Por su impagable servicio de tantos años a la reflexión teológica y al 'santo pueblo de Dios' José M. Vidal: "Castillo fue un gran teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un cielo de persona"

Castillo
Castillo

"Pepe era una persona especial, que llamaba la atención por su sabiduría, por su empatía y por su humildad, pero sobre todo porque se hacía querer"

"Eran tiempos de invierno eclesiástico y Castillo decide salir de la Compañía físicamente, sin dejar nunca de pertenecer afectiva y realmente a ella. Otro jesuita sin papales, en la estela de José María Díez Alegría"

"Porque ésa fue siempre la gran virtud de Castillo: saber divulgar. Saber colocar los grandes conceptos teológicos al alcance de la gente sencilla. Todo un don y una virtud que sólo está al alcance de los más sabios y de los más grandes"

De repente y en silencio, sin hacer ruido. Así se fue el teólogo José María Castillo. Se fue a los brazos del Padre como vivió, con una humildad absoluta que no suele ser habitual en los grandes pensadores. Se fue, pero deja un recuerdo imborrable en sus muchos amigos y en tantísima gente que se alimentó de sus conferencias y de sus numerosos libros y hasta de sus innumerables folletos de Teología Popular. Se fue tras cumplir con un impagable servicio de tantos años a la reflexión teológica en profundidad y divulgativa para todo el ‘santo pueblo de Dios’.

Como periodista y director de RD he conocido a decenas de teólogos españoles y extranjeros. Pero con pocos he conectado tan en profundidad como con Castillo. Tanto a nivel personal como profesional. Porque Pepe era una persona especial, que llamaba la atención por su sabiduría, por su empatía y por su humildad, pero sobre todo porque se hacía querer.

Te regalamos ‘Informe RD – Claves del Sínodo de la Sinodalidad’

Castillo
Castillo

Un hombre que mezcló sus humildes orígenes en Puebla de Don Fadrique con un brillante recorrido eclesiástico y, sobre todo, teológico, modelado por su ser y hacer jesuítico.

Un recorrido largo y apretado, que le permitió ser memoria viva de la Iglesia española del postconcilio, una etapa que vivió a fondo, en la misma Roma, como perito del cardenal Tarancón. Allí se codeó con los grandes teólogos centroeuropeos de la época y ayudó a la jerarquía española más abierta a desmontar su teología preconciliar y acompasar su tarea pastoral a los nuevos vientos conciliares.

Esa misma jerarquía que, en los 80, cuando cambian los aires de Roma y el Concilio se congeló por mor de la involución, a Castillo (y a otros muchos, como Juan Antonio Estrada o Benjamín Forcano) le retiró la venia docendi y le destituyó como profesor de la Facultad de Teología de Granada. Sin juicio, sin posibilidad de defensa, sin que nadie le dijese jamás cuál fue el motivo exacto de su destitución.

Represaliado y marginado oficialmente, Castillo no tiró la toalla y siguió en la brecha teológica. La investigación no se la pudieron prohibir y la docencia que le quitaron en España se la dieron en la Universidad Centroamericana de San Salvador, junto a su amigo y compañero Ignacio Ellacuría, y en contacto con los pobres de Latinoamérica. La Compañía de Jesús, entonces en el punto de mira de la Curia romana, maniobró con su clásica astucia y circunvaló la prohibición docente de Castillo en España, trasladándolo a Centroamérica.

Castillo

Al final, pasados los años, la rectitud moral de Castillo no le permitía seguir jugando a dos aguas. Era consciente de que su Compañía no podía ir más allá en el pulso con Roma y sabía perfectamente que sus libros, charlas, conferencias y entrevistas podían ser utilizadas por los enemigos para atacar a los jesuitas (que, con Arrupe al frente, estaban pasando su particular calvario romano). De hecho, en 1980, Castillo es apartado de la docencia y, en 1981, el Prepósito General, Pedro Arrupe, sufre una trombosis y unos días después Juan Pablo II interviene la Compañía y nombra interventor de la misma al padre Paolo Dezza.

Eran tiempos de invierno eclesiástico y Castillo decide salir de la Compañía físicamente, sin dejar nunca de pertenecer afectiva y realmente a ella. Otro jesuita sin papales, en la estela de José María Díez Alegría.

El teólogo se quedó sin el respaldo de su congregación, pero, al fin, voló totalmente libre, acompañado de sus innumerables seguidores y, además, con la suerte de encontrar a Margarita, la mujer que, a partir de entonces, compartió su vida, le enseñó a amar en lo concreto, le cuidó y le mimó, para que pudiese seguir volando.

