No te duermas, niñito ¡Feliz Navidad!

Nos ha tocado en la lotería una aproximación de utopía. 

 Cada año, la Navidad y el año nuevo se acercan con sus manos congeladas y con su aguinaldo debajo del brazo para decirnos: ¡Estás vivo! ¡Vive! La Vida es el gran regalo de la Navidad. Y nosotros seguimos empeñados en desempolvar recuerdos y abandonarnos a una nostalgia estéril que no nos regalará nada nuevo. La vida se nos pasa y apenas nos inquietamos. Pero Él viene, viene siempre. Su voz se distingue a lo lejos entre los profetas y se oye de cerca en los testigos. Le encanta venir por Navidad.

  Viene para quedarse y para hablarnos. Quiere decirnos que algo nuevo está brotando y no acabamos de verlo. “Mirad que todo lo hago nuevo” Viene para que miremos el año que pasa y lo descubramos estéril si no ha florecido en nosotros el amor.  Viene para que no seamos oportunidad perdida que pudo ser. Viene para señalarnos con el dedo esas realidades heridas que nos denuncian todos los días y nos impiden sentirnos hombres y mujeres en plenitud. ¡Con lo hermoso que es poder sentirnos humanos del todo! Navidad es también denuncia y profecía.

  Hay que denunciar este paso lento y desmotivado hacia la justicia. Esta sociedad acostumbrada a la corrupción y al materialismo que ya no sabe emocionarse ante un recién nacido, necesita llegar a Belén. Esta sociedad que no se inmuta cuando condena a un aborto a un no nacido como si fuera una llamada perdida en el móvil, necesita entrañas de misericordia. Esta sociedad que, a fuerza de lujos y ganancias, no sabe acariciar ni perdonar y encierra en la mazmorra de la soledad a tantos envejecidos prematuramente por falta de caricias de los suyos, necesita saber que ha sido muy amada. Esta sociedad que se va acostumbrando a la guerra de Ucrania y no siente en propia carne  el frío espantoso que padecen los niños en aquellas tierras de Europa, de nuestro mismo continente. Este niño –vaya por Dios- viene a denunciar.

  La Navidad nos trae un regalo envuelto en papel brillante de esperanza: es la profecía. Aún estamos a tiempo para soñar un año nuevo y distinto. En la lotería de Navidad nos ha tocado una aproximación de utopía que nos estaba haciendo falta. Es posible un tiempo nuevo. ¡Es posible!

  La vida cristiana, ataviada de pastor, es decir, despojada, se acerca al recién nacido para cantarle al oído una canción de cuna: no te duermas, niñito, que en Ucrania los misiles llueven por los campos y ciudades habitadas  y matan. No te duermas, niñito que en Irán las mujeres no pueden acceder  a la universidad por decisión de los talibanes. No te duermas, niñito, que en Tijuana, los inmigrantes de la caravana hondureña esperan desesperados para poder saltar la valla hacia Estados Unidos. No te duermas, niñito, que en España las niñas menores de edad pueden abortar sin permiso de sus padres y a eso le llaman progreso. No te duermas, niñito, que en la iglesia las mujeres siguen marginadas, el clericalismo acampa por doquier y el espíritu sinodal aún necesita avanzar mucho. No te duermas, niñito.

  La vida cristiana, iluminada por la estrella, se siente convocada –con vocación- a contemplar al recién nacido y a quedarse así contemplando para siempre. Quiere ser cada día más contemplativa.

  La vida consagrada, despertada por el canto del ángel, se pone en camino y se une a la alabanza del Dios del cielo que se hace carne viva en la tierra. Y no quiere ya dejar de ser encarnada ella también para que su vida no sea música celestial. La vida consagrada quiere llamarse Encarnación.

   Estamos de Buena Nueva, de Navidad, y vamos a celebrarlo. El niño Dios bien merece un regalo singular que entre todos hemos de hacer posible. Podemos –si os parece- hacer una colecta especial para poner a los pies del Niño Dios un regalo que a Él le agrade. A saber: un mundo más humano y más niño. No echéis calderilla, por favor, ni escribáis los mismos chritsmas de todos los años, ni ocultéis el silencio fecundo de la noche con altavoces que entonan villancicos pregrabados que nadie siente. No, por favor. Si traéis algo, traeros a vosotros mismos con todos vuestros nombres y vuestros  corazones para que seamos capaces de entonar bien en el concierto del amor de Dios y de la justicia que quiere abrirse paso por toda la tierra entre los hombres y mujeres de buena voluntad. Si es Navidad que sea para todos.

   No podemos fallar en esos páramos fríos de Belén. Estaremos allí dispuestos a contemplar al recién nacido y a llenarnos de su bondad. No vamos a faltar. Tú no faltes tampoco, por favor. ¡Feliz Navidad!

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