Profetas del Pueblo Luisa Riveros y Mario Mejías, santos vivos, voz de los oprimidos

Luisa Riveros y Mario Mejías, santos vivos, voz de los oprimidos
Luisa Riveros y Mario Mejías, santos vivos, voz de los oprimidos

El Nuncio Ángelo Sodano lo tenía todo arreglado para que las intervenciones de Luisa y Mario no lograran expresar ante el Papa la situación social y política de opresión y represión que sufría el pueblo bajo la dictadura de Pinochet y para ello sus discursos fueron escritos y supervisados meses antes. Pero los cálculos de Sodano fueron cambiados y superados por el coraje de una mujer y de un obrero.

“Como cristiana y pobladora vengo a contarle un poco de nuestras penas y pocas alegrías. Somos madres y esposas que buscamos el bien de nuestras familias, pero esto que parece tan sencillo, es bien difícil para nosotras (...) 

Queremos una vida digna para todos, sin dictadura. Por lo mismo vamos a visitar a los presos políticos y a los torturados, pedimos que se haga justicia y que vuelvan los exiliados. Acompañamos a los familiares de los detenidos desaparecidos y pedimos que se nos escuche y se nos respete. Y pedimos aquí su presencia que puedan volver nuestros sacerdotes expulsados del país"

Luisa Riveros y Mario Mejías son dos pobladores que hablaron ante el Papa Juan Pablo II en la visita que éste realizó a Chile en abril de 1987. Habían sido elegidos por ser miembros de Comunidades cristianas de los barrios y poblaciones populares. Tenían que dirigir unas palabras como representantes católicos de la clase trabajadora en el Encuentro multitudinario que se celebró en la Población La Bandera. Acudían de todas las zonas marginales de la ciudad y se reunieron más de 300.000 personas.

El Nuncio Ángelo Sodano lo tenía todo arreglado para que las intervenciones de Luisa y Mario no lograran expresar ante el Papa la situación social y política de opresión y represión que sufría el pueblo bajo la dictadura de Pinochet y para ello sus discursos fueron escritos y supervisados meses antes. Pero los cálculos de Sodano fueron cambiados y superados por el coraje de una mujer y de un obrero.

Luisa Riveros colaboraba con el “Construyendo Juntos” y era responsable de la Comunidad cristiana de su población “Violeta Parra”. Asistía frecuentemente a reuniones en la Vicaría de la Solidaridad de la Zona Oeste, donde compartía los problemas de su gente. Así fue como la eligieron para ser una de las pobladoras que hablara ante Juan Pablo II.

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La primera versión del discurso la escribió una pobladora de la población La Victoria. "Yo lo leí, y la verdad es que no me gustó mucho, porque está bien que seamos católicos, pero había que decirle al mundo por qué estábamos con hambre. ¡Si no era culpa de Dios!", dijo Luisa. Entonces, recorrió distintos grupos y les preguntó qué le dirían ellos al Papa. Después se sentó a escribir su propio discurso. Este, que pasó por muchas manos y por diversos niveles de la jerarquía de la iglesia, fue sufriendo modificaciones. "Cuando me lo entregaron, en la misma mañana del acto, me di cuenta que le habían borrado muchas cosas y le habían agregado otras. Pero como me lo sabía de memoria, porque lo había leído muchas veces, le fui agregando con un lápiz lo que yo pensaba que había que decir. La palabra “dictadura', por ejemplo”.

Luisa recuerda que: "Tenía mucho susto, porque por primera vez en la vida me iba a enfrentar a tanta gente y sentía que el Papa era muy lejano para mí. ¡¿Cuándo los pobres nos habíamos encontrado con una autoridad tan grande?! También tenía miedo de que la dictadura me impidiera llegar hasta allá, que no me dejaran hablar. Cuando estuve arriba del escenario y esperaba mi turno, sentía frío, nervios y me dolía el estómago, porque andaban muchos hombres de las Fuerzas Especiales de carabineros, vigilando".

