trata de crear otra Iglesia, sino de trabajar para mejorarla, pero de manera radical actualizando con la actitud adecuada el Mensaje de Jesús. O en otras palabras, pasar de una pastoral de los hechos a otra centrada en las actitudes y el amor por bandera, con todo lo que esto supone. Por ejemplo, vivir en las estructuras eclesiales como un medio para la misión sin supeditarla a las estructuras, porque absolutizar la estructura eclesial es una idolatría.

Es una revolución lo que plantea Francisco en el sentido transformador de la palabra, que nos llevará a un escenario diferente a medio y largo plazo. Seamos conscientes de que estamos solo ante el pistoletazo de salida que lleva aparejada varias dificultades y resistencias a las que el Papa no es ajeno, lo cual es todavía más de admirar su sentido profético sabiendo que, muy posiblemente, él no verá los frutos del Espíritu que a buen seguro llegarán con nuestro esfuerzo y compromiso renovador.

Algunas de esas realidades que frenan el proceso desde el principio son obvias para cualquier cristiano de a pie mínimamente interesado en la vida de nuestra Iglesia. Estas son las más evidentes:

  • 1) El desconocimiento de lo que el Papa plantea para todos los bautizados, incluido el grupo de personas que abandonaron la Iglesia hartas y desencantadas.
  • 2) La pasividad e inercia, tan presentes y peligrosas porque cualquier cambio es visto con inquietud en lugar de una actualización de la Buena Noticia.
  • 3) El miedo a cambios de calado, como el papel de la mujer o el celibato vocacional no obligatorio, que dejan al descubierto una fe inmadura, superficial y ritualista.
  • 4) El rechazo directo de quienes ven en esta iniciativa papal un peligro para su estatus eclesial de poder o para una confesionalidad a la carta.
  • 5) El modelo clericalista, tan vertical y poco incluyente, visto por demasiados cristianos como algo de Dios, no una mera estructura organizativa humana al servicio del Mensaje.
  • 6) El Derecho Canónico actual está desfasado, sigue unos cánones cuasi medievales que poco tienen que ver con el espíritu del Evangelio, donde la figura del obispo es la de un jerarca con mando en plaza más que la de un pastor a la manera del Jesús del Evangelio.
  • 7) La actitud comunitaria ante la pederastia eclesial, cuyas actuaciones ahora están solo en manos de las conferencias episcopales con un laicado que nada pueda decir ni participar en las iniciativas reparadoras (o entorpecedoras) que estamos viendo en la propia Conferencia Episcopal.

Pero Francisco ve oportunidades donde otros ven problemas y amenazas. De hecho, es suya esta frase cuando alguien le recordó las resistencias más que ciertas a las que ya está empezando a encontrarse: “Las resistencias no son un freno, son un empuje”. 

Al final, lo importante de la sinodalidad ya en marcha es que “el propio encuentro es el mensaje”, las formas de relacionarnos, escucharnos y actuar son el mensaje capital frente a lo que tantos continúan añorando directrices y normas de obligado cumplimiento procesal, responder a lo mandado que viene encapsulado y asunto concluido. Pero no, ese “caminar juntos de otra manera” es la esencia, abiertos a la oración de escucha para discernir lo que el Espíritu nos interpela. No es el Papa, es el Espíritu Santo a través de él quien nos llama a movilizarnos para recuperar las actitudes evangélicas deterioradas por el consumismo, el individualismo, la superficialidad, el ritualismo…

Claro que muchos católicos y católicas se descolgarán o ni siquiera se enganchen nunca a esta propuesta. Lo sabe muy bien Francisco. Será una minoría -no creo que inicialmente se sumen, de verdad, más de un 30% de católicos dispuestos a ser el fermento que nos llevará a una vivir de manera más humilde y auténtica.

Por último, creo que es el momento de releer las cartas de san Pablo para recordar sus dificultades en su fragilidad (Corinto), pero también sus avances donde menos lo esperaba (mujeres y esclavos en Roma) por la acción del Espíritu. Y ya veremos si todo esto acaba en un Concilio Vaticano III.

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