El cardenal de Madrid invita a ser "testigos humildes y alegres de la esperanza" Cobo: "No hay Iglesia sin Pedro, no hay Iglesia sin Pablo. No hay uno sin el otro"

Cobo, en la catedral de La Almudena
Cobo, en la catedral de La Almudena Archimadrid

"Que nuestra fe sea como la de Pedro, una fe que una como él. Una fe que envíe como Pablo. Una fe que transforme nuestra diócesis en tierra de Evangelio a ritmo de Pedro y Pablo […] Y que nosotros, como piedras vivas, sigamos sabiendo nos como ellos para edificar con alegría y humildad esta Iglesia del Señor"

"En una ciudad como la nuestra donde hay mucha prisa, indiferencia y desencanto, donde también hay mucha generosidad y búsqueda de sentido, la Iglesia en el abrazo de Pedro y Pablo está llamada a ser testigo humilde y alegre de la esperanza"

La catedral de la Almudena acogió ayer, domingo 29 de junio, la celebración de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, Día del Papa. Presidió la Eucaristía el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, acompañado por sacerdotes de la diócesis y numerosos fieles

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«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» —comenzó preguntando el arzobispo, citando las palabras de Jesús a sus discípulos—. Una pregunta que, según subrayó, el mismo Señor nos lanza a todos los que nos reunimos como Iglesia. «Para responder con fidelidad, para no pasar y ya está, siempre necesitamos modelos e historias que nos ayuden y que nos den pistas para responder cada uno –con la mochila que trae– con fidelidad, y responder desde la fe», afirmó.

Para ello, el cardenal destacó la necesidad de contar con modelos que nos orienten: «Pedro y Pablo responden, respondieron, cada uno de una forma distinta, pero responden. Y esa respuesta, la de cada uno, es la que Cristo ensambla y nos la ofrece hoy». Pedro, el pescador, que es llamado piedra sobre la que se edificará la Iglesia. Pablo, el perseguidor convertido en apóstol, que lleva el Evangelio a los confines del mundo conocido: «Dos misiones, dos caminos, dos planteamientos, hasta dos divergencias, pero una única respuesta. Ambos congregan a la Iglesia, responden personalmente al Evangelio y adaptan las respuestas que dan no a lo que ellos piensan, sino a lo que la misión pide jugándose la vida por Cristo», señaló.

En su homilía, Cobo recordó que la confesión de fe de Pedro no nace del razonamiento, sino de haber escuchado la voz de Dios. «Claro que esta confesión –como las de cada uno de nosotros– no son confesiones perfectas ni definitivas. Poco después el mismo Pedro va a intentar disuadir a Jesús para que no afronte la cruz. No entendía bien a Jesús, pero lo confesó. No entendía el camino que Jesús le marcaba, pero se fio de Él y estaba dispuesto a ir donde Jesús le marcara porque estaba lleno de amor por el Señor». Por eso, insistió, «la piedra no es la fortaleza humana de Pedro, sino una fe fundada en la comunión con Dios. Ahí es donde Jesús quiere edificar su Iglesia: sobre aquella fe sencilla y abierta, no sobre una perfección doctrinal. La Iglesia se construye siempre sobre personas que se dejan transformar, sobre aquellos que se dejan cambiar por Cristo y por los hermanos».

Pablo, por su parte, encuentra a Jesús en el camino, en la caída, en la crisis. «Pablo no estuvo en esa escena de Cesarea de Filipo, pero se encontró también a Cristo, lo encontró en el camino, en la caída, en el cambio de dirección, en la crisis, en la debilidad. Y eso cambió la historia de la Iglesia». Ambos apóstoles, recordó el cardenal, «pusieron la fe y la voluntad del Espíritu en el centro. Ambos acordaron que la fe no es fruto de un esfuerzo personal; experimentaron que es un don recibido y sostenido por el Señor. Y fue la fe la que habló y no solo sus intereses».

Cobo quiso subrayar que, igual que Pedro y Pablo, todos los fieles están llamados a dar una respuesta personal a la pregunta de Jesús: «No hay Iglesia sin Pedro, no hay Iglesia sin Pablo. No uno sin otro. No comunión sin misión. No tradición sin respuesta a la misión. No hay estructura sin Espíritu. Ellos fueron capaces de abrazarse juntos y así, en ese abrazo, edificar la Iglesia». Esta misión, recalcó, exige fidelidad a la tradición recibida y disponibilidad para la evangelización: «Necesitamos aprender a ser una Iglesia en salida, misionera, que no se parapeta en los templos, sino que se lanza a las calles, al metro, a las redes, al mundo universitario y a todos los que están sufriendo en nuestra ciudad».

Y añadió: «En una ciudad como la nuestra donde hay mucha prisa, indiferencia y desencanto, donde también hay mucha generosidad y búsqueda de sentido, la Iglesia en el abrazo de Pedro y Pablo está llamada a ser testigo humilde y alegre de la esperanza».

«¿Quién dices tú que soy yo?» —repitió el cardenal, dirigiéndose a todos los presentes—. Invitó a cada uno a hacer su propia confesión de fe, a no limitarse a fórmulas repetidas o gestos aprendidos, sino a ofrecer la propia vida como respuesta. «No se trata de decir palabras bonitas ni gestos espectaculares; se trata de escuchar a Cristo y dar la vida por Él, como Pedro y como Pablo. Se trata de que nuestra vida sea respuesta a lo que hemos escuchado».

La homilía pidiendo intercesión por la diócesis a los santos Pedro y Pablo, y por el Papa León XIV, sucesor de Pedro, para que confirme a la Iglesia en la fe y en la entrega a nuestro mundo. «Que nuestra fe sea como la de Pedro, una fe que una como él. Una fe que envíe como Pablo. Una fe que transforme nuestra diócesis en tierra de Evangelio a ritmo de Pedro y Pablo […] Y que nosotros, como piedras vivas, sigamos sabiendo nos como ellos para edificar con alegría y humildad esta Iglesia del Señor».

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