El «hereje», el que no respeta la ortodoxia, es quien ha cumplido la Ley de verdad, pues él se hizo prójimo actuando con misericordia, que es el centro de la Ley de Dios. El sacerdote, el jurista y el hereje

Evangelio del 15o domingo de Tiempo Ordinario. C. 10-7-2022.

El buen samaritano
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?

La conocida como parábola del Buen Samaritano, es una perfecta expresión del modo cómo Lucas construye sus relatos. Es una creación tipo de su forma de escribir y de utilizar los relatos o textos que han llegado a él. Tenemos una parábola que cuenta Jesús enmarcada por una disputa sobre la interpretación de la Ley de Dios. Un maestro le pregunta a Jesús qué debe hacer para heredar vida eterna y Jesús le responde con cierta evasiva, pues sabe que la pregunta es capciosa: «¿Qué lees en la Escritura?». La respuesta es el famoso shemah Israel: escucha Israel, el Señor es tu Dios, el Señor es uno. Pero, en la respuesta ya da un resumen de la Ley: amar al Señor y amar al prójimo. Pues seguramente sabe que Jesús había hecho este resumen previamente y quiere cogerlo en una contradicción, de ahí la repregunta: «¿Y, quién es mi prójimo?». Este es el núcleo del problema para Lucas y por eso pone esta introducción antes de contar la parábola que probablemente tiene un núcleo histórico centrado en la necesidad de la misericordia con cualquier víctima. Mi prójimo es toda víctima que me necesite, allá dónde la encuentre, sin poner ningún tipo de disculpa, traba o alegación a mi compromiso. En el fondo, la pregunta no es quién es mi prójimo, sino cómo yo me hago prójimo de quienes me necesitan.

Muy hábilmente, Lucas introduce tres personajes que se cruzan con el pobre molido a palos en medio del camino. El primer personaje es un sacerdote, que seguramente subía a Jerusalén para realizar el servicio por turnos en el Templo. Como cualquier sacerdote, entonces en el judaísmo y hoy en el cristianismo, tiene ciertas obligaciones: decir misas, cuidar las cosas sagradas y conocer la Escritura y por tanto la Ley o el dogma. Pues bien, ese conocimiento le permite saber con nitidez que un herido en el camino debe ser auxiliado, si es que no lo sabía ya por pura humanidad, la Ley se lo dice a las claras. Sin embargo, da un rodeo y sigue hacia Jerusalén, no sabemos si por prisa o por miedo a un desconocido.

El otro personaje es un perito de la Ley, un escriba, que debe tener un conocimiento profundo del texto y de sus vericuetos, sin embargo este también da un rodeo y deja allí tirado al herido en medio del camino. Ninguno de ellos se aproximó (ni se aprojimó), ambos conocedores de la Ley, de la Ortodoxia, de lo que dicen los manuales, de lo que manda la Santa Madre Iglesia, abandonaron en el camino a una pobre víctima apaleada. Pero, en esto pasa un samaritano, es decir, un habitante de Samaría, una región mal vista por los judíos porque sus habitantes no eran estrictos observantes de la Ley, ni la conocían ni la practicaban. No iban a misa, diríamos hoy, no escuchaban las homilías ni los discursos mitrados, sin embargo este «desconocedor» de la Ley es el que se para a recoger al herido, lo atiende, lo lleva a una posada y se preocupa por su bien. Este «hereje» es quien ha cumplido la Ley de verdad, pues él se hizo prójimo actuando con misericordia, que es el centro de la Ley de Dios.

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