Respecto a esta guerra, los cristianos, de derechas o izquierdas, estamos completamente desenfocados, pues no somos capaces de abrir el objetivo y mirar la geopolítica global que está detrás de esta guerra Monstruos desde Ucrania

La reconfiguración de la globalización en una nueva Guerra Fría

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La guerra de Ucrania tiene descolocada tanto a la izquierda como a la derecha. La izquierda está descolocada porque se recela que aquí hay gato encerrado de la OTAN, pero se siente cercana a las víctimas de esta contienda que son, en primer lugar, la población ucraniana. Por otra parte, la derecha está en una situación difícil porque estar de parte de la OTAN supone apoyar al globalismo progre y su agenda gay y abortista, como ellos mismos lo transmiten en sus medios de comunicación y en los innumerables memes de internet. Ambas, derecha e izquierda, deben sobreactuar en relación a Ucrania para que no se note su desenfoque, por eso todos apoyan sin fisuras y sin pestañear el envío de armamento a Ucrania. Es más, si la derecha pide enviar morteros, la izquierda dobla la apuesta y pide tanques y la derecha lo ve y lo dobla y pide aviones. En fin, tanto enviar armas a una zona de conflicto para que acaben en Dios sabe qué manos para ir contra Dios sabe quién.

Respecto a esta guerra, los cristianos, de derechas o izquierdas, estamos completamente desenfocados, pues no somos capaces de abrir el objetivo y mirar la geopolítica global que está detrás de esta guerra. No se trata de la guerra de Putin, como repiten los medios afines a la izquierda, pues del mismo modo podría ser la guerra de Zelenski; tampoco se trata de la guerra del comunismo contra la libertad, como ciertos medios vinculados a la Conferencia Episcopal difunden sin pudor. Estamos ante una guerra de estrategia geopolítica clara que viene fraguándose desde el fin de la URSS. Cuando cae el bloque soviético, EEUU se convierte en el único poder capaz de imponerse al resto. Sin ninguna oposición, extiende su brazo ejecutor hasta las mismas fronteras de Rusia, integrando en la OTAN a las repúblicas bálticas, a Polonia y otros países que formaron parte del Pacto de Varsovia. Esto lo hizo mientras Rusia no era capaz de levantar cabeza, pero Putin domeñó a los oligarcas y los puso a trabajar por la causa de la Gran Patria Rusa, su proyecto nacionalista y derechista. Comenzó su hacer Rusia grande otra vez, lo que le llevó al control de los recursos energéticos para poder utilizarlos como arma de presión en Occidente. Poco a poco, a lo largo de los primeros años de este siglo, fue consiguiendo el control de todo el país, lo que logró por todos los medios posibles a su alcance, lícitos, ilícitos, inmorales y hasta ilegales. A la par, puso al ejército ruso al nivel de hacer frente a la OTAN y lo experimentó en su patio trasero: Chechenia y Georgia.

EEUU, por su parte, siguió con su política de acorralar a Rusia, promoviendo las famosas revoluciones de colores que llevaron gobiernos “amigos” a muchos países. En Ucrania infiltró a los ultraderechistas y a los nazis del Batallón Azov, esos que ahora claman clemencia cuando han torturado, violado y masacrado a la población ucraniana en el Dombass y Mariupol. En 2014 se dieron las circunstancias y mediante el conocido como Sector Derecho, un grupo paramilitar de extrema derecha, consiguió dar un golpe de estado en los acontecimientos de Maidán y poner un gobierno amigo de Occidente. Rusia, viendo perdida su hegemonía en Ucrania, decide anexionarse Crimea, sin disparar un solo tiro, con la anuencia de una población que veía más riesgo en los nuevos gobernantes ucranianos que en Rusia. A la vez, las zonas rusófonas del Dombass pretendieron conservar su especificidad y resistieron ante las leyes del nuevo gobierno que prohibieron el ruso como lengua e ilegalizaron partidos que defendían una Ucrania plural. La deriva ultranacionalista y ultraderechista del gobierno de Ucrania le llevó al envío de tropas al Dombass que torturaron y violaron sin medida durante una guerra encubierta de ocho años.

Tras el derrocamiento de Yanukovich, gobernante prorruso, el gobierno de Ucrania quedó a merced de Occidente, sobre todo de la OTAN. Se fortaleció su ejército con mercenarios y la inclusión del nazi Batallón Azov en el ejército. Este Batallón fue instruido y equipado por la OTAN para luchar en el este contra los prorrusos. Justo antes de la guerra, Ucrania tenía unos 200.000 soldados, la mitad eran mercenarios o nazis destinados en el este para luchar contra los autonomistas del Dombass. Pues bien, desde marzo de 2021, Zelenski dictó órdenes para recuperar Crimea y sofocar la insurrección en el este. Para ello destinó la mitad de su ejército a aquella zona, la mitad nazi, mercenaria o fanatizada; los mejor entrenados por la OTAN, los mejor equipados. Cuando el 16 de febrero de 2022 dijo Biden que Rusia invadiría el día 18 fue porque esas tropas ucranianas comenzaron la ofensiva en el Dombass. Sabía Biden que eso provocaría a Rusia a intervenir. De hecho, es lo que estaban buscando desde el principio. Los documentos así lo muestran.

