Para obispos y todos los demás. XLVIII SACERDOTE PARA SIEMPRE

 La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

XLVIII SACERDOTE PARA SIEMPRE

DESDE HOY SOY SACERDOTE PARA SIEMPRE

DOMINGO VEINTE DE JULIO DE MIL NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO: DESDE HOY "SOY SACERDOTE PARA TODA LA ETERNIDAD".

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Primera misa

Damos gracias a Dios. ¡Aleluya! Me despierto enseguida. Pasa la aurora, emocionando con su melodía a toda la ciudad. Mi alma esponjada. Marcho a la iglesia con ilusión. Señor, dentro de unas horas seré sacerdote para siempre; de tus amigos, de tus ministros.

Estoy ya revistiéndome, pero hay una espina en el corazón. Mi compañero Isaba, se ha quedado enfermo y no se levanta. Don Miguel dice que no se puede tener en pie; una descomposición le afecta. ¡Qué casualidad! Seremos, pues, dos: Larrainzar y yo. Salimos desde la casa parroquial en procesión con el obispo Larrañaga hacia la iglesia de San Juan Bautista. La gente se apiña a los lados para vernos pasar. Las letanías son de un fervor extraordinario. Postrado en tierra, tumbado rezo desde lo más profundo de mi ser. Voy recorriendo el santoral e invoco a cada uno con fe y esperanza.

LLEGA EL MOMENTO TRASCENDENTAL: LA IMPOSICION DE LAS MANOS DEL OBISPO. SELLADO PARA SIEMPRE CON SEÑAL INDELEBLE. MARCADO PARA MI DIOS Y SEÑOR. LAS PALABRAS DEL PREFACIO, FORMA DE LA ORDENACION CAEN SOBRE MI ALMA COMO ROCIO FECUNDO. Me estremezco de alegría. Estoy envuelto en Dios. Alegraos todos conmigo, porque la ilusión de mi vida ha llegado a ser realidad. ¡Aleluya!

¿Cómo expresar mi gozo?

La estola queda cruzada delante de mi pecho. Me miro. Parece mentira. Soy yo. Y Jesús conmigo. La unción de mis manos pecadoras, manos consagradas para siempre, manos que serán cuna de Jesús hecho hombre, Pan de amor. Con óleo de los catecúmenos unge el obispo mis palmas. Y mi hermano Emilio las ata, símbolo que me recuerda el mimo con que he de guardar mi unción sacerdotal. ¡Señor, unido a ti, darme a las almas, rezan las letras con que mandé bordar la cinta inmaculada! Y luego, la potestad de celebrar Misa. ¡Basta, Señor, basta! Me sobrecoge. Comenzamos la concelebración con el mismo obispo consagrante. Mons. Larrañaga, misionero de China, es quien me transmitió los poderes. Mi primera consagración del Pan y del Vino. Aquí está Jesús. Señor, yo pecador... y te mando bajar al Altar. Y me abrazo en intimidad con Cristo en la Comunión. Lágrimas. ¡Que tenga una fe siempre viva. Castidad. Mis padres, tan buenos, ayúdales. Mis hermanos; Emilio que pasado mañana se casa. La gloria de Dios; las almas; mis futuros feligreses. El reino de Dios. Todo esto pedía al Señor. Y llega otro momento solemne: el poder de perdonar pecados; de levantar almas caídas. Y al final, el ósculo de paz, junto a la promesa de obediencia.

El besamanos fue largo; la primera bendición a mis padres y abrazo a todos los familiares, indescriptible. ¡Parroquia de San Juan! En ella recibí por primera vez a Jesús; en ella me he reconciliado con el Señor tantas veces en el sacramento de la penitencia; en ella he pasado horas y horas al pie del sagrario, contándole a Jesús mis problemas, mis deseos, mis esperanzas y debilidades. De El saqué fuerza para perseverar. Gozo, júbilo, sacrificio, entrega. Amigo de Cristo; predilecto del Señor. ¡Que siempre esté yo con El! Enhorabuenas sin cuento. Hasta el alcalde besó mis manos. Comida con el obispo consagrante. Jovialidad. Luego, subo al Puy con mi madre a visitar a la Virgen. La Virgen que me ha guardado en las batallas. Y... mi primera función sacerdotal: procesión del Santísimo alrededor de la Iglesia. ¡Qué grande, cara a cara con Dios! Le hablo con el corazón. Es mi amigo. Bendice a tu pueblo, Señor. Después un viático. Me acompaña Don Miguel. Dar a Cristo a los demás va a ser misión mía para siempre.

Todos los días llegan a su fin. En la intimidad del Sagrario agradezco al Señor, aunque no tengo palabras. ¿Qué le voy a decir que sea digno del don que me ha entregado? Santos Beguiristain, verdadero ídolo del clero navarro, recibió el encargo de glosar la ceremonia de la ordenación. Con voz pausada y fervorosa, comentaba los ritos sagrados y cantaba las glorias del sacerdocio cristiano. Hablaba tanto que parecía el protagonista. Pero rompió todos los moldes su actuación final. Baja pausadamente del púlpito cuando comenzaba el besamanos, penetra en la sacristía, y desaparece de la vista de los fieles. Ni siquiera sacó doce segundos de tiempo para felicitarnos y depositar en nuestras manos recién consagradas el ósculo de rigor. Ni el funcionario más rutinario hubiera hecho otro tanto. Para mí cayó el ídolo.

