Por fin echamos a Manolo Fanjul de Madrid

Acabo de llegar de Santa María de Canáa donde se ha celebrado una misa de despedida a Manolo Fanjul después de dos años de servicio a la parroquia. La iglesia llena, y no es pequeña Canáa. La llaman la catedral de Pozuelo. Cinco sacerdotes concelebraban la misa, entre ellos Andrés Pardo, la autoridad oficial en cuestiones de liturgia de la archidiócesis de Madrid. Presidía Manolo que como es chiquitín y tiene poquita voz no se notaba. Vamos, que llenaba el altar y sus alrededores. Cuando al final de la misa nos dirigió una palabras, estalló una larga ovación. Muy poco litúrgica.
Os llega un liturgista. Y a mí me preocupan los liturgistas. Suelen terminar creyéndose que no es la liturgia para Dios sino Dios para la liturgia. Además, todos los curas saben perfectamente lo que tienen que hacer. Que lo hagan ya es otra cosa pero eso no lo resuelve un liturgista sino el obispo diocesano. Con ese instrumento hoy absolutamente inútil que se llama báculo. A baculazos. Échale tú un liturgista a ese cura insolidario con su Iglesia, que hasta parece odiar a la Iglesia, que no sabes bien si cree o no cree en la presencia real, que abomina del dogma, rechaza la moral y suspira por el matrimonio.
Por ello no me parece que haya ganado mucho la archidiócesis de Oviedo porque le llegue un liturgista preparado, porque el chico es listo, estudió y obtuvo excelentes notas. Pero Manolo estuvo también dos años en otra universidad. En la parroquia de Santa María de Canáa, mi parroquia, que es la mejor parroquia del mundo. Una parroquia llena de jóvenes. Una parroquia a la que le sobra el dinero porque los fieles saben que hay que sostener a la Iglesia. Una parroquia que, durante las misas, que son cuatro todos los días y seis los domingos, tiene a cuatro curas confesando sin que ninguno esté libre en ningún momento. Una parroquia que en ciertas misas tiene a doscientas o trescientas personas fuera porque dentro ya no cabe un alfiler.
Una parroquia en la que la comunión la reparten ocho o diez personas y aun así dura largo rato. Una parroquia que tiene infinidad de actividades y en la que están comprometidos los curas, ciertamente, pero también numerosos seglares. Una parroquia en la que se expone el Santísmo, se hace el Via Crucis, se lleva la comunión a los enfermos, se acompaña a los muertos al cementerio y se reza el Rosario. Una parroquia en la que nacen vocaciones sacerdotales. Una parroquia que tiene cinco curas que llegan agotados a la noche. Pues, en esta universidad ha estudiado Manolo.
Os llega un cura que, según algunos, ha perdido infinitas horas en el confesonario perdonando los pecados. Yo creo que las ha encontrado. Que celebra con toda dignidad los sacramentos. Y en eso hasta ha dado lecciones y se ha notado su paso. Que no hace del sermón un rollo insoportable. Que se ha ganado a jóvenes y mayores. Y yo reconozco que teniendo ya percebes en un sitio que no voy a nombrar no me dejo ganar por cualquiera. Os llega un cura que ha aprendido que la parroquia es una gran familia en la que todos tienen un lugar y una tarea. Os llega un cura con alzacuello que no se avergüenza de mostrarse como tal. Os llega un joven próximo, cordial, simpático y preparado. Algo grandón porque para eso es asturiano. Os llega un chollo. Os llega mi amigo Manolo. Cuidádmelo. Francisco José Fernández de la Cigoña (JAI).
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