No salía de mi asombro. En aquel verano de 1978 acabábamos de enterrar a un papa, Pablo VI, y de elegir a otro, Juan Pablo I, que los medios calificaron enseguida como "el papa de la sonrisa". A los 33 días regresaba a Roma
¿Qué había pasado? ¿Cómo explicar una muerte tan repentina? Ya entonces se desataron las especulaciones: que si estaba enfermo del corazón, que si el estrés había afectado el psiquismo de un hombre que no se sentía con fuerzas para gobernar a la Iglesia, y, como inevitable, la hipótesis del envenenamiento.
El libro publicado en 1984 por Yallop, “En el nombre de Dios”, ofrecía escasas fuentes y pruebas. Pero vendió seis millones de ejemplares al aprovechar el escándalo bancario del Vaticano, que involucró a la logia masónica P2 y al banquero italiano que había muerto en misteriosas circunstancias
El Vaticano organizó un contraataque a través del arzobispo John Foley, que encargó la redacción de un libro-respuesta al periodista británico John Cornwell. Juan Pablo II le invitó a su misa privada y le bendijo el proyecto. La obra se centró en atacar la teoría de la conspiración. Según los argumentos de Cornwell, el breve pontificado de Juan Pablo I se estaba precipitando hacia el desastre y muchos en el Vaticano lo sabían
El obispo Antonio Montero, último responsable entonces de la casa editora de Vida Nueva, me exigió que escribiera al nuncio pidiendo perdón por haber publicado el dossier de Jesús López, aunque yo seguía ignorando por qué, si se había publicado solo como una hipótesis. López fue destituido de su cargo en la Conferencia Episcopal
Yo no sé si lo mataron o no. Pero hay muchos cabos sueltos en esta historia. Desde luego tenía proyectadas reformas importantes en la Iglesia desde su bondad y también ingenuidad