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Carta al nuevo obispo auxiliar de Chile, Carlos Irarrázaval

Ilustrísima:

San Pablo, en la carta a Timoteo y el Código de Derecho Canónico piden que “el obispo sea insigne por la firmeza de su fe, por sus buenas costumbres, por su celo por las almas, su sabiduría y su prudencia y otras virtudes humanas que le capaciten para su cargo”

Y no soy yo quien va a dudar de que usted reúne todas esas características para ser nombrado obispo auxiliar de Santiago de Chile, al menos algunas de ellas.

Cuando he conocido sus declaraciones para cerrar la puerta a la ordenación de la mujer, con un argumento tan tumbativo como éste: “En la última cena no había ninguna mujer sentada a la mesa”, he pensado dos cosas, perdóneme usted:

Porque mire, en la última cena tampoco había apóstoles príncipes con capas de terciopelo de seis metros, ni apóstoles inmobiliarios, ni apóstoles encubridores de pederastia, ni había apóstoles de color, ni amantes de atrios de 400 metros cuadrados… ¡No, no había!

Y obispos sí los ha habido, y los hay, y yo he conocido a algunos. Su argumento contra la ordenación de la mujer es penoso. Y su falta de prudencia es excesiva porque la mujer es quien sostiene hoy mayoritariamente la iglesia y muchas parroquias estarían desatendidas en su pastoral si no fuera, en muchos lugares, por ellas. Es usted injusto cerrando puertas que el Espíritu Santo, si se empeña, puede abrir.

El Reino va creciendo sin que nadie sepa cómo y llegará ese momento, estoy convencido de ello, en que la mujer será admitida al sacramento del Orden como ya lo han hecho muchas iglesias hermanas que nos llevan, como siempre, la delantera en algo tan elemental. Creo en ello por dos razones fundamentales:

Pero si a esto le añadimos otras declaraciones que, al parecer, su ilustrísima ha hecho, como esas, refiriéndose a la pedofilia para tapar lo pasado, de que “un arroz recalentado no sirve para nada”, me reafirmo en que su prudencia está bajo mínimos y su celo por las almas es, al menos, discutible. Juan Carlos Cruz, que fue quien denuncio a Karadima, le dijo, por eso, que usted era un “tontazo”. Yo no le llamaría eso a su ilustrísima jamás, pero sí le digo, con perdón, que es usted un imprudente. Y si usted no mejora el silencio, es mejor respetarlo.

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