"Una dirección que recoge el legado de Francisco y que relanza el anuncio del Evangelio con una voz propia" Iglesia abierta y sin trincheras: Un mes con León XIV

León XIV
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"Un mes después de la elección del papa León, se está produciendo lo que Ricoeur definiría un «conflicto de interpretaciones». Hay quienes se aferran a la mozzetta roja y aclaman el retorno de la Tradición, y quienes se aferran a los zapatos negros y hablan de un Francisco II"

"Prevost muestra un rostro eclesial que no hace de la identidad un escudo contra el cambio, sino «una brújula válida para todos» para orientarse en el mundo"

"Se perfila una Iglesia que no tiene la ansiedad de definir todas las cuestiones, sino que prefiere acompañar las preguntas en lugar de apagarlas"

"El retrato de León XIV está apenas esbozado: tomará forma en sus decisiones, con el paso del tiempo, con su discernimiento, asimilando su aceptación del ministerio petrino"

Un mes después de la elección del papa León, se está produciendo lo que Ricoeur definiría un «conflicto de interpretaciones». Hay quienes se aferran a la mozzetta roja y aclaman el retorno de la Tradición, y quienes se aferran a los zapatos negros y hablan de un Francisco II. Menos interesantes y congruentes son las voces, sobre todo eclesiásticas, que hablan de una renovada «unidad» de la Iglesia, que sin embargo siempre han entendido como «uniformidad» con respecto a la libertad de conciencia y de expresión, entendida banalmente como «confusión».

Pero, ¿qué hemos entendido del papa León a partir de lo que realmente ha dicho? Hay una palabra que queda grabada al releer sus primeros discursos: apertura. Prevost habla del «reto de la apertura» en el anuncio del Evangelio, entendido como postura esencial de una Iglesia que elige «saber construir puentes, saber escuchar para no juzgar, no cerrar las puertas, pensando que nosotros tenemos toda la verdad y que nadie más puede decirnos nada». Lo dijo con claridad justo cuando tomó posesión de su Cathedra romana. Una dirección que recoge el legado de Francisco y que relanza el anuncio del Evangelio con una voz propia.

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León XIV
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En la línea del Concilio Vaticano II —al que León XIV reiteró su plena adhesión— y siguiendo los pasos de la Evangelii gaudium de Bergoglio, Prevost muestra un rostro eclesial que no hace de la identidad un escudo contra el cambio, sino «una brújula válida para todos» para orientarse en el mundo. Un mundo que, como ha recordado, está atravesado por una «policrisis», en la que convergen guerras, desigualdades, crisis medioambientales, emergencias migratorias e innovaciones tecnológicas desorientadoras.

Un tiempo difícil, que exige a la Iglesia saber escuchar, discernir, estar «cerca». La llamada telefónica de Putin —a la que León respondió dando las gracias al patriarca ruso—, valorizando la labor del cardenal Zuppi y con una clara petición de diálogo y de un signo de paz –, se inscribe en el paciente tejido de relaciones que Francisco ha ido tejiendo desde su encuentro con el embajador ruso y sus contactos con el patriarcado, en particular con el metropolitano Anthony, jefe del Departamento de Relaciones Eclesiásticas Exteriores de Kirill.

Uno de sus pasajes más fuertes, y quizás también más desconcertantes, se refiere a la relación con la verdad. León XIV fue tajante al hablar de la Doctrina Social de la Iglesia: «No quiere levantar la bandera de la posesión de la verdad, ni en el análisis de los problemas, ni en su resolución. En estas cuestiones es más importante saber acercarse que dar una respuesta apresurada sobre por qué ha sucedido algo o cómo superarlo. El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que siempre son diferentes, porque cada generación es nueva, con nuevos retos, nuevos sueños, nuevas preguntas». No se trata de relativismo, evidentemente, sino de una actitud humilde y madura.

