Una fe compartida La fe en acción

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"Un día una alumna me comentó que ella quería mucho a su esposo y a Dios, y me preguntaba ¿dónde estaba Dios en su matrimonio? Yo le respondí…"

"La fe es el regalo más grande para nosotros, que nos hace ser personas alegres y confiadas en un Dios personal, que está presente en nuestra vida familiar"

"Es un regalo que debemos volver a descubrir, cultivar y testimoniar con alegría. La fe es nuestra respuesta libre"

"Es como el motor de nuestra vida, lo que le da sentido a nuestra vida, nos lleva a ser personas optimistas, llenos de esperanza"

"En el ambiente de una fe compartida será más fácil tener un encuentro profundo con nuestro esposo. Aquí dejamos caer todas las máscaras, vencemos el egoísmo, orgullo, enojo y desconfianza"

Un día una alumna me comentó que ella quería mucho a su esposo y a Dios, y me preguntaba ¿dónde estaba Dios en su matrimonio? Yo le respondí “Dios te está amando a través de tu esposo”. El Señor actúa a través nuestro, como sus instrumentos. Viviendo la fe en nuestra familia significa invitar a Jesús a entrar en nuestro corazón y en nuestra vida. La fe es fuente de toda nuestra vida religiosa.

La fe es el regalo más grande para nosotros, que nos hace ser personas alegres y confiadas en un Dios personal, que está presente en nuestra vida familiar. Nuestras costumbres, estilo de vida y forma de pensar están impregnados por nuestra fe.

El lugar privilegiado para descubrir, experimentar y poseer a Dios en el mundo es en nuestra actividad de amar. Dios está presente en toda actividad cotidiana de amar: en los juegos, el diálogo, la diversión, las peleas, y las reconciliaciones, en las muestras de ternura de los esposos, al rezar en familia.

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El amor entre los esposos es una revelación del amor de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor: 1 Jn 4,7. La fe estimula a reconocer el amor de Dios a los hombres.

Si nos amamos unos a otros, Dios habita en nosotros y ama en nosotros. El Señor vive en aquellos que le aman. Mi rostro ha de reflejar la luz de Cristo en mi esposo.

Dios me está amando a través de mi esposo. De aquí la importancia de cultivar el amor matrimonial. Por ejemplo, que le digamos a nuestro esposo/a cuánto le amamos; así estaremos integrando a Dios en nuestra vida matrimonial (fe y vida).

¿Cuándo fue la última vez que nos abrazamos? ¿Qué le dijimos a nuestro esposo, que es importante para mi?

La fe es para nosotros un regalo muy grande de Dios, pero también es una gran tarea; para que la fe crezca con fuerza, necesitamos colaborar con ella, profundizando nuestra vinculación personal con Cristo y con el Dios Trino. Entonces lo propio de la fe no es creer en ciertas verdades de fe, sino es creer en una persona, en Cristo resucitado. Es creer en su evangelio; es creer en un Dios personal, y esto nos conducirá a unirnos a Él, a su Iglesia y nos asegura tener la vida eterna.

Benedicto XVI en su carta apostólica Porta fidei nos dice: “La fe es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. La fe compromete a cada uno de nosotros a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo”.

La fe es un regalo que debemos volver a descubrir, cultivar y testimoniar con alegría. La fe es nuestra respuesta libre. Por lo tanto, hemos de cooperar en el crecimiento de nuestra fe. Viviendo y realizándola en la vida diaria. Nuestra opción creyente ha de llevarnos a una postura decidida a seguir al Señor y demostrarlo con actos de fe concretos. Pero la salvación no es nunca algo debido, sino una gracia de Dios acogida por nuestra fe.

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Por la fe nos decidimos a ser creyentes activos. El vivir en la presencia del Señor nos conduce a poner nuestra fe en acción: A amar y servir al Señor, a irradiar ese tesoro que llevamos dentro siendo testigos creíbles y gozosos del Señor resucitado, capaces de indicar la puerta de la fe a tantas personas que andan buscando la verdad, y a compartir lo más valioso que tenemos: Jesucristo, Salvador del hombre.

Conociendo que la familia es la cuna de la fe, tenemos el llamado a transmitir (encender) la fe de nuestros hijos, para que su fe nazca fuerte y se desarrolle.

