"¿Si Munilla no vale para San Sebastián, porqué iba a cuajar en la diócesis levantina?" José Ignacio Munilla, el obispo malquerido

José Ignacio Munilla
José Ignacio Munilla

"Cuando se hizo público su nombramiento, los curas casi en bloque se rebelaron y publicaron un comunicado explícito y publico, en el que el 77% de los sacerdotes guipuzcoanos aseguraba que su nombramiento les había causado 'dolor y profunda inquietud'"

"Desde la llegada al solio pontificio de Francisco, el modelo vieja guardia de Munilla chocaba también frontalmente con las tendencias y las directrices que venían de Roma y que él se negaba a asumir de verdad"

"Con Munilla encastillado en su mitra, Roma se debatía entre dos extremos: sacarlo de San Sebastián sin promoverlo a arzobispo y sin humillarlo demasiado"

"Roma se decidió, por fin, a recuperar la paz religiosa en San Sebastián, sacrificando a uno de los obispos que más 'odium plebis' cosecha"

Acaba de decir el Papa Francisco que el obispo que vive instalado en la soberbia, que no tiene capacidad de escucha, que no goza de buena fama y que está permanentemente bajo sospecha debe renunciar a su cargo. No puede pastorear una diócesis quien no es aceptado por las ovejas. Desde que llegó a San Sebastián (va a hacer 11 años el próximo mes de enero), a monseñor José Ignacio Munilla le llaman el 'obispo malquerido'. No lo quiere la inmensa mayoría del pueblo donostiarra ni el 80% de su propio clero.

Roma lo sabe y, desde la llegada de Francisco al solio pontificio, estuvo esperando que el prelado, en un arranque de humildad, presentase su renuncia. Pero, mal asesorado por su claque y endiosado por el apoyo de una cohorte de ultracatólicos a los que guía telemáticamente, nunca llegó a hacerlo. Como no podía pastorear a los suyos, se dedicó a la 'pastoral de suscriptores', personas que le siguen por las redes o a través de Radio María o la EWTN, el canal “del diablo”, según el Papa. De hecho, a todos ellos mandaba este mensaje en clave el día en que le comunicaron su nombramiento:

Munilla
Munilla

Conscientes de su soberbia, las altas instancias vaticanas pusieron en marcha todo tipo de intentos para sacarlo de Donosti. Por ejemplo, estuvo prácticamente nombrado obispo de Plasencia, pero su traslado lo paró el presidente del Dicasterio de Obispo, el conservador cardenal Ouellet, por considerarlo 'demasiado humillante'.

Además, cada vez que los nombres de Munilla o de Martínez Camino suenan como eventuales titulares de una diócesis, se levanta un clamor clerical y popular, pidiendo la revocación de sus nombramientos. Otra muestra más de que son obispos malqueridos.

Con Munilla encastillado en su mitra, Roma se debatía entre dos extremos: sacarlo de San Sebastián sin promoverlo a arzobispo y sin humillarlo demasiado. Y es que en una institución tan jerarquizada como la eclesiástica, rige un estricto escalafón. Hay diócesis de entrada, de ascenso y de término, y San Sebastián pertenece a esta última categoría. Y los obispos que ya ocupan una diócesis de término no 'pueden' bajar a otra de inferior rango o de entrada.

Munilla lleva ya 15 años con la mitra a cuestas, tras haber sido consagrado el 10 de septiembre de 2006 obispo de Palencia por el entonces Nuncio de Su Santidad en España, Manuel Monteiro de Castro. Un obispo, por tanto, con experiencia y recorrido que, de la capital castellana pasó (por obra y gracia del cardenal Rouco, que quería cambiar radicalmente el rumbo social y eclesial de la Iglesia vasca) a obispo de San Sebastián.

Munilla y Fratini

No llegaba con buen cartel. En Palencia ya había hecho de las suyas y se había significado como un prelado ultraconservador y de tintes homófobos. De hecho, el mismo día que tomó posesión de la diócesis donostiarra (8 de enero de 2010), miembros de colectivos y asociaciones Lgtbi del País Vasco se concentraron en el exterior de la catedral, para protestar contra su designación, con una pancarta en la que podía leerse “Vuestro cielo es nuestro infierno”.

