La biografía de Benedicto XVI a cargo de Seewald es una gran interpretación de un pontificado crucial El Papa que no era un ogro

Benedicto XVI
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'Benedicto XVI. Una vida', de Peter Seewald, más que el relato sobre la vida del papa emérito, parece su vida misma

El periodista y escritor alemán propone un retrato pormenorizado de la trayectoria de Ratzinger construido desde la solidez documental y una clara empatía 

Al llegar a cierta edad, Ratzinger soñaba con retirarse y dedicar su tiempo a los estudios. El destino, sin embargo, iba a colocarle como capitán en la nave de San Pedro

Con Ratzinger no estaremos siempre de acuerdo en todos y cada uno de sus planteamientos, pero no podremos dejar de reconocer su integridad, su inteligencia y su grandeza

El mapa que imaginó Jorge Luis Borges era tan grande como el territorio que representaba. Casi, casi, algo similar sucede con Benedicto XVI. Una vida (Mensajero, 2020), la hercúlea biografía del periodista Peter Seewald, que más que un relato sobre la vida de su personaje parece la vida misma. Seewald llevaba más de un cuarto de siglo cubriendo la actividad del papa Ratzinger, al que ha entrevistado en numerosas ocasiones. Ahora propone un retrato pormenorizado de su trayectoria construido desde la solidez documentaly una clara empatía, con una admiración que, en este caso, no significa ceguera. En el camino, el lector encontrará que muchas de las cosas que creía saber saltan por los aires a fuerza de información contrastada y sentido común. 

Papa emérito Benedicto XVI.

El primer mito cuestionado es el del pontífice reaccionario. ¿Campeón del oscurantismo un pensador convencido de que la fe y la razón no se oponen? Sus enemigos aceptan como verdad evidente su hostilidad a la renovación del Vaticano II, convencidos de hallarse frente a un peligroso involucionista. Ratzinger, en realidad, puso su brillantez teológica al servicio del Concilio, que desde entonces no ha dejado de reivindicar como un momento decisivo en la vida de la Iglesia. La gran cuestión es discernir en qué consistió esa famosa puesta al día. Unos la tomaron como un punto de partida, otros como un punto de llegada. En el resultado final, producto de una transacción entre progresistas y conservadores, los cambios tuvieron un peso formidable pero también la continuidad, expresada en más de un millar de referencias al magisterio de Pío XII. No existe, por tanto, una sola línea conciliar. La de Ratzinger consistió en ser ceñirse a los textos frente a los que relativizaban lo escrito para ser fieles al espíritu. No está, por tanto, del lado de tradicionalistas como Monseñor Lefebvre ni de los que propugnaban una revolución al estilo de los teólogos liberacionistas.  

Se ha dicho que el futuro Benedicto XVIvivió de una forma traumática Mayo de 1968. La rebeldía estudiantil le habría afectado de tal forma como para transformarse en un conservador recalcitrante. Según Seewald, esta teoría carece de fundamentoo. Hay un solo Ratzinger, siempre en coherencia consigo mismo. La teoría del supuesto “trauma” procedería de Hans Küng, primero su amigo, más tarde su rival. Nuestro biógrafo no retrata al teólogo suizo con demasiada simpatía: lo dibuja como un hombre vanidoso y egocéntrico, siempre dispuesto a sembrar cizaña valiéndose de una utilización muy hábil de los medios de comunicación. 

Hay un solo Ratzinger, siempre en coherencia consigo mismo. La teoría del supuesto “trauma” que le provocó el Mayo del 68 procedería de Hans Küng, primero su amigo, más tarde su rival

En cierto sentido, Juan Pablo II y Ratzinger, su prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, formaban una extraña pareja. Uno, expansivo y carismático, se movía como pez en el agua los baños de multitudes. El otro, un “empollón” retraído, prefería la tranquilidad de los libros. Por eso mismo, al llegar a cierta edad, soñaba con retirarse y dedicar su tiempo a los estudios. El destino, sin embargo, iba a colocarle como capitán en la nave de San Pedro. En ese momento crucial, debió sentir que el mundo se le caía encima. En los años siguientes tuvo que asumir complicadas tareas de gestión para los que no estaba bien preparado. Se enfrentó, mientras tanto, a escándalos como el de los curas pederastas o las filtraciones del vatileaks. La prensa, mientras tanto, ofrecía de su persona no un retrato sino una caricatura grotesca. Seewald se muestra muy crítico con toda una cohorte de reporteros que sacrificaron la exactitud informativa al sensacionalismo fácil. Contra lo que muchos esperaban, la estatura de Benedicto XVI creció entre todas estas adversidades. 

Los que viven como él la pasión intelectual, siempre encontrarán una manera de retirarse a la privacidad para escribir. ¿Hizo mal dedicar tiempo a su cristología mientras gobernaba la Iglesia? Para él, la teología constituía también una forma de servicio. Estaba convencido de que se necesitaba una clarificación doctrinal en un tiempo de incertidumbre. El testimonio de los católicos, a su juicio, no debía pasar por la adaptación a las ideas del mundo sino por la lealtad a su propio legado. Uno puede decir, si quiere, que esta no es la postura más idónea en pleno siglo XXI. Desde otra óptica, por el contrario, no contemplamos a un personaje obtuso sino a un hombre valiente, un hombre al que no le importan los concursos de popularidad. En lugar de ceder a los dictados de la moda prefiere vivir según sus propios principios aunque eso signifique un gesto tan insólito como el de su propia renuncia. 

Un examen atento de los hechos evidencia que la sintonía entre Francisco y Benedicto XVI no es solo personal sino también ideológica

El tópico extendido desde medios progresistas presenta al papa actual, Francisco, como un progresista, casi un revolucionario, en abierto contraste con su antecesor. ¿El bueno frente al malo? Un examen atento de los hechos evidencia que la sintonía entre los dos pontífices no es solo personal, también ideológica. Seewald proporciona datos expresivos que demuestran que tanto uno como otro miran al futuro sin perder de vista el pasado. Están de acuerdo en puntos cruciales, como la condena de lo que denominan “dictadura del relativismo” o la afirmación de que un creyente debe confesar explícitamente a Jesucristo. De otro modo, la Iglesia correría el peligro de ver desvirtuada su auténtica misión para convertirse en un organismo simplemente asistencial, una especie de ONG.

Como toda obra de gran envergadura, el libro de Seewald no se libra de contar con algún punto discutible. Afirma, por ejemplo, que Benedicto “fue el último Papa que conoció de primera mano el terror del mal en el siglo XX”. Bergoglio, su sucesor, no vivió bajo el nazismo pero sí en tiempos de la dictadura argentina. No obstante, más allá de cuestiones de detalle, lo que importa es que nos hallamos frente una gran interpretación de un pontificado crucial. Seewald, además, alcanza de sobra el objetivo de buen biógrafo: crear la ilusión de que conocemos al protagonista. Con Ratzinger no estaremos siempre de acuerdo en todos y cada uno de sus planteamientos, pero no podremos dejar de reconocer su integridad, su inteligencia y su grandeza. 

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