¿Cómo se relaciona Jesús con sus amigos? Se acercó, la cogió de la mano y la levantó

Se acercó, la cogió de la mano y la levantó
Se acercó, la cogió de la mano y la levantó

Jesús sale de la sinagoga de Cafarnaúm y y se fue a compartir a casa de dos de sus amigos, de sus discípulos, de Simón y Andrés.

Jesús comienza a relacionarse con sus amigos, con las primeras comunidades de una forma diferente. En el centro de la amistad o de las relaciones ya no están las leyes y los preceptos, y no es que Jesús diga que no tienen valor, sino que las leyes están al servicio de la Buena Noticia, del mandamiento más importante, el amor.

La madre de la esposa de Simón está enferma y no puede salir a recibirlos en la casa. Marcos nos dice que Jesús no se queda sentado disfrutando con los demás, sino que se preocupa por los más desvalidos, no tiene miedo de contagiarse de ninguna enfermedad, y toma la iniciativa, se acerca, la coge de la mano y la levanta. A la mujer se le pasaron todos los males y empieza a servirles.

“Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.” Jesús llevaba una vida muy intensa, no paraba de caminar y de moverse, de conmoverse, de acoger, de servir, de sanar,… pero nunca abandona la relación con su Padre, donde reside su fuerza, su confianza, su esperanza, la fuente de su amor.

¿Cómo me relaciono con los demás? ¿Quiénes son mis amigos? ¿Qué lugar tienen en mi vida las personas que peor lo pasan? ¿Con quién comparto la mesa? ¿Cómo es mi relación con nuestro Padre?

Hoy Marcos sigue describiendo la vida pública de Jesús desde su comienzo. Si recordáis la semana pasada entró en la sinagoga de Cafarnaúm y liberó a un poseído por un mal espíritu. Seguidamente sale de la sinagoga, y aquí comienza el evangelio de hoy. Se fue acompartir a casa de dos de sus amigos, de sus discípulos, de Simón y Andrés.

Una pregunta para los más pequeños: este Simón, ¿sabéis quien es? Simón y su hermano Andrés son unos pescadores, un poco rudos, a los que Jesús llama para convertirse en sus discípulos, en su pandilla. A Simón, Jesús le cambiará el nombre, y le llamará Pedro, y se convertirá en el sucesor de Jesús, como por así decirlo, el primer Papa.

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Bueno, pues se nos dice que Jesús comienza a relacionarse con sus amigos, con las primeras comunidades de una forma diferente. En el centro de la amistad o de las relaciones ya no están las leyes y los preceptos, y no es que Jesús diga que no tienen valor, sino que las leyes están al servicio de la Buena Noticia, del mandamiento más importante, el amor.

Por eso viendo a Jesús y siguiéndole de cerca podemos aprender de él, como sus amigos y seguidores. La madre de la esposa de Simón está enferma y no puede salir a recibirlos en la casa.

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Marcos nos dice que Jesús no se queda sentado disfrutando con los demás, sino que se preocupa por los más desvalidos, no tiene miedo de contagiarse de ninguna enfermedad, y toma la iniciativa, se acerca, la coge de la mano y la levanta. A la mujer se le pasaron todos los males y empieza a servirles.

Os invito a que nos tomemos un poco de tiempo para observar con detenimiento cómo actúa Jesús.

A Jesús le informan de que la suegra de Simón está enferma. Eso le conmueve por dentro y le lleva a preocuparse por ella. No se queda indiferente ante el sufrimiento de los demás o se despreocupa. Jesús toma partido.

Se nos dice que Jesús “se acercó”, toma la iniciativa, sale de su zona de confort para acercarse a una persona enferma, con lo que eso suponía en Israel y en los preceptos, de acercarse a lo impuro, de alguna manera a lo pecaminoso. No tiene miedo del riesgo, ni de contagiarse.

Jesús se acerca y se agacha, no se acerca desde arriba, se pone a su mismo nivel, la mira a los ojos. ¿Habéis visto lo diferente que es hablar con un niño pequeño desde arriba o cuando uno se agacha y comienza a entablar una conversación o un juego cuando se está al mismo nivel?