LA PRIMERA MISA

Aurora por las calles; invitados que llegan con alegría; paz. Don Jonás era el cura que me bautizó. Le invité por corazonada, porque él nunca se acercó a mí de propio intento. Pero me bautizó, y eso es algo sublime en mi vida. Llega la tía Avelina ya para las órdenes junto con los hermanos de San Sebastián. Paco Macaya representa a todos los amigos. Nuestro presupuesto familiar impide una celebración con gastos suntuosos.

Salimos en coche juntos mi padre, mi madre, mi hermano Emilio y yo. El órgano suena triunfal. Las campanas voltean jubilosas. Los ornamentos mejores de la parroquia están preparados; y me arrodillo en el presbiterio en oración breve pero llena de unción interior. Me tiembla la voz al pedir el consentimiento matrimonial a mis hermanos. ¿Quién lo iba a decir: el mismo día de mi primera Misa tomo parte privilegiada en el matrimonio de Emilio?

Comienzo el Santo sacrificio con hambre de Dios. Y predica Don Jonás Mª Conget. Precioso sermón, cogido todo él por cinta magnetofónica. Supone gran emoción el acto del lavatorio: suben al altar para ello mis padres: ellos que me dieron el ser. ¡Qué grande y qué pequeño me siento en el momento de la consagración! Elevo el Cuerpo de Cristo con lentitud y con los mismos sentimientos de Lope de Vega en el soneto: "Cuando en mis manos Rey eterno os miro, y la Cándida Víctima levanto, de mi atrevida indignidad me espanto, y la piedad de vuestro pecho admiro." Cristo entre el Cielo y la tierra, mediador del universo, sostenido en mis manos. El Cuerpo y la Sangre de Cristo aplacando al Padre Celestial. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Comunión. Resulta un poco extraño. Al sumir la sangre de Cristo, noto que sabe a vino. Misterio de fe. Abrazos después de la Misa. Fotografías. Visita a la Virgen del Puy. Escribo como entre suspiros breves. En realidad cada punto es un poema de vivencia mística.

En casa escuchamos la cinta de la Misa. La comida alegre, de bodas y Misa. Y a las cinco, comienzan las despedidas. A la noche, en la soledad de mi cuarto, siento aquella murria parecida al día de entrada en el Seminario. ¡Qué curioso! Y es que sólo el cielo lleva consigo la plenitud total! Cuando algo ha sido durante tanto tiempo deseado, es normal sentir una especie de vacío al conseguirlo. Se va también mi amigo Paco Macaya. Me uno a Cristo como en la agonía del Huerto. En la hora de completas resalta la congoja. Creo que ha sido una oración mística. Después del día, llega la noche. El camino del cielo ha de ser sendero de montaña. Junto a las rosas también se encuentran las espinas. En el cielo no habrá noche: día eterno; ordenación con miles de quilates y sin dolor de cabeza. No soy sacerdote para gozar; María también estuvo al pie de la cruz. ¡Te adoro, Señor. Amarte siempre!

AL DIA SIGUIENTE Y AL SIGUIENTE

A mediodía pasa la angustia. La Misa de hoy, de pura fe. Se acabó el consuelo de Tabor. nada veo. Creo. Propiamente termino hoy el diario que me propuse en los días de mi conversión. He cumplido mi propósito. Día a día durante ocho años he formado mi voluntad escribiéndolo. Desde ahora, tan sólo algún día lo haré: cuando me parezca necesario para mi sicología.

El día de Santiago asisto a la Misa de mi amigo Paco Macaya, también en representación de todos los amigos. En ella oficio de diácono, como él en la mía. Yo celebré en las monjas del Seminario. Les gustaba mucho que los nuevos presbíteros tuvieran este detalle con ellas. ¡Les debíamos tanto!

No olvidé el convento de las Adoratrices de San Sebastián. Ellas bordaron en oro la cinta con que me ataron las manos recién consagradas. Allí está tía Enriqueta que disfruta viendo en el Altar al sobrino, sacerdote del Señor.

Los primeros días de agosto marchamos los nuevos sacerdotes a Lourdes. A mi amigo Jonás Ignacio todavía no le ha llegado la hora por faltarle un año para la edad canónica. Antes de nuestra salida en el autobús nos informan que tenemos licencias ministeriales. Mi primera absolución fue para Jonás Ignacio. ¿Le habría coaccionado? ¡Qué cosas se hacen en el entusiasmo de los primeros momentos! Lourdes me parece una aleación de lo religioso y lo comercial. Fervor mezclado de cansancio y asombro. La Misa en la basílica invita a la fe en el misterio. Todavía resuena en mis oídos la melodía pegadiza, cauce al inmenso caudal de sentimiento religioso. Peor resultó la noche en el seminario de Tarbes: camas sin sábanas y molestos parásitos que no dejaban reposar. Muchos regresan del santuario mariano curados de sus dolencias. A mí me sucedió lo contrario: una rozadura en el pie me causó un sin fin de molestias durante mes y medio.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

José María Lorenzo Amelibia


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