Luchar y vivir un poco en “tensión”

Enfermos y debilidad

Luchar y vivir un poco en “tensión”

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Señor, ayúdanos en el vivir diario

            Conocí a Gloria en uno de los cursillos de actualización de informática. Una tarde, después de clase, quiso desahogar algo que llevaba en su alma y comunicarlo a una persona que le inspirase confianza: “He sido una mujer guapa. La naturaleza ha sido generosa conmigo, pero mi historia personal no ha ido a la par. No me he sentido valorada ni querida, salvo en lo referente a mis atributos físicos. Por eso siempre he sido insegura. Desde la niñez en casa alababan exclusivamente mi belleza exterior. [...] Me he dado cuenta, con el paso de los años, de que aprendemos a estimarnos de forma parecida a como hemos sido queridos. Cuando llegó mi edad madura, me abandoné casi por completo al constatar que ya nadie se fijaba en mí”.

            El caso de Gloria suele darse también en hombres. Un antiguo compañero de trabajo se limitaba en su jubilación a pasear y leer el periódico. Parecía que sus costumbres habían quedado reducidas al mínimo. Había perdido la ilusión intelectual y en su vida espiritual se limitaba a la Misa del domingo. La depresión iba haciendo presa en él.

            Es necesario en la edad madura luchar y vivir un poco en tensión, aunque no tanto como en los años de trabajo profesional. Hemos de tomar la vida en nuestras manos y sentirnos buenos administradores de ella. Hacernos cargo de los cambios que se producen en el cuerpo; a nada conduce el ignorarlos. Informarnos bien para cuidarnos mejor en las épocas más críticas de nuestro desarrollo humano. Y si ya se han instalado en nosotros el abandono y la pereza, es del todo necesario buscar ayuda exterior; lo mismo que cuando no funciona bien un brazo o una pierna. Mejor es cambiarnos a nosotros mismos que esperar a que otros nos transformen.

Cuidar nuestro psiquismo. Volver a aquella vida espiritual de nuestra juventud, acudir al sacramento de la Penitencia con la decisión de mejorar nuestros hábitos. No se trata de ser exigentes con nosotros mismos hasta castigarnos por no cumplir los proyectos. Saber aceptar, sí, las propias limitaciones, pero trabajando día a día por superarnos. Nada hay más hermoso que una madurez rica en virtud y con ánimo sereno.

José María Lorenzo Amelibia 

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