Tarancón tenía siempre la maleta preparada

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Tarancón tenía siempre la maleta preparada

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Cardenal Tarancón

 El Cardenal de Madrid, Vicente Enrique Tarancón, en la década de los años setenta, fue un Arzobispo de mucho prestigio en España. También muy discutido por un amplio sector del mundo católico, pero no cabe duda a nadie de que era un hombre de fe, de mucha fe. Lo recuerdo por haber conversado en distintas ocasiones con él. Tenía un verbo fácil, agradable, y se daba una maña especial para quedar bien con todos. Era uno de sus carismas. Pero lo que hoy me interesa de este hombre de Iglesia es el período de su jubilación: siempre vestido con su sotana pulcra, dándose algunos paseos matinales en primavera y otoño por las playas de su pueblo, Burriana o las de Villarreal de los Infantes. En uno de esos sobrios paseos le salió al encuentro un periodista para entrevistarlo. De aquel diálogo se me quedó una frase corta que la recuerdo muy a menudo. “Soy ya mayor; estoy bien: escribo, leo, hago oración. Y estoy siempre con la maleta preparada para cuando me llame el Señor”.

 Al igual que este ilustre prelado, merece la pena estar con la maleta preparada. “Dios mío, – le digo al Señor con el salmo – no he de quedar confundido ni avergonzado”. Palabras dulces para quienes nos proponemos vivir en el amor de Dios. Es cierto que hemos de labrar nuestra salvación con temblor, porque en una vida corta nos jugamos la eternidad, pero confiamos en que Dios nos ha de conducir por los senderos del bien y del arrepentimiento amoroso hacia Él que nos quiere. Además este miedo no es por la muerte en sí misma, sino por la incertidumbre que tenemos de nuestra perseverancia. Ahí radica el temor.

 Pero si la turbación resulta excesiva, no es buena; nos falta confianza, y puede incluso ser perjudicial para el alma. Por supuesto estoy pensando en hombres de fe; no en los indiferentes, en quienes viven como si su destino perpetuo fuera este mundo. Este es otro caso distinto. No van a leer estas líneas, pero si por casualidad les llegan, lo único que les digo: “Mirad a lo Alto, que esto se acaba y Dios nos aguarda”.

 Nosotros seguimos la orientación de San Juan en su primera carta: “El amor echa fuera todo temor”. El miedo es en el fondo desconfianza en Dios por el riesgo de caer en el infierno. Pero nuestra fe es antorcha que nos ilumina en la marcha. Y la esperanza nos da aliento y total seguridad en que el Señor quiere salvarnos. Arrepentirnos, sí, de nuestras faltas y pecados, y estar siempre con la maleta preparada como Tarancón.

José María Lorenzo Amelibia

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