La religión no es el opio del pueblo

Enfermos y Debilidad

La religión no es el opio del pueblo

verdad

La religión, la verdad

            Acabo de encontrarme con un antiguo amigo, de estos que ascendían a los montes conmigo hace varios años. Siempre lo he considerado mayor que yo, pero no tanto; me ha dicho que está a punto de cumplir los noventa. Mucha edad. Iba con un bastón; le he felicitado, porque la última vez que lo vi andaba con muletas. Pero él me ha dicho: “Ya… no puedo subir a montes, aquello pasó”. “Yo tampoco – le digo – desde hace cuatro años”. Entonces me ha indicado su edad. Y lamentaba no coronar nuevas cumbres. Después de conversar un rato al fin hemos coincidido en la brevedad de la vida, en que hay que estar preparados para cuando Dios quiera.

 ¡Para eso Marx llamaba a la religión el opio del pueblo! ¿Cómo reaccionó él cuando le llegaba el fin? Nosotros los creyentes mantenemos una convicción que se llama esperanza, confianza en el Señor que nos ha creado para Sí, para vivir durante toda la eternidad. Y con cuanta elegancia y paz afrontan gran parte de los cristianos convencidos el final de la propia existencia terrena. Algunos con verdadero heroísmo. Me viene ahora a la memoria Maximiliano Colbe: estando en un campo de concentración, en revancha por fuga de un recluso, diezmaron el barracón. A Maximiliano no le tocó la desgracia, pero se ofreció para dar la vida en lugar de un padre de familia condenado. Y lo hizo con paz, con alegría serena, animando a los otros compañeros a dar el paso definitivo. Esto sólo se puede realizar desde una fe profunda y un amor a Dios total.

 La vida es un deber, un instinto consustancial con nuestra naturaleza. Me doy cuenta, iluminado por mi fe, de que no es un absoluto. Absoluto solo es Dios. A Él hemos de aspirar. Con la misma ilusión como lo hacía San Maximiliano, aunque no lleguemos a su heroicidad. ¿Qué nos importa que llegue el final de nuestra estancia en la tierra, si Él nos espera para hacernos felices por toda la eternidad?

            Los astros cantan la gloria de Dios cumpliendo sin rechistar las leyes que el Creador les ha impuesto: rotan, aguantan, alumbran, deslumbran, sin apartarse ni un ápice de su trayectoria. A nosotros nos deja que, siguiendo nuestra libertad, vayamos hacia Él. Y por eso lo más grande que tenemos, nuestra propia vida se la ofrecemos, pero no como miembros algunas sectas que se autoinmolan de una manera bárbara e inmoral. Nosotros, le ofrecemos la propia existencia terrena, cuando El quiera, como lo desee, según su voluntad.

José María Lorenzo Amelibia

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