Un think tank de pensamiento del Pentágono, la Rand Corporation, emitió en 2019 un documento sobre previsiones del escenario en Ucrania. Proponían dos opciones: 1. Ucrania entra en la OTAN. Es la mejor opción, pues con Ucrania el cerco a Rusia está cerrado y la victoria es segura, pues misiles balísticos (el tratado que los prohibía fue abandonado por Trump) podrían llegar a Moscú en 5 minutos, sin tiempo de respuesta de Rusia, lo que llevaría a la derrota de Rusia. 2. Rusia invade Ucrania: esta opción es incluso mejor, pues permite empantanar a Rusia en una guerra que la desangre, somete a Europa a los dictados de EEUU, consigue colocar un gas que es la ruina del gobierno americano y pone a China contra las cuerdas. Por lo que parece, la segunda opción es la que se está aplicando y está dando resultado, pues la UE está noqueada, acogiendo refugiados, enviando armas y renunciando a unos recursos energéticos baratos que suponían su independencia de EEUU. Además, ahora la OTAN se compromete a comprar todas las armas que EEUU no conseguía vender, le hace el trabajo sucio a Biden y encamina a la UE hacia su nulidad como potencia estratégica global.

La situación en la que estamos es la peor posible para la UE: sometida a EEUU, dependiente de su energía y su armamento y con un conflicto armado de mal pronóstico. Cuando acabe este conflicto, si alguna vez lo hace, todo el armamento enviado allí estará disponible para que grupúsculos extremistas o simplemente mafiosos lo utilicen para desestabilizar el resto de la UE. Europa se ha adentrado en una oscura caverna de la que le será difícil salir. El ardor guerrero demostrado por sus líderes alimenta la bestia fascista, agazapada tras un aparente silencio. Uno por uno, los gobiernos que más se han significado en apoyo a los extremistas ucranianos, esos que han prohibido a los partidos políticos que han aprobado leyes racistas, irán cayendo según se produzcan las elecciones, pues la guerra radicaliza las posiciones, de modo que dejan de ser válidos los matices. Solo cabe una distinción: amigo o enemigo. Vuelve Carl Schmitt y el estado de excepción como único modo del estado tal cual. En breve veremos cómo se ilegalizan partidos, se vuelve a censurar medios de comunicación, se encarcela a los pacifistas y se arroja al ostracismo a quienes se opongan a las medidas extremas que vendrán.

Y mientras EEUU sobrevive sumiendo a Europa en la barbarie, Rusia y China se alzan como dos potencias capaces de subsistir en una alianza de apoyo mutuo que no puede más que fortalecerse. Rusia tiene los recursos y un poderoso ejército, China la financiación y un potencial tecnológico que EEUU no puede alcanzar. El próximo paso será crear dos áreas de influencia bien definidas, como las de la Guerra fría, en las que los países de África y Sudamérica tendrán que elegir (de hecho ya han elegido); en Asia está ya más o menos claro lo que sucederá. Cuando el dólar deje de ser la moneda de intercambio mundial, EEUU solo podrá subsistir como imperio extendiendo el temor; ningún imperio en la historia se ha sustentado solo en el temor.

Es España apena ver cómo la errática política exterior es capaz de romper los consensos para acercarse al amigo americano, dejando en la estacada al pueblo saharaui, dando la espalda a nuestro proveedor de gas, Argelia, y renunciando a una política autónoma. Pronto, sin el gas ruso, con el gas argelino menguando y con el gas americano por las nubes, la economía europea no será más que un pelele en manos de los vaivenes de las dos zonas de dominio, la angloamericana y la euroasiática. El brexit cobra nuevo sentido al calor de los acontecimientos que estaban por venir. España debería recordar su historia y comprobar que los intereses angloamericanos siempre han ido en su contra.

¿Qué hacer en esta situación como cristianos? No es fácil la respuesta, pero la línea marcada por el Papa Francisco parece la adecuada. Hay que exigir a Rusia que pare la guerra, pero hay que pedir a Ucrania que se declare neutral para así mantener la seguridad de ambos países. Mientras, es necesario mantener la ayuda a los refugiados y, a la par, dejar de suministrar armas que no sirven para el propósito de la paz, solo para que los intereses geoestratégicos angloamericanos se extiendan por toda la UE. De lo contrario, los monstruos liberados en Ucrania amenazan con destruir a toda la UE. Y no habrá ejército que nos pueda proteger de esos monstruos, porque, en parte, están ya entre nosotros.

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