Es en el hogar donde nuestros hijos podrán experimentar al Dios de la vida, en nosotros, como instrumentos del Señor, y lentamente irá surgiendo en ellos la fe.

La fe en Cristo es como el motor de nuestra vida, lo que le da sentido a nuestra vida, nos lleva a ser personas optimistas, llenos de esperanza, a confiar en el Señor, a ver la vida diaria con los ojos creyentes y a no desesperarnos frente a las dificultades y sufrimientos de la vida, como ocurrió con Bosco Gutiérrez un mexicano que estuvo secuestrado por nueve meses, en una pequeña cajuela de madera; a pesar de los sufrimientos por los que pasó, siempre mantuvo su deseo por vivir, la esperanza de ser rescatado, gracias a su fe en un Dios personal. El amor de su esposa era la razón para vivir, la fuente de energía que lo hacía vivir con esperanza. Como decía Víctor Frankl: “El hombre se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que lo espera con todo su afecto, él nunca podrá tirar la vida por la borda. Conoce el sentido, el porqué de su existencia y podrá soportar cualquier cosa”.

Como matrimonios de fe, estamos llamados a mirar la vida con optimismo, con esperanza ya que sabemos que Jesús esta siempre con nosotros; aunque parezca dormido en medio de las tormentas de la vida; él va con nosotros en la barca de la vida. Mc 4, 35.

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Recuerden que Cristo al elevar el amor de los esposos a sacramento, nos regala la gracia para crecer en el amor matrimonial. La gracia nos capacita para amar como Cristo amó a su Iglesia. Él se preocupa constantemente de nosotros, él está presente en mi vida, en todo lo que me pasa como matrimonio. Él nos habla a través de los acontecimientos de nuestra vida. Por eso nos invita a abandonarnos confiados como hijos en las manos providentes de Dios Padre. Jesús quiere que nos volvamos hacia él, confiados y le pidamos todo aquello que necesitamos.

Quería compartir con ustedes algo que nos ha marcado como matrimonio: La fe práctica en la divina Providencia. Sin la fe en Cristo y la María, no habríamos sobrellevado el dolor que experimentamos cuando perdimos nuestro hijo o cuando faltó el trabajo. Sin las vivencias que les describí más arriba, no habríamos descubierto su plan de amor para nosotros. Su deseo de hacernos felices para siempre, ya desde ahora. Esto es para nosotros fuente de seguridad y alegría. Mt 6, 35, 31, que nos ha llevado a depositar toda nuestra confianza en Jesús, que nunca nos ha defraudado en estos maravillosos 25 años de casados. Él es la roca firme donde construimos nuestro matrimonio. Mt 7, 21.

También nuestra fe en Cristo ha de hacernos luchar por mantener vivo nuestro matrimonio para siempre y no hasta que me aburre, o me enamore de otra persona.

La imagen del pozo ayuda mucho en la vida matrimonial. Nosotros sabemos que para vivir en el desierto hay que saber cavar un pozo. Al comienzo el agua sale cristalina y luego comienza a escasear o sale turbia. Frente a esto hay dos opciones: una, salir a buscar nuevos pozos y otra, ahondar mi propio pozo, allí donde un día encontré agua fresca y cristalina, que tanto me gustó.

Como matrimonios creyentes tenemos la esperanza de re encontrar el amor, el gozo, allí donde un día lo encontramos.

La idea de ahondar el pozo tiene enormes aplicaciones a nuestra vida matrimonial, ya que nos lleva a mantener el amor matrimonial joven, lindo y lozano, con atractivo. Reconquistar el tiempo de noviazgo, a redescubrir un tesoro en el esposo, y no detenerse a criticar sus defectos. Uno de los caminos que les sugiero para crecer en el amor matrimonial es el cultivo del amor a través de la oración. De gastar tiempo juntos. regalarse el uno al otro, y respetarse siempre.

En el ambiente de una fe compartida será más fácil tener un encuentro profundo con nuestro esposo. Aquí dejamos caer todas las máscaras, vencemos el egoísmo, orgullo, enojo y desconfianza. Mientras más cerca estemos de Dios, será más fácil perdonarse y apoyarse en las caídas, comprendernos; abrirnos de corazón y regalarnos mutuamente como esposos, porque nuestro vinculo está en Dios.

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