“La buena nueva en servicio de continua itinerancia, en desgaste de gratuidad “ ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Alfredo Quintero Campoy - Alejandro Fernández Barrajón

La iglesia, como comunidad de bautizados y convocada a vivir la comunión de la fraternidad en Cristo, no se entiende sin la vocación suprema de anunciar el evangelio. Este mandato es lo que Jesús resucitado trasmite a sus discípulos antes de subir a los cielos: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio”

Anunciar el Evangelio, a tiempo y a destiempo, es el compromiso sin tregua que hemos adquirido los creyentes desde nuestro bautismo. Una tarea de todos.

Así lo entendemos cada domingo los sacerdotes cuando a través de la homilía queremos explicitar el mensaje de Jesús a todos los creyentes que asistimos a la Eucaristía.

Con la sensación, muchas veces, de que esta tarea es inútil y nuestras palabras se pierden entre la indiferencia y la prisa de nuestros días. La homilía se convierte así, no pocas veces, en un trámite que hemos de pasar cada domingo.

Nos preguntamos cómo llegar hoy al corazón de los creyentes para depositar en ellos la semilla siempre joven del evangelio.

¿Qué falla para que uno y otro domingo la palabra no prenda con fuerza al menos en los corazones de buena voluntad?

¿Tal vez la fuerza de la rutina, de la repetición incansable, cada domingo, cierra nuestros ojos a la novedad de la Palabra divina y nos imposibilita para el cambio, para la renovación para el seguimiento entusiasta de Jesús?

¿O tal vez la palabra de Jesús no interesa demasiado a los hombres de hoy porque es exigente, porque no nos deja instalarnos en nuestros propios proyectos acomodados, porque denuncia nuestra cobardía y nuestra falta de amor?

Sea cual sea la razón, San Pablo nos anima a anunciar el Evangelio con toda nuestras fuerzas; a decirle a este mundo nuestro que no confíe demasiado en sí mismo y en sus doradas conquistas, porque puede tener los pies de barro. ¡Cuántas señales nos rodean para denunciar nuestra mediocridad, nuestra pequeñez existencial, nuestra pobreza de miras!

 Ya desde la primera lectura de Job se nos recuerda que nuestra vida es como un servicio militar; que nos hace conectar con aquellas palabras del mismo Maestro: “El hijo del hombre no tiene en donde recostar la cabeza, haciéndonos entender algo fundamental: El servicio por el reino de Dios va por delante y está por encima de todo como elemento de prioridad. Cuando se asume la voluntad de Dios en una participación de entrega y servicio se entiende que hemos sido llamados a entregarlo todo. No estamos nosotros primero sino que están primero los destinatarios de este evangelio, de esta buena nueva. Un desgaste en la gratuidad como bien lo recuerda San Pablo: Anunciar el evangelio es un compromiso asumido por el mismo amor del encuentro tenido con Jesucristo. Nos debe apremiar como iglesia anunciar el evangelio, desde una mentalidad de plena gratuidad, en sintonía con la mentalidad, actitud y enseñanza de Jesús: “Busca primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se te dará por añadidura”

El evangelio presenta a Jesús, cercano a los enfermos, a los pobres, a los desesperados,  en un doble gesto de amor:

-Cura a los enfermos.

-Anuncia el Evangelio.

Veamos: Jesús estrictamente no ha venido a curar a los enfermos. Su misión no es montar un tipo de Seguridad Social Pública  o una consulta médica.

Pero tiene un corazón tan sensible, tan humano, que no puede resistirse ante el dolor de los otros: Tu fe te ha curado, le dice a los enfermos. La fuerza de la fe -quiere decirnos- es capaz de hacer milagros; confiad en Dios, nos dice, Él es la salud de los enfermos.

 ¿Cómo podremos curarnos nosotros si no nos sentimos enfermos?

