Los abusos sexuales: buscar soluciones







Pese a la gravedad del “asunto granaino”, y partiendo de la presunción de inocencia de los imputados, lo acontecido no sería más que un nuevo espolón en detrimento de los más necesitados, al que viene siendo hora poner su correspondiente malecón.





El término paidofilia viene recogido en el diccionario de la RAE, como la atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes pero, como el pensamiento no delinque, y no hablamos de moral, será mejor utilizar el término pederastia, es decir, el abuso sexual cometido con niños, aunque éste término no se encuentra reflejado en el Manual de Diagnóstico y Estadística de Desórdenes Mentales (DSM-V).





La Asociación Americana de Psiquiatría (APA), publicó recientemente un comunicado asegurando que considerar a la pedofilia una “orientación sexual” dentro de la quinta edición de su Manual de Diagnóstico y Estadística de Desórdenes Mentales (DSM-V) fue un “error”, que será corregido en la edición digital del libro, así como en posteriores impresiones.





En su comunicado, la APA indicó que “la orientación sexual” debe leerse como “interés sexual”. De hecho, la APA considera el desorden pedofílico como una parafilia (una desviación sexual), y por tanto, no una orientación sexual.





Sentados estos principios de acomodo científico, y constatada la extensión de esta desviación sexual en toda la sociedad, pero especialmente dolorosa entre sacerdotes y religiosos, quienes deberían ser acogedores y dadores de vida, valdría la pena siquiera esbozar las posibles causas y consecuencias.





Que los abusos denunciados en esta trama, directa o indirectamente, haga presuntamente responsables a diez sacerdotes (y dos laicos, uno de ellos profesor de religión), parece más bien corresponder con acciones estructuradas de sectas destructivas, en las que un líder aúna voluntades, y que podría explicar que los impulsos sexuales, en su clínica individual, no provocasen malestar significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad de los demás individuos considerados en su singularidad.





Tendrán que ser los forenses los que determinen si son “psicopáticos” los trastornos de la personalidad que padecen el líder del grupo y el resto de miembros que, indudablemente existen, y que se caracterizan frecuentemente, en su versión carismática, porque a primera vista y en un trato menor o superficial, estos individuos parecen muy interesantes e incluso encantadores y humildes. Pero en realidad no soportan el menor asomo de contrariedad, con grave incapacidad para tolerar la frustración, y escondiéndose a menudo tras la máscara de la dulzura y la humildad, e incluso del sufrimiento. Son autoritarios, adictos a la mentira que manifiestan con la mayor frialdad del mundo, insistiendo en ella. Se caracterizan por su megalomanía (delirio de grandeza) y egocentrismo. El psicópata es un individuo con una aguda frialdad moral, incapaz de cualquier atisbo de empatía.







Entre las posibles causas en este ámbito (eclesiástico), que se ha visto salpicado y denunciado en demasiados ocasiones y países del mundo, podríamos intuir que, más allá de anormalidades neurológicas, es muy posible que la etiología sea de carácter aprendido, por lo que debería cambiar radicalmente la educación en los seminarios y en cualquier otro ámbito de educación de niños y adolescentes que pretendan recibir hábitos u órdenes sagradas.





Se me ocurren algunas posibles causas, como tal vez una educación potentemente machista y jerarquizante, excluyente, diferenciada y en cierto modo en la que subyace una cierta superioridad respecto al mundo (órdenes sagradas vs. mundo), y que podría provocar en sujetos no formados este tipo de deformación profunda respecto de la ternura y de las relaciones psicoafectivas “normales”, esto es, las que no infringen daño a otras personas.





Por otro lado, tal vez haya una ausencia de cariño que da lugar al desafecto, a un mínimo de contacto entre sus iguales, a la comprensión, a la calidez. Como sostuvo Fourier, adelantándose a Freud, lo reprimido siempre vuelve bajo otras formas, de condición perversa.





Volviendo a los presuntos delincuentes, si se demuestra su participación en los delitos que se afirma han cometido, estos podrían tener unas circunstancias agravantes de la responsabilidad criminal, es decir, si los abusos cometidos se han realizado sobre niños que no han podido defenderse de manera alguna, con lo que estaríamos ante un hecho alevoso, o si presuntamente obraron, lo que parece incuestionable, con abuso de confianza.







Los hechos que se les imputan son la realización de actos que atentan contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona, en las que pudiera no mediar violencia o intimidación, pero tampoco consentimiento expreso y consciente, y que conlleva el castigo de uno a tres años de cárcel o multa de dieciocho a veinticuatro meses. Pero aun mediando el consentimiento, se impondrá la misma pena, si éste se ha obtenido prevaliéndose de una situación de superioridad manifiesta que coarte la libertad de la víctima. Mucho más grave es si el abuso sexual consiste en acceso carnal por vía vaginal, anal o bucal, o introducción de miembros corporales u objetos por alguna de las dos primeras vías, porque el castigo será de cuatro a diez años de cárcel.





Y no podemos olvidar la figura del encubridor, no siempre presente pero muy habitual en este ámbito criminal, que podrían ser condenados con la pena de prisión de seis meses a tres años si ocultan, alteran o inutilizan los efectos del delito, para impedir su descubrimiento, o ayudando a los presuntos responsables del delito a eludir la investigación de la autoridad o de sus agentes, o a sustraerse a su busca o captura, siempre que concurra alguna de las circunstancias indicadas por la Ley.





Benedicto XVI abordó esta cuestión y fue muy consciente de la gravedad de estos delitos y la respuesta a menudo inadecuada por parte de las autoridades eclesiásticas, dirigiéndose a los sacerdotes y religiosos de Irlanda que habían abusado de niños, en los siguientes términos:





“Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros hermanos sacerdotes o religiosos. Los que sois sacerdotes habéis violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa”.











Pero es Francisco quien ha hecho carne con su propia voz los principios de la disciplina de la Iglesia, que incluyen “tolerancia cero con los abusos y con quienes los cometen”, “ayuda a las presuntas víctimas y, una vez probados los hechos, a las víctimas si las hay” y la “cooperación con las autoridades en el establecimiento de la verdad y la justicia, de forma que estas conductas aberrantes, que la Iglesia rechaza y condena, puedan evitarse y erradicarse”.





Si finalmente se aprecia como cierta toda esta aberrante situación, debemos mostrar nuestra empatía con el dolor y el sufrimiento de las víctimas, y que Dios perdone a los culpables pero que la Justicia terrenal les condene enérgicamente.

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