León XIV
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La verdad cristiana, para León XIV, no tiene nada que ver con el «adoctrinamiento», que «es inmoral, impide el juicio crítico, atenta a la sagrada libertad de la propia conciencia —aunque sea errónea— y se cierra a nuevas reflexiones porque rechaza el movimiento, el cambio o la evolución de las ideas ante nuevos problemas». Estas palabras leoninas permiten reconocer la dirección del paso firme y decidido de su pontificado.

Francisco ha combatido la introversión eclesial, y León, citándolo, lo ha reiterado: «La Iglesia es constitutivamente extrovertida», y «la autorreferencialidad apaga el fuego del espíritu misionero». Es más, con una expresión realmente fulminante, Prevost añadió: «El pueblo de Dios es más numeroso de lo que vemos. No definamos sus límites». Es un mensaje poderoso, incluso para quienes se sienten marginados o ajenos a cualquier pertenencia religiosa. León XIV parece decir: la Iglesia no está formada por «nuestros pequeños grupos, que se sienten superiores al mundo», sino que es una realidad en camino, que no pierde el tiempo estableciendo cercas y trincheras.

Desde su elección, León XIV ha subrayado que siente que su tarea es «custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, mirar hacia el futuro para responder a las preguntas, inquietudes y desafíos de hoy». Es un delicado equilibrio entre la custodia y el impulso. Es aquí, y no en el equilibrio entre vestimentas rojas y negras, entre fajines y birretes, donde hay que buscar la armonía interior del pontificado que Prevost busca en un presente que cambia rápidamente. «Cada generación es nueva», y si los problemas cambian, también deben evolucionar las respuestas. Por eso se necesita una Iglesia capaz de «juicio prudente», es decir, concreto, contextual. Se perfila una Iglesia que no tiene la ansiedad de definir todas las cuestiones, sino que prefiere acompañar las preguntas en lugar de apagarlas.

En los primeros discursos de León XIV también llama la atención su insistencia en una fe concreta. «Ser de Dios —dijo— nos une a la tierra: no a un mundo ideal, sino al real»: no hay nada evanescente en su visión: es una fe encarnada, que se expresa en la proximidad, en el cuidado, en el compromiso. Una fe que no se mide en fórmulas, sino en relaciones. A los sacerdotes, les recordó durante una ordenación: «Son personas de carne y hueso las que el Padre pone en vuestro camino. Consagrad vuestra vida a ellas, sin separaros de ellas, sin aislaros». Es una invitación a evitar toda forma de clericalismo.

León XIV
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León no oculta las heridas de la Iglesia y ve las de nuestro mundo: «Juntos reconstruiremos la credibilidad de una Iglesia herida, enviada a una humanidad herida, dentro de una creación herida». Es una imagen poderosa, que une la conciencia de los límites con la esperanza de un camino posible. En una audiencia general, Prevost habló de una Iglesia «samaritana», capaz de inclinarse sobre las heridas de la humanidad.

Bergoglio utilizaba la expresión de la Iglesia como «hospital de campaña» capaz de curar. «Si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a distancia, tienes que involucrarte, ensuciarte, quizás contaminarte», dijo Prevost. Y la posibilidad abierta, sin miedo, al riesgo de una «contaminación» es decididamente interesante. «Extrovertida» es también el adjetivo que eligió para definir a la Iglesia.

En una época de polarizaciones, de retornos identitarios y de cierres defensivos, esta palabra suena como un manifiesto. Es una invitación a no tener miedo, a salir, a arriesgarse, a ponerse en juego. Porque, como recordó León XIV, «la alegría de Dios» —Evangelii gaudium— «cambia realmente la historia y nos acerca unos a otros».

El retrato de León XIV está apenas esbozado: tomará forma en sus decisiones, con el paso del tiempo, con su discernimiento, asimilando su aceptación del ministerio petrino. Sin embargo, está claro que no se ha presentado a la Iglesia y al mundo como un «líder solitario», sino encarnando la figura de una Iglesia que quiere ser «fermento para un mundo reconciliado».

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