¿Cómo nuestro mundo podrá necesitar de Dios si se siente seguro de sí mismo, asegurado en sus conquistas y orgulloso de sus propios descubrimientos?

-Sólo tienen necesidad de médico los enfermos y nosotros nos sentimos muy sanos.

-Sólo tienen necesidad de Dios los humildes, y nosotros nos sentimos muy autosuficientes.

En segundo lugar,  Jesús nos ofrece una palabra de esperanza, de ánimo, de consuelo, de Buena noticia.

A esto he venido: “A que tengáis vida y vida abundante”

La originalidad de Jesús no está en sus milagros, aunque los hace.

Ni está en su sabiduría, aunque es evidente.

Ni está tampoco en su vida, y eso que es pura coherencia.

Ni está en sus actos, que están llenos de amor.

Está en la novedad que supone el anuncio del Reino en nombre del Padre

Cuando teníamos motivos sobrados para la desesperanza y vivíamos envueltos en una red de violencia y de intereses, de desprecio e insolidaridad

Él nos dice que se acerca un tiempo nuevo: Un tiempo jubilar de gracia, de buena noticia, de liberación.

Nos dice que somos hijos de Dios y, por tanto, amados por Él tiernamente. Nos somos esclavos, ni señores de nadie, ni estamos condenados al fracaso; somos hijos queridos de Dios.

 Es preocupante ver en algunos rostros de la institución iglesia, una iglesia aletargada en sus comodidades, en sus seguridades, en sus parámetros estructurales de control sin dejar cauce a la vitalidad del Espíritu Santo que todo lo viene renovando, haciendo nuevo. Nuevos métodos, más mordiente, renovado ardor... Cómo debe ser una iglesia en sintonía con la exigencia misma del mensaje evangélico: “A vino nuevo odres nuevos”. No podemos pretender una renovación sin cambiar formas de antaño que ya no funcionan. Esa situación atrapa a muchas comunidades de la iglesia que se enfrentan a la gran dificultad de no poder crecer y, por lo tanto, no dar frutos, alejándose de la naturaleza del mismo ser del reino de Dios que es crecer y dar frutos: “Os he enviado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”. La naturaleza misma del reino de Dios es dar fruto, lo que no da fruto se corta. Así pasa con la iglesia institución, cuando se aleja del evangelio sin producir fruto se va secando, haciéndose estéril y, por lo tanto, se encamina a dejar de ser, a perder el sentido de su presencia significativa.

 La primacía del evangelio exige a toda la iglesia: Obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados y laicos estar abiertos en actitud siempre de servicio generoso donde seamos capaces de una gran flexibilidad, como dice San Pablo: Me he hecho esclavo de todos para ganarlos a todos”. Como también los sinópticos nos recordarán: “No he venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate de todos.”.  Esta universalidad de hacer todo para todos: judíos, paganos, esclavos, libres, deja claro que lo central es llevar a Jesús a donde Jesús lleva vida y razón de ser. Abrir los caminos del evangelio para que Jesús transite, como nos recuerda el evangelio de Marcos: “Va Jesús acompañado de Juan y Santiago a la casa de Andrés y Pedro, es decir, en Jesús se hace posible el encuentro de la fraternidad, donde Él,  con su presencia, devuelve la salud de la suegra de Pedro y rehabilitándola así la vuelve a poner en condiciones de servicio. Así pasa en nuestras iglesias: ¡Cuántas enfermedades imposibilitan la característica esencial del servicio! Este servicio nos alimenta en la integración del hogar, la familia y el ser iglesia. !Hay que curar las enfermedades de los miembros de la iglesia y la iglesia misma que la hagan esplendorosa en su esencia de identidad y de servicio!

