Mientras aguardaba al médico… acudí al Médico
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Mientras aguardaba al médico… acudí al Médico

Jesús es el Médico divino
Me tocaba revisión médica y llegué con puntualidad a la cita, pero en aquella ocasión no hubo suerte. El médico salió del despacho y nos dijo: “Lo siento; me llaman a una urgencia. Espero que no sea excesivo el tiempo que haya de invertir. Al regreso volveré por aquí, pero si tienen prisa, pueden pedir hora para otra fecha”.
Opté por quedarme. Llevaba conmigo la carpeta de escribir artículos. Como pensé que tardaría el Doctor, subí a la capilla de la clínica. Estuve allí muy tranquilo, y con Su venia, tomé las notas que ahora me sirven. Me parecía ver en el Sagrario al médico de las almas. Me sentía más enfermo en mi espíritu cristiano que en el cuerpo. ¡Jesús, cuántos años he recibido tu gracia y todavía estoy muy lejos de mis propósitos juveniles! Y recordaba una visita larga que hice al Señor a mis quince años.
Miré a Jesús y le dije con el corazón: “Comprueba, Médico Divino, mi temperatura de amor”. Su termómetro señalaba hipotermia. Por debajo de los treinta y cinco en virtud. El médico de corazón me iba a practicar más tarde un electrocardiograma. Y le dije al Señor: “¿Por qué no me examinas en un chequeo más completo que los médicos de aquí abajo? Me pareció oír una voz que me decía: “Ahora mismo. Estate relajado y atiende salga lo que salga”. Y pude constatar que mis venas estaban casi bloqueadas por el despecho un tanto disimulado. ¡Y ni me daba cuenta! Pero quería curarme.
Y siguió aquella revisión divina. Parecía decirme el Señor: “¿Te das cuenta de que tienes una fractura mal curada? Por eso andas cojo y tropiezas a cada paso con tu hermano. Y tu vanidad hace que pierdas el equilibrio. No puedes andar de tumbo en tumbo por otros derroteros. Espera, espera, no te vayas…” Yo me marchaba. No quería escuchar más. “¿No te das cuenta - parecía decirme – de que también padeces sordera progresiva? No oyes los gritos de dolor de tu prójimo”.
Jesús mismo sugiere el tratamiento: “Una caja de inyecciones de amor al prójimo. Has de dejarte inyectar de este amor en el momento de la comunión. Mírame en la cruz unos minutos todos los días; verás cómo se dilatan tus venas estrechas por el rencor. Escucha el Sermón de la Montaña, y se abrirán tus oídos sordos a la voz de tus hermanos…”
Bajé a la consulta en que pretendía hacer mi revisión rutinaria. Ya no había allí nadie. Pedí cita para otro día.
José María Lorenzo Amelibia
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