Jesús la “coge de la mano”. No se queda a distancia o en la puerta y le pregunta cómo estás, sino que toca a la enferma, le muestra su afecto y su cercanía. Quiere que la suegra de Pedro sienta la fuerza sanadora del cariño y del amor. Quiere que sienta que está a su lado y que ella es muy importante; por eso se acerca y la coge de la mano.

Marcos nos dice que Jesús la levantó, le ayudó a ponerse de pie. Como a tanta gente a la que Jesús se acercará, Jesús sana a esta mujer enferma, y la levanta, le devuelve la dignidad.

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No nos olvidemos que Jesús hace este milagro en sábado. Algo escandaloso para un judío. Hasta hoy si tenéis algún amigo o amiga judío ortodoxo, los sábados no pueden ni siquiera encender la luz en la casa, ¡como para tocar a nadie u obrar un milagro! Jesús pone en el centro a la persona sufriente, necesitada, por encima de cualquier norma. La ley está al servicio del ser humano y no al revés.

Los seguidores de Jesús realmente se fijaban en lo que Jesús hacía y lo imitaban. Cuando la mujer enferma recupera su salud, lo primero que le brota es tanto agradecimiento, que intenta devolverlo y se pone a servir a todos. La mujer imita a Jesús y hace lo mismo. Lo ha aprendido de Jesús: la acogida, el cuidado a los demás y el servicio son lo importante.

Jesús se conmovía con la gente que se encontraba, con los más desvalidos, no solo en casa de sus amigos, sino en todos lados. Escuchamos de nuevo: “Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios.”

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Las personas que peor lo pasan, buscan una salida, buscan un sentido a sus vidas. La esperanza de los que sufren busca la puerta de esa casa donde está Jesús. Esa casa hoy es la Iglesia. La gente que sufre, que busca, solo puede acercarse a la Iglesia, puede descubrir dentro de ella a Jesús sanando la vida y aliviando el sufrimiento, si realmente siente que nuestra puerta está abierta y nos hemos convertido realmente en un hospital de campaña o en un comedor grande donde cada cual tiene un lugar y lo que hay, poco o mucho, se comparte. Todos sabemos que a la puerta de nuestras comunidades y dentro de ellas hay mucha gente que sufre. Ojalá que no se nos olvide.

Hay muchas cosas que hoy podemos aprender de Jesús. Nosotros como personas seguidoras de Jesús hemos de tener presente su modo de ser, la manera de relacionarse con los demás, de poner en el centro a los que peor están, de acoger, de amar, de agacharse para acompañar. Gestos sencillos, pero con un gran valor y que transforman la vida de las personas, que transforman la realidad.

Hace años me encontré a una mujer, Silvana, que lo había dejado todo, se había ido a Albania, después de la caída del régimen comunista para atender a niños discapacitados que estaban en la calle. Ella siempre repetía con gran fe, que el amor lo podía transformar todo.

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Jesús nos deja un último mensaje hoy que no se nos debe olvidar: “Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.” Jesús llevaba una vida muy intensa, no paraba de caminar y de moverse, de conmoverse, de acoger, de servir, de sanar,… pero nunca abandona la relación con su Padre, donde reside su fuerza, su confianza, su esperanza, la fuente de su amor.

Hoy todos tenemos agendas superocupadas en el trabajo, en la familia, con nuestras actividades y ocio, viajes, etc. Seguramente no tan intensas como las de Jesús, que no tenía ni siquiera su propia casa para descansar. Y Jesús siempre encuentra tiempo, casi siempre de madrugada, cuando la gente estaba descansando, para encontrarse con su Padre.

¿Cómo me relaciono con los demás? ¿Quiénes son mis amigos? ¿Qué lugar tienen en mi vida las personas que peor lo pasan? ¿Con quién comparto la mesa? ¿Cómo es mi relación con nuestro Padre? Quizás estas son buenas preguntas que podamos rezar y rumiar a lo largo de esta semana.

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Domingo 5º del Tiempo Ordinario - Ciclo B                                                                                

S. Marcos (1,29-39)

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