Que fue un gran teólogo, no lo discute nadie. Tiene obra y obra consolidada. Quizás haya sido uno de los mejores especialistas mundiales en sacramentos. Pero, a mi juicio, su mayor virtud fue la de no haberse quedado, como otros muchos de sus compañeros, en ser un mero teólogo de gabinete.

Teología Popular

José María Castillo fue, desde el principio y hasta el final, el teólogo del pueblo, la referencia de las nacientes Comunidades Cristianas Populares, que se alimentaron con sus libros, charlas y conferencias. ¿Quién no utilizó, desde los años 60 en adelante, sus famosos 'Cuadernos de Teología Popular? Esos cuadernillos, fotocopiados o ciclostilados, en los que en tres o cuatro páginas resumía los conceptos teológicos más complicados.  Con unas preguntas finales, que no dejaban indiferente a nadie y aterrizaban en la vida la doctrina teológica, y con unos dibujillos manifiestamente mejorables, pero también interpeladores.

Nunca supe quién le hacía los dibujos de aquellos cuadernos, que utilizábamos tanto los curas como los laicos y que igual servían para dar clases en la Universidad como para una catequesis parroquial.

Porque ésa fue siempre la gran virtud de Castillo: saber divulgar. Saber colocar los grandes conceptos teológicos al alcance de la gente sencilla. Todo un don y una virtud que sólo está al alcance de los más sabios y de los más grandes. De esos pájaros libres, los que saben tanto y vuelan tan libres y tan alto que son capaces de entregar la comida teológica masticada a sus polluelos pequeños o ya creciditos.

Y en ese surco se mantuvo hasta el final, sin desviarse un ápice de su trayectoria, escribiendo un artículo semanal por lo menos en su blog de Religión Digital. Cortos, directos, claros y enjundiosos. Desde la vida y para la vida. Y, precisamente por eso, siempre conectados con la actualidad.

El Papa y José María Castillo

Fue todo un lujo tenerlo con nosotros y alimentarnos semanalmente de su sabiduría enraizada en la vida diaria, en los signos de los tiempos, en las reformas de Francisco y en la cultura actual.

Un teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un articulista consumado, que escribía fácil y divulgativo (de los pocos teólogos capaces de hacer algo así) y que, además, tenía vis periodística, para buscar las perchas de actualidad y ceñirse a ellas.

Y un cielo de persona. Expulsado a los márgenes durante muchos años, pudo presumir (aunque no lo hizo) de haber recibido llamadas y cartas del mismísimo Papa. “Te perdí en los ochenta y ahora te vuelvo a encontrar”, le dijo en una ocasión.

Tuve la oportunidad, además, de estar a su lado, cuando el Papa nos recibió en Santa Marta, y ser testigo directo de la rehabilitación en toda regla de su persona y de su obra. «Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente». Con esta frase, Francisco ‘bendijo’ al teólogo español en el Vaticano, donde hacía dos décadas le habían retirado la ‘venia docendi’.

Castillo, emocionado hasta las lágrimas, agradeció el gesto del Papa, mientras entregaba a Francisco dos de sus últimas obras: ‘La humanización de Dios’ y ‘La humanidad de Jesús.

José María y Marga

El Papa apreciaba mucho a José María Castillo y, de hecho durante estos años de pontificado, primero le mandó una carta y, después, le hizo varias llamadas telefónicas. Aquel 18 de abril del año 2017, se vieron frente a frente, se saludaron efusivamente y el teólogo le dijo: «Santidad, somos dos jesuitas sin papeles”.

El Papa se sonrió y agradeció la ocurrencia. Y, mirándole a los ojos, recibió sus libros y ‘bendijo’ su teología: «Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente», dijo Francisco a Castillo.

Más tarde, José María explicaba: «De la Compañía se sale por arriba, como en el caso del Papa, o por abajo, como en el mío, pero, en ambos casos somos y seremos siempre jesuitas…ahora sin papeles».

Al salir de Santa Marta, en la explanada que da a la parte trasera de la Basílica de San Pedro, Castillo, todavía emocionado, decía: «Tenemos que disfrutar de este Papa, que es una bendición de Dios para su Iglesia y apoyarlo con todo nuestro ser. Porque, al hacerlo, estamos apoyando la Iglesia del Vaticano II y, lo que es más importante, el Reino De Dios».

Así lo seguiremos haciendo, maestro. Remando juntos con Francisco, con su primavera y, sobre todo, con el Evangelio de los pobres al que has dedicado toda tu vida. Y que seguro seguirás haciendo en el cielo en tus clases de teología popular. ¡Que Dios te acoja en su seno, amigo!

Castillo, Lamet y Vidal

Volver arriba