En síntesis podemos decir que: El evangelio nos hace tomar conciencia de que no hemos venido a estar de brazos cruzados. El evangelio, como buena Nueva en la dinámica de comunicación de vida del espíritu de Jesús, que se nos da por los sacramentos, en la centralidad de la eucaristía, nos invita a abrirnos a vivir el reino de Dios en una mentalidad y actitud de encuentro, de sanación, de conversión, de perdón, de crecimiento, de lucha, de ser grandes desde la pequeñez, de ser primeros siendo los últimos... en un lenguaje que trasciende la lógica mentalidad del mundo que tiene parámetros lógicos de mentalidad inflexible y que, en su mayoría, le cuesta entender la sabiduría que Jesús nos transmite. Ahí radica la importancia de la necesidad de llevar la frescura del evangelio a este mundo tan falto y sediento de redención.

 Sólo los que han pasado por situaciones límite pueden entender lo que esto significa y lo que tiene la vida de don, de regalo, de gracia.

-Cuando la enfermedad nos amenaza y sentimos el zarpazo de la debilidad. Entonces nos damos cuenta de lo poco que somos. No podemos ni sostenernos.

-Cuando una madre no sabe cómo afrontar la situación de su hijo drogadicto que se acerca todos los días a la muerte, o de su hijo encarcelado.

-Cuando todo nos da igual porque no encontramos motivos suficientes para la vida, para el amor, para disfrutar de cuanto nos rodea

Entonces entendemos que las cosas, el dinero, el éxito, el poder, la inteligencia, la belleza, sirven de muy poco; no nos pueden salvar.

Entoncespodemos entender lo que significa la oferta de gracia de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”

Sólo entonces podemos sentir que nuestro Dios no es el dios de la Filosofía o de la razón, de la palabra o de la religión, sino el Dios vivo, encarnado en Jesucristo, que llena de sentido nuestra vida y se acerca a nosotros como medicina del alma.

Para los que tenemos fe no necesitamos ninguna prueba; para los que no la tienen les sobran todas las pruebas.

 Éste es el Jesús que queremos predicar: el Jesús que nos habla del Padre con un amor tan grande que se entrega por nosotros.

Los cristianos, sin embargo, no acabamos de descubrir esta realidad tan inmensa, demasiado preocupados por las cosas que nos rodean. 

En este misterio de amor, desvelado en Jesucristo, tiene sentido que recordemos a los muertos y lo hagamos con serenidad y con esperanza.

No estamos celebrando que han muerto, sino que viven en el misterio del amor de Dios.

Hay muchos cristianos que no creen en la resurrección de los muertos. Si así fuera vana es su fe. Su oración es como dar puñetazos al viento.

Ya lo dijo San Pablo: si Cristo no ha resucitado somos los más estúpidos de todos los hombres.

Cuando la iglesia se reúne con la seguridad de que su Señor, Jesús, está en medio de ella, celebra el don de la vida que el Padre nos ha regalado: La nuestra, la de los difuntos y la de todos aquellos que serán en el futuro convocados a la vida.

 La vida es de Dios y sólo a Él pertenece, aunque algunos hombres se empeñen en condenarla y en ejecutarla. Dios pedirá cuentas.

 Jesús es vida divina y cuantos se acercan a Él con fe la reciben en abundancia.

Esta es la paradoja de la Vida: “Que Dios viene a los suyos y los suyos no le reciben. Pero a cuantos le reciben les da poder para ser hijos de Dios.”

Oremos con la poesía:

Soy el huésped del tiempo, soy, Señor, caminante

que se borra en el bosque y en la sombra tropieza,

tapado por la nieve lenta de cada instante,

mientras busco el camino que no acaba ni empieza.

Soy el hombre desnudo. Soy el que nada tiene.

Soy el siempre arrojado del propio paraíso.

Soy el que tiene frío de sí mismo. El que viene

cargado con el peso de todo lo que quiso.

Lo mejor de mi vida es el dolor. ¡Oh lumbre

Seca de la materia! ¡Oh racimo estrujado!

Haz de mi pecho un lago de clara mansedumbre

Señor, Señor, desata mi cuerpo maniatado.

 (Leopoldo Panero)

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