Sacerdote en fidelidad a Dios y al hombre

1. Ante todo, os invito a tomar conciencia de que lo que va suceder en esta celebración está situado en la Eucaristía. No podía ser de otro modo, porque es fuente y culmen de la vida sacerdotal, es su medio y su fin. Todo en la vida del sacerdote está trabado en la Eucaristía (cf PO, 5), lo que hace de él “pan partido para la vida del mundo”. Compartimos también este acontecimiento en una fiesta especialmente significativa. Solemnemente celebramos a los dos apóstoles que consideramos fundamento de nuestra fe: Pedro y Pablo. Realmente, querido Paco, es una providencia del Señor ser ordenado sacerdote en este día. Por eso, es preciso que busquemos el significado que esta fiesta tiene para tu vida.

2. Por encima de las diferencias que podamos encontrar en la vocación y en la misión de los apóstoles Pedro y Pablo, hay un rasgo común que yo quiero referirlo a tu vida: los dos son testigos de gratitud al Señor porque ha estado a su lado en el duro combate del Evangelio. San Pablo acaba de contar su propia experiencia en la segunda carta a Timoteo. Mirando hacia atrás en su vida, y con toda seguridad recordando el primer amor, todo lo ve con agradecimiento al Señor, sobre todo “porque le ayudó y le dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje”. Reconoce, eso sí, que su vida ha sido un combate y una carrera hacia la meta, pero puede afirmar que, a pesar de todas las dificultades, ha mantenido la fe. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos ha contado esa misma experiencia, pero en la vida de Pedro. También él tuvo que soportar el duro combate del Evangelio y también para él se manifestó la protección de Dios. El primero de los Apóstoles es encarcelado por el desagrado que su predicación causaba a los judíos. Pero con él estaba la mano protectora de Dios, para que no se interrumpiera la misión esencial del que es cabeza de la Iglesia.

3. Desde estas dos experiencias de Pedro y Pablo, y desde las de los santos y santas de Dios que vamos a invocar en las letanías, para que sean tus protectores y testigos, te digo: entra con confianza en la vida sacerdotal que hoy inicias. Es verdad que te espera un combate, pero es un combate de entrega, de servicio, de generosidad, de profundo amor hacia tus hermanos y, sobre todo, de fidelidad al Señor. Tu obispo y los que desde hoy van a ser tus hermanos en el presbiterio te decimos por experiencia: siempre estarás protegido por Aquel que le da forma a tu vida. “Conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”. Y cuando decimos cruz, decimos amor, mucho amor, infinito amor.

4. En efecto, tú serás sacerdote de Jesucristo y, por tu persona pasará el amor gratuito de Dios hacia tus hermanos. Tu vida, a partir de hoy se convierte en un misterio de mediación en favor de todos aquellos a los que vas a servir en tu ministerio sacerdotal. Este precioso misterio de tu vida, también será para ti una enorme responsabilidad: el sacerdote es elegido, consagrado y enviado para hacer eficazmente actual la misión eterna de Cristo, de quien se convierte en auténtico representante y mensajero” (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 8).
“El misterio del sacerdocio de la Iglesia está en el hecho de que nosotros, míseros seres humanos, en virtud del Sacramento del Orden podemos hablar con el “yo” de Cristo; podemos actuar in persona Christi”. (Benedicto XVI, misa crismal, 2006) Cuando pronuncies sus mismas palabras, recuerda que sólo él puede decir: “esto es mi cuerpo”, “este es el cáliz de mi sangre” o “yo te absuelvo de tu pecados”. Jesús ejerce su sacerdocio a través de tu persona. A pesar de todo, no pierdes nada de tu condición humana, al contrario quedas enriquecido por tu vida en Cristo.

5. Todo lo que hoy va a suceder en ti, cada cosa que suceda, cada gesto que hagas o recibas, sitúalo en esta incorporación al misterio de Cristo, en la misión de Cristo que tú vas a continuar. El Señor va a ungir tus manos porque quiere utilizarlas al servicio de su amor a los hombres, al servicio de la vida, al servicio de la alegría y la esperanza de los seres humanos. El Señor va a imponer su mano sobre ti para darte toda su confianza: para que proclames con autenticidad su Palabra y para que renueves sus gestos de perdón y de ofrecimiento de salvación con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía. Vas a recibir la patena y el cáliz, y así es cómo te transmite Jesús el misterio más profundo de su persona. Hasta la casulla que te vas a poner por primera vez te incorpora a Cristo y a su misión. Esta prenda representa el yugo llevadero y la carga ligera de Aquel que es manso y humilde de corazón; y eso te ha de recordar que, cada vez que vistas este precioso signo sacerdotal, te has de identificar con la cruz del Señor y has de ser servidor de tus hermanos.

6. No te olvides nunca que “ser sacerdote significa ser amigo de Jesucristo, y serlo cada vez más con toda nuestra existencia, dejando que él la enriquezca. Recuerda que Jesucristo es la única luz para comprender plenamente el misterio del hombre, la verdad del hombre, la vida del hombre” (cf. GS 22). “El mundo tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre”. (Benedicto XVI, homilía misa crismal 2006). Eso significa que el sacerdocio de Cristo hay que comprenderlo en una doble fidelidad: a Dios su Padre y a sus hermanos los hombres. Por lo tanto, el nuestro ha de moverse necesariamente en la armonía de esta doble fidelidad.

