El tremendo dolor de su Pasión apenas es percibido en toda su crueldad ¡Mira los azotes de mi espalda!

¡Mira los azotes de mi espalda!
¡Mira los azotes de mi espalda!

"Mira las bofetadas de mis mejillas que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados".

En una antigua homilía del oficio de las Horas, se especula cuáles fueron las consecuencias del tremendo dolor de Cristo en la cruz y su Pasión soportando toda ignominia, vergüenza y degradación. Ese dolor es motivo para que la reconciliación llegue a los sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte para liberarlos de su desesperación. Cristo descenderá a los infiernos para adentrarse en la espesa e inquietante realidad de una existencia sobrenatural encadenada por el peso del mal que pronto verá su liberación. Un párrafo de esta antigua homilía es elocuente al respecto: “Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del Paraíso; yo, en cambio, te coloco en el trono celestial…Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte...”

La humanidad de Cristo pende de la Cruz y reposará en la sepultura. Hoy la Cruz es pesada, agobiante, en el mundo parece que no hay consolación alguna, agravado por las consecuencias de la pandemia El sacrificio de Cristo demolió las prisiones del abismo, lo hizo a un precio muy alto donde asumió la condición de oblación y, a pesar de nuestra miseria, nos acoge. El sacrificio de Cristo debería atraer constantemente a cada persona encadenada por la muerte y la maldad. Al verlo en la cruz y ser sepultado, vemos con asombro cómo el Creador de todas las cosas, en su Hijo, vino a servir y a dar su vida en rescate de muchos, en él no peso la corrupción, no tuvo poder la muerte definitiva, no fue una sombra en los infiernos. Su muerte no es presunción como la de los dioses míticos, más bien es signo de la humildad de Dios donde desciende al hombre para elevarlo de nuevo. (Cf. Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección. 295, 299)

El tremendo dolor de su Pasión apenas puede ser percibido en toda su crueldad y crudeza. ¿Qué ser humano, qué hombre o mujer puede soportar ese tormento? Sin embargo, todos los días la tortura de Cristo se elonga a nuestros días en el sufrimiento cotidiano de millones. Que Cristo haya descendido a los infiernos nos hace volver la mirada a nosotros mismos para escrutar si el corazón, si nuestro interior, es el lugar sobrenatural donde se ciernen las tinieblas o es iluminado por su Luz salvífica. Cada día, mientras la pandemia parece prevalecer, somos testigos de la gran bondad de miles de hombres y mujeres crucificando su vida para que otros tengan vida, pero ellos son atravesados por la irresponsabilidad y maldad consciente del ser humano, para quienes nuestra actual situación nada ha dejado, esclavizando a su hermano, al prójimo, de corazones impenetrables, de piedra, sólo conmovidos por la miseria de lo superfluo, instalados en un sitial semejante al lugar de los muertos donde no había esta reconciliación realizada en la cruz.

Todos los días, cuando el corrupto parece triunfar, el idólatra parece cantar la falsa realidad de los eidolon que desgarran la existencia, se realiza conscientemente esta participación humana para despojar a Cristo de su vida y llevarlo a la tenebrosa intimidad entre la voluntad y el hecho del pecado; sin embargo, su cuerpo destrozado, como afirma esa homilía citada arriba, es prenda de esa gratuidad definitiva de reconciliación y amor: “Mira los salivazos de mi rostro que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos fuertemente sujetadas con los clavos en el árbol de la cruz por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido… Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti”.

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