Algunos se escandalizan cuando leen alguna crítica de tipo eclesial. No sé si son hipócritas, tímidos o meapilas. Porque la crítica eclesial es necesaria. Hoy por fortuna está abierta la palestra a todos cuantos deseen hacerla. Pero la crítica cristiana ha de tener forzosamente algunas condiciones evangélicas que garanticen su legitimidad y eficacia.

Criticar con amor y  esperanza

Para mí el mayor problema como cristiano crítico lo veo en mí mismo: no me considero con talla moral para poder opinar y trazar pistas de solución. Los santos sí serían las personas indicadas para poner los puntos sobre la íes a los directores eclesiales de una manera profética. Pero normalmente a estas personas de talla moral superior no les da por ahí. Prefieren orar, obrar la caridad con todos, hacer obras de generosidad y apostolado para beneficiar a los hombres.

Pero la crítica es necesaria. Hay que hacerla. Porque muchas veces quienes están en las alturas eclesiales no se percatan de su obrar discorde: pueden estar rodeados de gente aduladora y temerosa de perder sus prebendas, incapaces de dar un paso en pro del bien obrar.

Pienso que la crítica eficaz ha de tener algunas condiciones: ante todo practicarla con gran amor a la Iglesia y a las personas que la dirigen. Ha de ser ecuánime, ponderada, sin ira. Evitar cualquier palabra injuriosa o insultante.

Y sobre todo soslayar el descaro de nombrar a las personas sobre quienes puede recaer la censura. Ha de procurar ser constructiva y para ello dar pistas de solución.

Resulta bochornoso leer blogs en los que se degrada a personas concretas con insultos y descalificaciones.
Gracias a una crítica constante sobre vicios muy metidos en el gobierno de la sociedad puede llegarse a purificar las estructuras y hacerlas más eficaces. Y rogar a Dios por que surta efecto nuestro crítica. Pero… “¡con el mazo dando!”

Sin crítica, todavía estaríamos bajo la férula de la inquisición.

José María Lorenzo Amelibia

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