El estrés bueno

El estrés bueno

Me acuerdo de un hombre de Lorca, de hace ya cuarenta años: era agricultor y disponía de unas no muy grandes fincas de espárrago. Cuando se aproximaba el verano había de levantarse a las cuatro de la mañana para la recolección de aquel preciado fruto. Me solía decir: “Ni me canso. Madrugo mucho, pero ¡qué gozo coger los espárragos gordos, gordos… antes de que salga el sol!” Nuestro amigo dormía poco, pero no se le pegaban las sábanas. Gozaba de un estrés del bueno. Nada perjudicial; estímulo de la vida.

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Cogiendo el espárrago

El estrés sano ayuda a que nuestro cuerpo se ponga en acción después de las horas de descanso; el sistema circulatorio necesita aumento de presión; y en las personas sanas el incremento de cortisol se intensifica cuando comienza la jornada. Pero nada malo sucede; al revés. Para el señor Lianés, un ejecutivo notable, el estrés ante todo es un aliciente. Un gran volumen de trabajo y asumir responsabilidades importantes a nadie lleva al hospital. Personas en altos cargos políticos gozan de perfecta salud mental y física, y su horario de oficina no tiene fin. Un nivel moderado de estrés favorece el trabajo perfecto.

Una labor diaria bien motivada y sin agobios ajenos, eleva la capacidad de atención, ayuda al aprendizaje y a formar la propia experiencia de forma muy positiva. Los pulmones aumentan la frecuencia respiratoria y llevan más oxígeno a la sangre; aunque la presión sanguínea sube puntos, se dilatan las venas y arterias para abastecer mejor a los músculos; se reduce la actividad gástrica para ahorrar energía; se fortalecen las defensas del organismo, y si se produce alguna herida, la coagulación es más rápida. ¡Qué bueno es el estrés bueno! Ayuda a la alegría e ilusión de vivir.

Quienes se encuentren en situaciones difíciles han de conseguir discernir bien entre los dos tipos de estrés, el saludable y el malo. Han de buscar, antes de que la situación llegue a ser peyorativa, el apoyo necesario para salir del peligro; y lo pueden lograr a tiempo. Porque entre la ilusión sana en el trabajo y la preocupación excesiva agobiante, a veces hay un paso; y hemos de estar preparados para advertirlo.

En mi pueblo solía decir el párroco: “También en lo espiritual es necesario vivir con una cierta tensión. De lo contrario se nos mete la rutina y la desidia hasta los poros; y poco a poco caeremos en la tibieza”. Y así es. Todo buen trabajo lleva consigo una intensidad, un ímpetu, un ardor, una energía, algo que ocupa corazón, mente y voluntad. A eso llamamos el estrés del bueno. Muy distinto del malo que analizaremos en otra ocasión.

José María Lorenzo Amelibia                                        

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