Resurrección

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(La ascensión de Cristo, Salvador Dalí)

Normalmente, no acostumbro a escribir entradas en este blog de forma tan seguida, pero la ocasión lo requiere. No podía dejar de escribir algo relacionado con el día de Resurrección tan atípico que estamos viviendo. Sobrecogen a diario las noticias que nos llegan en los informativos, como también lo hacen las imágenes que estos días podemos ver en televisión o en redes sociales del Papa Francisco celebrando la liturgia de esa forma tan atípica ante una basílica de San Pedro prácticamente vacía pero con miles y miles de devotos o curiosos al otro lado de sus pantallas esperando recibir un gramo de esperanza o, simplemente, apreciando el espectáculo artístico que supone la celebración.

Si en el post anterior hablaba de que lo habitual era referirse a la música de Johann Sebastian Bach para hablar de música en estas fechas, hoy quizá lo más común y esperado sería hablar de la Sinfonía Nº 2 de Gustav Mahler Resurrección. Sin embargo, no lo voy a hacer. Como expliqué en la bienvenida a este espacio, mi objetivo es dar a conocer también música de nuestros tiempos relacionada con lo religioso y/o espiritual. Es por ello que hoy os voy a hablar del compositor James Macmillan y su St. John Passion.

James Macmillan es un compositor y director de orquesta escoces naido en 1959. Se formó en la Universidad de Edimburgo, en la Universidad de Durham y en la Universidad de Mánchester. Tras comenzar a ser reconocido en Gran Bretaña y Escocia, es con la obra Veni, Veni, Emmanuele cuando recibe un reconocimiento internacional en 1992. A partir de este momento comienzan a llegarle encargos de las orquestas y solistas más reputados del panorama internacional, como la Orquesta Sinfónica de Boston o M. Rostropóvich.

Uno de los rasgos más importantes de James Macmillan y que por supuesto afecta a su música es que es un católico devoto y lo ha mostrado públicamente. Además, se ha posicionado en un tema controvertido como es el cómo debe ser la música litúrgica católica en la actualidad. Desde su punto de vista -el cual comparto plenamente- este tipo de música se ha convertido en algo naif.

Macmillan ha compuesto música para todo tipo de formaciones instrumentales.

Hoy os traigo, como decía en líneas anteriores, la St. John Passion. La obra, por supuesto, es más larga que el enlace que dejo al final del post, pero yo he preferido seleccionar este fragmento final correspondiente a la parte 2, número 10, llamada Sanctus Inmortalis, Miserere Nobis (el cual me gusta traducir como Espíritu inmortal, ten piedad de nosotros) para ilustrar este día de Resurrección que vivimos.

El fragmento, como es lógico y evidente, cobra todo el sentido si se ha escuchado todo lo anterior. Sin embargo, si no estamos muy acostumbrados a este tipo de música, puede resultar un poco “duro” al principio entrar en ella. No obstante, el compositor nos deja tantos recodos de luz que el profundizar en la obra resulta realmente placentero.

Entrando de pleno en la propuesta sonora para hoy, atibaremos que los compases iniciales de este movimiento nos adentran en una especie de danza lenta fúnebre hasta que los violonchelos y las violas se van abriendo camino poco a poco con un lenguaje plenamente tonal y consonante. En un momento determinado (minuto 2.24 si seguimos el enlace propuesto) Macmillan parece evocar a Richard Wagner, en concreto el preludio de Tristán e Isolda como si de forma velada quisiera presentarnos la muerte… Sin embargo, nunca llega a resolverse el pasaje tal cual hará Wagner en el preludio de su obra. Discurre por otros derroteros. Continúa el diálogo, cruzado ahora en las cuerdas tensándose cada vez más la sonoridad con una expresión prácticamente expresionista. A partir del 4.17 e van sumando los vientos al discurso sonoro para, súbitamente, desaparecer hasta que los timbales acompañados por un crescendo, rompen con el el descenso. Entonan los metales su funesta fanfarria, pero de nuevo sin culminar. Todo deja paso, de nuevo tras una breve desintegración instrumental, a las cuerdas que buscan otra vez esa línea de ascenso. Entramos a partir de aquí en un punto interesante (5.56).

Se produce algo mágico. Por un lado, podemos una línea, un coral absolutamente tonal que va emergiendo, como una luz filtrada a través de un tul que va cayendo y muestra poco a poco un bello cuerpo desnudo. Tras ello, unas sonoridades en lo que podemos definir como politonalidad marcada por trompetas en el registro agudo y los vientos (es decir, cuando hay varias tonalidades juntas sonando a la vez) produciendo un efecto sonoro poliédrico. El efecto es brutal. Como un rayo de luz esperanzadora que emerge sí o sí, con todas las consecuencias. Tras ello, a partir del minuto 7.00 volvemos a entrar en un periodo de desintegración que nos lleva de nuevo a esa fallidamente resuelta (entiéndase el término en el contexto) referencia a Tristán.

El fragmento, y la obra en sí, se cierra con la aparición, nuevamente, de la danza lenta funesta cerrada por el corno inglés acompañado de las trompas. Al final, parece que las campanas nos invitan a desvanecernos y resurgir con la música como en un resucitar del espíritu.

Ojalá toda esta desgracia que estamos viviendo sirva o tenga como resultado final y global una resurrección del espíritu. Una resurrección de las personas por delante de la economía. Una resurrección el humanismo por encima del egoísmo individual. Una resurrección de la cultura y el arte por encima y más allá del entretenimiento. Una resurrección de la unión con la naturaleza, del respeto a la naturaleza, del servicio a la naturaleza. Una resurrección del origen de nuestro ser que hemos dejado enterrado a lo largo de estas últimas décadas confinando en él nuestra grandeza y fuerza interior. Una resurrección que no recoja los despojos, sino que ayude a emerger nuestra verdadera existencia en un nuevo modo de vivir.

https://www.youtube.com/watch?v=pL61wyHyyWI

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