Unos meses antes, cuando se hizo público su nombramiento, los curas casi en bloque se rebelaron y publicaron un comunicado explícito y publico, en el que el 77% de los sacerdotes guipuzcoanos aseguraba que su nombramiento les había causado “dolor y profunda inquietud”. Por eso, añadían: “Manifestamos nuestra disconformidad y desaprobación con la intencionalidad y el procedimiento seguidos en el nombramiento de D. José Ignacio Munilla como obispo de nuestra diócesis”.

Y, a continuación, enumeraban las razones de este rechazo. Primero, porque, a la hora de elegir al sucesor de monseñor Uriarte, no se les tuvo en cuenta ni se respetó “el sentir de nuestra iglesia diocesana y sus organismo pastorales”.

Pero los curas no sólo criticaban el procedimiento, sino también las intenciones que, a su juicio, se buscaban con tal designación. Y es que los sacerdotes guipuzcoanos percibían ya entonces el nombramiento de Munilla como “una clara desautorización de la vida eclesial de nuestra diócesis y también como una iniciativa destinada a variar su rumbo”.

Munilla

Más aún, el comunicado de los curas descalificaba personalmente al nuevo obispo. “Conocemos de cerca la trayectoria pastoral de D. José Ignacio Munilla como presbítero, profundamente marcada por la desafección y la falta de comunión con las líneas diocesanas”.

Y esto es lo que más temían los curas de San Sebastián: que el nuevo obispo cambiase “la línea pastoral seguida hasta ahora por la diócesis”. Un modelo de Iglesia que los curas simplificaban así: “Una línea pastoral y un estilo eclesial en fidelidad al espíritu del Concilio Vaticano II”.

Desgraciadamente, sus temores se confirmaron con creces. El tiempo les ha dado la razón y, en esta década, Munilla ha impuesto su propio modelo pastoral, personalista y alejado del Vaticano II. Un modelo que, durante todo este tiempo, chocó con las fuerzas vivas pastorales, acostumbradas a la dinámica pastoral colegial y corresponsable de sus dos obispos anteriores: José María Setién y Juan María Uriarte.

Desde la llegada al solio pontificio de Francisco, el modelo vieja guardia de Munilla chocaba también frontalmente con las tendencias y las directrices que venían de Roma y que él se negaba a asumir de verdad. Y lo hacía con abierto descaro. Simulaba estar con el Papa, utilizando algunos términos ya clásicos de su pontificado, como 'Iglesia en salida' o 'periferias', mientras imponía, sin diálogo y sin el menor atisbo de sinodalidad, un sistema pastoral cada vez más rígido, menos democrático y corresponsable.

Munilla

Con un control férreo sobre personas e instituciones, Munilla consiguió rodearse de un grupo de afines. Unos, de fuera de la diócesis y de su cuerda: los círculos más ultracatólicos. Otros, de dentro, que por 'tocar poder' cambiaron de chaqueta. Y algunos que se plegaron, para dar continuidad a la estructura diocesana, aunque no estuviesen de acuerdo con sus planteamientos.

La mayoría clerical discrepante se cansó de luchar, harta de no ver salida a la situación. De tal forma, que, aún ahora, les cuesta creer que se vaya. Pero todo llega y Roma se decidió, por fin, a recuperar la paz religiosa en San Sebastián, sacrificando a uno de los obispos que más 'odium plebis' cosecha.

Munilla, en el EWTN

La contrapartida es que Munilla va a aterrizar en Orihuela-Alicante, donde tanto curas como fieles comienzan ya a preguntarse: ¿Si Munilla no vale para San Sebastián, porqué iba a cuajar en la diócesis levantina? ¿No se trata, más bien, de un traslado del problema? ¿Qué culpa tiene los alicantinos de que Munilla no sea capaz de presentar su renuncia y de que Roma no sepa cesar obispos? Esperemos que, por el mayor bien de la gente, Munilla aprenda de sus errores, se ponga a la escucha y sea realmente obispo de todos los alicantinos.

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