Un cura testimonio de amor y sufrimiento misionero
| José María Lorenzo Amelibia
Un cura testimonio de amor y sufrimiento misionero
Enfermos misioneros (Desde la fe)
Ha pasado ya más una década desde que entregara su alma al Señor el joven sacerdote de 33 años Jesús Muñoz. También en esta revista nos hemos ocupado de él en distintas ocasiones. Don Jesús fue un testimonio del sufrimiento cristiano misionero. Él había marchado Bolivia para evangelizar. Declaraba durante su enfermedad que no estaba contento de su labor misionera. Tal vez lo dijera porque él era un alma humilde. Lo cierto es que en su larga dolencia nos evangelizó de verdad a quienes creemos que nos lo sabemos todo.
Cuando despertó de la sedación postoperatoria miró a la cruz y dijo: “Estamos iguales: con el cuerpo abierto y los huesos doloridos”. Pero no pronunciaba estas palabras como en un fervorín místico. Lo pasaba muy mal. Su alma sufría en la oscuridad de la fe y decía después a sus amigos: “Dios me había abandonado. No me quería. Pero de pronto recordé a Jesucristo en la cruz. También Él se sintió del todo desamparado; pero era el Hijo muy amado de Dios en quien puso sus complacencias. También me quiere a mí porque soy su hijo en Jesús. La razón humana no encuentra sentido al sufrimiento. Sólo mirando a la cruz se consigue la paz interior”.
Y daba después gracias a la Iglesia por el don de la fe. Sólo la fe tiene respuesta a los interrogantes del hombre frente al dolor. Sabía nuestro sacerdote que le quedaban pocos meses de vida y pedía a Dios fuerza para evangelizar desde aquella situación. Y a fe que lo hizo. Han pasado muchos años y aquellas palabras y escritos desde el lecho del dolor siguen haciendo bien a sus compañeros y a cuantos nos hemos enterado después de aquel testimonio de fe y entrega. Sólo Dios sabe cuánto bien hizo al mundo misionero desde su cualidad de enfermo.
La semilla siempre fructifica. Y muchas veces, al reproducirse vuelve a crear nuevas semillas y nuevos frutos. Muchas veces pensamos hacer mucho bien con nuestra juventud, con nuestras cualidades extraordinarias de oratoria, de talento, de capacidad organizativa y humana. El Reino de Dios necesita de la santidad de sus miembros más que de sus grandes cualidades humanas. Siempre hemos sostenido que pueden conseguir mayores efectos apostólicos los grandes santos que los hombres talentudos. Vamos a permanecer siempre receptivos a los planes de Dios sobre nosotros. Él escribe derecho con líneas torcidas. Para muchos el tiempo de su ancianidad o de su enfermedad ha sido el más productivo desde el punto de vista apostólico.
José María Lorenzo Amelibia
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