Para sanar nuestra debilidad de espíritu

              Enfermos y debilidad                         

Para sanar nuestra debilidad de espíritu

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 El nuevo sacerdote así nos lo explicaba: “Me encuentro débil, sin fuerzas; el apostolado es superior a mí. Tengo que conseguir la ayuda de Dios. La iglesia se encuentra en lo alto del pueblo. Cuando todavía alumbran las estrellas, me levanto con rapidez; me dirijo a mi parroquia para tener mi primera entrevista con Jesús. Subo las escaleras de dos en dos. Así llego antes”.

Permanecía el joven cura allí arrodillado dos horas largas, entusiasmado con Cristo en el sagrario, hasta que los primeros fieles se acercaban al confesonario. De allí sacaba energía. Conseguía conversiones de gente alejada.

¡Oh… la Eucaristía para el sacerdote y para los fieles! Es más que la esposa fiel para el marido amante. Los domingos nuestro presbítero pasaba junto al Sacramento la tarde entera. En ocasiones, algún mozo del pueblo ascendía al templo, confiado de encontrar a su padre en la fe para reconciliar su espíritu. Es una escena real, pero lejana ya en el tiempo.

Nuestra debilidad es grande si miramos al cuerpo, pero es inmensa cuando se trata del orden sobrenatural, del apostolado, de la conversión de las almas. Pero la vida es breve y corre mucho. Los años han transcurrido con celeridad, y aquel fervor inicial tornose en aridez. El tedio inunda el corazón del ya maduro clérigo. Había llegado la noche oscura, y no encontró el modo de salir de ella.

Todo se fue hundiendo poco a poco. La lectura espiritual se se trocó en un estudio árido de revistas pastorales. La oración, en casa; junto a las sábanas en las horas de insomnio. Después, nada. Ya cerró la iglesia nuestro sacerdote cansado. Y fue durante meses y meses el funcionario digno, con una fe marchita. Su pueblo languidecía materializado. ¡Tibieza sacerdotal!

Ha llegado la gracia de Dios. Un túnel de varias décadas fue una nube de plomo para la feligresía. El Señor ha tocado de nuevo el corazón de nuestro cura. Su tibieza y debilidad ha sido regenerada por el Altísimo. Comenzará por abrir la iglesia, porque un sacerdote con el templo cerrado a primeras horas de la mañana - lo decía el Obispo del Sagrario Abandonado - está enfermo en el alma o en el cuerpo. Volverá al regazo del sagrario. Y… poco a poco, florecerá el jardín del Señor.

¡Amigo sacerdote; amigo seglar comprometido con tu fe: es hora de retornar a las fuentes de agua viva; Jesús es el único que puede sanar tu tibieza y debilidad!

José María Lorenzo Amelibia

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