Ciudad Rodrigo es una pequeña y bellísima ciudad de “provincia” de Salamanca (España) en la raya de Portugal. Ciudad militar con “alcaide” del tiempo de las guerras hispano-portuguesas, con un entorno amurallado impresionante, propio de la Guerra de la Independencia, entre españoles, portugueses, franceses con Massena e ingleses con Wellington (1810-1812).
Ciudad Rodrigo es, además, la sede de un pequeño obispado, antiguo, glorioso… y amenazado, por diversas circunstancias sociales, eclesiales… Su último obispo, Mons. Raúl Berzosa (2011-2019), a quien quiero mandar mi saludo admirado de amigo y colega “renunció” por causas y acusaciones “oscuras” (no dichas, y mucho menos probadas) y desde entonces la ciudad está “viuda” de obispo.
Por ahí anda Don Raúl realizando, con fidelidad, labores delicadas, silenciosas, admirables, de “obispo emérito”, en diversos lugares de la iglesia, pero fuera de su diócesis de Ciudad Rodrigo. Por ahí anda Ciudad Rodrigo, sin obispo.
Hace unos días preguntaron al nuncio, Mons. Auzá, que respondió con un seco “a ese tema no respondo”, que cayó muy mal entre cristianos y gentes de bien de Ciudad Rodrigo y de todo Salamanca.
Con esta ocasión, un antiguo alumno y amigo de Ciudad Rodrigo, buen cristiano: ¿Cómo se podría elegir y ordenar un obispo de Ciudad Rodrigo? Se lo he preguntado por correo al Sr. Nuncio, Mons. Auzá, pero no me ha respondido. Por eso responde aquí con una nota histórico-teológico, no sobre lo que va a hacer el Nuncio y la Cúpula Episcopal de España y del Vaticano, sino lo que me parece lógico desde la perspectiva de la gran tradición antigua de la iglesia, en diálogo con dos colegas.