7. Sólo en el horizonte de Dios se sirve de verdad al hombre. Por eso, apuntala tu vida en Dios, consciente de que Él es la única riqueza que las personas desean encontrar en un sacerdote. (Benedicto XVI, discurso a los participantes en la Plenaria de la Congregación del Clero (16 de marzo de 2009). A la gente le da lo mismo si somos más altos o más bajos, más listos o más torpes, más guapos o más feos; lo que la gente quiere de nosotros es que seamos hombres de Dios, y que eso lo mostremos, sobre todo, en la ternura y en la misericordia con la que servimos a nuestros hermanos.

8. Cultiva siempre tu relación con Dios, tu intimidad con él. Acércate cada día el amor de Dios y acógelo como los israelitas recogían el maná en el desierto. Cuida con esmero la oración en todas sus expresiones y en todos sus detalles. Y no olvides de que poner los ojos en el Señor no nos despista del servicio a los hermanos; del mismo modo que el ministerio no nos aleja de Dios, sino que nos santifica. Si no se ve en el rostro de Dios a los hermanos, traicionamos el sacerdocio de Cristo; pues te insisto en que nuestro sacerdocio, como el suyo, se ha de situar en la armonía de la fidelidad a Dios y al hombre. Como se nos acaba de decir en un precioso documento de la Santa Sede, los sacerdotes tenemos que huir de una visión meramente funcional de nuestra vida. Y pone como ejemplo de esa clara reducción del ministerio el ver al sacerdote solamente “como un agente social”, o, por el contrario, el verlo sólo “como un gestor de ritos sagrados”. Una visión y otra, por separado, reducen la vida del presbítero a un mero cumplimiento de deberes y ambas reducen su horizonte si no armonizan lo humano y lo divino.

9. Para que no haya desvíos en tu vida sacerdotal hacia planteamientos erróneos o equivocados, te recuerdo que “el ímpetu misionero forma parte constitutiva de la existencia del presbítero” (Sacramentum caritatis, 85). Todos los sacerdotes debemos tener corazón y mentalidad de misioneros, para estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo (cf RM, 67). Esto, además, hay que hacerlo con la novedad de los tiempos y de las circunstancias, que piden que la evangelización sea nueva. El mandato del Señor nos sigue urgiendo con intensidad en nuestro tiempo, nos invita a anunciar el Evangelio de Jesucristo con una pasión que rompa moldes en los medios y en los estilos, pues los actuales a veces están muy alejados de lo que se espera de nosotros. Es necesario comprender que los sacerdotes somos misioneros y que, por fidelidad al mandato de Cristo, hemos de ir al corazón del mundo, y entrar en él para explorar con los ojos y el corazón de Dios, que siempre serán de misericordia, lo que está sucediendo en las entrañas de la vida de la gente.

10. Querido Paco, estoy seguro de que, por vocación personal, nunca te va a faltar la sensibilidad misionera con un fuerte toque social. No tengo ninguna duda de que sabrás ver todos los problemas humanos y sociales que haya allí donde ejerzas el ministerio; y también sé que vas a estar muy atento a las demandas espirituales que lleven en el corazón los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Estoy convencido de que te dolerá el menosprecio a la vida en cualquiera de sus manifestaciones. Y sé que te herirá profundamente la corrupción de la mentalidad social, que siempre, por ser un obstáculo para la dignidad del ser humano, lo será también para la fe. No pierdas nunca el sentido de la realidad que te rodea, porque, aunque no es lo esencial del sacerdocio, sin conocer la verdad del mundo, en lo bueno y en lo malo, no se puede ser misionero y, por tanto, no se puede ejercer adecuadamente el ministerio sacerdotal. Pero te insisto, Paco, las cosas de Dios y las más humanas, siempre han de ser tratadas con una profunda armonía, la que le da la vida en Cristo. De no ser así, siempre correrás el peligro de que se produzcan desajustes que empobrezcan tu vida sacerdotal.

11. Y para terminar, quiero decirte que sitúes siempre tu sacerdocio en el misterio de la Iglesia. Se puede decir que tu fidelidad de cada día dependerá mucho de tu apego a la Iglesia. Por ella pasa tu vida en lo humano y en lo divino; por ella pasa el calor de tu ministerio. Si antes te he dicho que los fieles quieren ver en ti a un hombre de Dios, también quieren percibir en ti a la Iglesia, la sencillez de la Iglesia, la cercanía de la Iglesia, el servicio de la Iglesia, la actitud samaritana de la Iglesia.
Entre los gestos que van a tener lugar en tu ordenación, hay uno especialmente significativo: se trata del encuentro fraterno de nuestras manos. Por él tu sacerdocio se vinculará a tus obispos para siempre. Este gesto, más allá de la visión reducida que a veces tenemos de él, significa tu vínculo permanente, ad vitam, para toda la vida, con la Iglesia universal. Este gesto abre tu sacerdocio a la Iglesia y lo vincula a ella para siempre. En el encuentro de tus manos con las del obispo que te ordena tu ministerio sacerdotal se sitúa en la misión de la Iglesia apostólica, en la de Pedro y en la del Colegio Apostólico, que hoy para ti es la del Papa Francisco y la del Obispo Amadeo. Aprovecho para felicitar en nombre de todos, con especial calor y gratitud, a nuestro Santo Padre el Papa Francisco por la ilusión y la esperanza que está abriendo en la Iglesia.

12. Dale también a tu vida un toque mariano. Nosotros ponemos hoy tu sacerdocio en las manos de la Madre de los sacerdotes, a la que tú has venerado con especial amor como la Inmaculada Concepción y la Virgen de los Dolores.

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Plasencia
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