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Luisa comenzó su discurso improvisado: “Como cristiana y pobladora vengo a contarle un poco de nuestras penas y pocas alegrías. Somos madres y esposas que buscamos el bien de nuestras familias, pero esto que parece tan sencillo, es bien difícil para nosotras. Por la cesantía y los bajos sueldos, nuestros esposos e hijos caen en el alcohol y en la droga, así se van destruyendo nuestros hogares. Nuestras viviendas son pésimas. A todo esto, tratamos de responder con solidaridad y las Comunidades Cristianas son una gran ayuda para nosotros. Por eso hacemos ollas comunes, grupos de salud, apoyo escolar, talleres laborales… Queremos una vida digna para todos, sin dictadura. Por lo mismo vamos a visitar a los presos políticos y a los torturados, pedimos que se haga justicia y que vuelvan los exiliados. Acompañamos a los familiares de los detenidos desaparecidos y pedimos que se nos escuche y se nos respete. Y pedimos aquí su presencia que puedan volver nuestros sacerdotes expulsados del país".

Cuando terminó el Papa la saludó y rápidamente bajó del escenario. Se encontró con mucha gente desconocida que la esperaba para abrazarla y felicitarla.

A los pocos días comenzaron los seguimientos y amedrentamientos por parte de la policía. "Me vigilaban todo el tiempo, y también a mis hijos los perseguían los pacos y los amenazaban. A cualquiera hora de la noche venían vehículos que se paraban frente a la casa y hacían ruido. Vivimos como seis meses así. Pero no sentía miedo, porque todos los días venía gente de distintas poblaciones a acompañarme. Nunca estuve sola".

Mario y Papa

Por su parte Mario Mejías no tuvo la misma suerte que Luisa. Él también pudo hablar frente al Papa, pero tiempo después debió sufrir las duras consecuencias de ser el portavoz ante Juan Pablo II de un pueblo violentado por la dictadura. Su casa fue allanada, él fue torturado y su hijo fue muerto en circunstancias “extrañas”.

Mario pertenecía al “Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo” y era, como muchos, un militante comunista que pertenecía a la Comunidad cristiana de su Población porque buscaba la justicia y la igualdad. En la Comunidad se formó y participaba activamente en las catequesis y las celebraciones y los trabajos comunitarios.

Cuando llegó el día del encuentro con el Papa, Mario cuenta que: "No quería desaprovechar ese momento. Al lugar nos fuimos muy temprano, de madrugada, para que la Comunidad tuviera una buena ubicación para que me vieran y cuando me toca, estaba Mariano Puga, un sacerdote que era nuestro y me dice: “haz lo que tu corazón te dicte”. Me temblaba todo, no sé si era miedo, la impresión, o ver a todos los curas que todavía no decía nada y ya me querían comer".

Mario habló al Papa con el corazón: “Le agradecemos su visita a Chile en este momento tan difícil. Creemos que tendrá un mensaje para que los poderosos dejen su orgullo y egoísmo y nos dejen de matar en las poblaciones y nos traten como hermanos de verdad”

Los asistentes aplaudían y gritaban: “pan, justicia y libertad”. Ángelo Sodano le dijo enojado, que en ninguna parte del mundo podría haber dicho lo que dijo. Todos los obispos estaban molestos.

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Su osadía al pronunciar aquellas palabras tuvo consecuencias. "Era la víspera del primero de mayo, y ese día nos quisimos acostar temprano. Como a la una de la mañana, la CNI me fue a buscar. Siempre pensé que me iban a matar, pero siempre digo que Dios estaba conmigo y no sé si los engañé, pero me hice el muerto, después de tanto golpearme… lo que hice fue por mi gente, por el pueblo cristiano".

La venganza de la dictadura iría más allá cuando mataron a su hijo: "Tengo una impotencia tan grande porque matan a mi hijo por esta cosa, y eso es lo que duele, que queda marcado para siempre. Cada año que pasa tengo que recordar y uno tiene responsabilidad frente a eso, porque si no hubiera dicho aquel discurso, nada habría pasado".

Con el tiempo se sintió abandonado por la Iglesia. Ahora Mario vende repuestos de bicicleta en la Feria Persa de Santiago. Después que le despidieron del trabajo, tuvo que vender todo lo que tenía, hasta los muebles, para poder comer. Con el tiempo pudo poner un taller de bicicletas que es a lo que dedica hasta el día de hoy.

Luisa Riveros y Mario Mejías, dos “santos vivos, voceros del pueblo”.

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https://www.facebook.com/ChileHistorico/videos/539332999773349/

Juan Pablo II, en Chile

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