Predicador de la gracia

Hemos celebrado hoy la solemnidad de Santo Domingo a quien invocamos como “Predicador de la gracia”.

Un hombre que fue dócil al Espíritu y que movido por él, asumió la reforma de la Iglesia desde la pobreza y la itinerancia; desde la predicación del Evangelio y desde la vida contemplativa.

Me gusta recordar que sabemos más de la oración del fundador de la Orden de predicadores, que de su misma predicación. Nos dicen los testigos que Domingo pasaba las noches en oración implorando a Dios misericordia; y todos coinciden en afirmar que durante el día hablaba solo de Dios: “Domingo hablaba con Dios o de Dios”.

Sin duda la oración de Domingo –en la que como Jesús buscaba el rostro del Padre- nutría su predicación y avivaba su sed de que el Reino llegase a su plenitud.

Al contacto con la humanidad sufriente, Domingo invocaba a Dios con los brazos en alto, como una flecha, como queriendo “tocar a Dios” para arrancarle la misericordia que tanto le seducía; o postrado en tierra, suplicando al Dios de la vida la diera en abundancia a los que estaban en el error, a los que vivían en el pecado, a los que por su debilidad caían, a los que no le conocían: a todos.

Domingo entendió bien pronto que la reforma que necesitaba la Iglesia debía comenzar por la reforma de la vida de los cristianos, por la conversión de cada uno, y por eso, viendo la pompa y el despropósito de las riquezas de la Iglesia propuso a los legados pontificios: “con los pies descalzos salgamos a predicar”. Y descalzo se puso en camino.

Y con los pies descalzos echó a andar la predicación “mendicante e itinerante” en el seno de la Iglesia: pobres, sin nada, abandonados totalmente a las manos de Aquel que no defrauda.

Pero su oración no era una oración intimista, todo lo contrario: al contacto con la humanidad de Jesucristo, Domingo abría los ojos para “ver” el mundo y a los hermanos como Dios los ve, y sobre todo, asumía como un reto la defensa de los derechos de Dios: Que todos sus hijos vivan con dignidad.

Por eso en el silencio de sus largas vigilias de oración, Domingo dejó resonar en su corazón el reclamo de Dios a Moisés en la zarza que ardía sin consumirse: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus gemidos y no puedo soportarlos, por eso yo te envío. Ve al Faraón…” Y ante una gran hambruna que se cobraba la vida de los pobres, Domingo se dejó enviar, vendió su único tesoro, los libros que eran pergaminos de piel, para darles de comer diciendo: “No puedo estudiar sobre pieles muertas –los libros- mientras mis hermanos, pieles vivas, se mueren de hambre”.

Ojala como Domingo, hablando con Dios en la oración, sepamos hablar de Él a los hermanos, y sobre todo, que imitando su ejemplo “con los pies descalzos, salgamos a predicar” para anunciar el Evangelio de la gracia, la Buena Noticia de la Salvación. Ojala sepamos decir con la vida y las actitudes que nuestro Dios nos ama siempre y a pesar de todo, y que en Jesucristo ya nos ha salvado.

“Predicador de la gracia, júntanos a los santos”.

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