Dios no coge vacaciones Transfiguración y verano motivador

Hacia un cambio de mentalidad

Los seres humanos necesitamos romper la monotonía con gestos y momentos especiales. Hay situaciones inolvidables en la vida de todos que nos refuerzan el ánimo y la esperanza.

Los matrimonios necesitan de un detalle, de vez en cuando, que les recuerde el amor que un día se prometieron. Un regalo, un poema, un beso,  un encuentro entre dos personas puede ser un gesto gratificante que nos haga creer de nuevo en la amistad.

Unas pequeñas vacaciones, la visita de un ser querido, una tarde de reunión con los amigos, rompen la monotonía de lo cotidiano y nos hacen soñar y valorar la vida con mayor intensidad.

Así sucede en las cosas de Dios en nuestra vida diaria.

Con frecuencia, pasan los días y los años y, apenas, hemos buscado un momento especial para subrayar que ser cristiano es importante, que descuidarse en morir por dentro, marchitarse lentamente. Con frecuencia hacemos muchas cosas desde la fe pero no siempre de manera desinteresada y gratuita y la sed se instala en nosotros de manera permanente. Los gesto más grandes la vida, si no están impregnados por la gratuidad son solamente  un vodevil. La fe auténtica no coge vacaciones y Dios tampoco, está siempre de guardia.

¿Desde cuándo no hacemos un retiro o unos ejercicios espirituales? ¿Desde cuándo no hemos leído un libro de reflexión o de meditación, o simplemente nos hemos cogido la Sagrada escritura y hemos leído alguno de sus hermosos libros? ¿Por qué no ahora, que muchos están de vacaciones, poner en nuestra mesita de noche un evangelio e irlo leyendo despacio, cada día, saboreándolo y meditándolo, como ejercicio personal?

Necesitamos tener algún detalle con nuestra vida de fe. Del mismo modo que cuidamos nuestro cuerpo cada día, es necesaria una higiene de vez en cuando de nuestro espíritu.

Los hombres y mujeres de la modernidad nos volcamos en lo externo, en lo material, en lo inmediato, pero marginamos de manera incomprensible, la dimensión interior de lo humano como si no fuera demasiado importante para nuestra madurez y nuestra felicidad.

Pues bien, este tiempo vacacional, la iglesia nos ofrece un detalle significativo para romper la monotonía. El próximo domingo, día 6 de agosto, celebramos la fiesta de la transfiguración del Señor.

Parece una paradoja que este tiempo vacacional, de descanso se nos presente al Cristo iluminado y transfigurado. Al Cristo triunfante y glorioso.

Es un respiro vacacional y un recuerdo de que nuestro camino  tiene una dirección: la pascua, la resurrección y la vida. “No puedo cantar, ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar”, decía Antonio Machado.

La transfiguración es una antítesis de las realidades humanas:

El Jesús de la fama y las multitudes. El Jesús del desierto y de las multitudes. El Jesús del valle y del monte                                       El Jesús de la cruz y de la fiesta.                                                      El Jesús glorioso y luminoso. El Jesús del triunfo -¡Qué bien se está aquí! - El Jesús del fracaso y la entrega.

También a los cristianos se nos pide ahora un cambio de mentalidad y de actitudes. Hay que saber elegir. Entre una vida cómoda y una vida comprometida. Entre una vida ruidosa y una vida donde cabe la oración. Entre una vida para mí y una vida para los demás. Entre una vida materialista y una vida espiritual. Entre una vida al margen de Dios y una vida cristiana. Entre una vida de la apariencia y una vida de la profundidad.

Se nos ha señalado un camino y se nos ha regalado unos medios: La celebración, la oración, la caridad… En los momentos cruciales, Jesús se retira siempre a orar. Orar es intimar con Dios. Hablar y escuchar. Pedir y agradecer. Recibir y dar.

En este tiempo convulso que nos ha tocado vivir, podemos hacer nuestros algunos consejos prácticos, siempre teniendo cuidado con los extremos: cristianismo de nubes o cristianismo de valle. Oración o sequedad. La oración no es solo una tarea personal., tiene una ineludible dimensión social y comunitaria. Confianza contra toda esperanza. Dios aprieta pero no ahoga. No existen los milagros si nos cruzamos de brazos. Encontrarse con Cristo es iluminar el camino y la vida; llenar de sentido cuanto somos y hacemos, de dónde venimos y a donde vamos. En el Tabor, en la zarza de Moisés, en Pablo camino de Damasco. En la guerra de Ucrania, en la salvajada de la guerra en África, en la gente que muere a diario en pateras o intentando llegar a otro lugar donde hay una mejor vida. No hay gloria sin cruz, ni cruz sin gloria. El grano de trigo si no cae en tierra y muere no dará fruto. El que quiera ganar su vida la perderá. Ahí está el ejemplo de tantos hombres ilustres que se han deslizado hasta la santidad. Nuestra fe no puede quedarse en las circunstancias. Rezo cuando todo me va mal. Creo si todo me va bien. Se trata, en fin, de encontrar un sentido a todo cuanto nos rodea.  Así se expresa un poeta actual reflexionando sobre el salmo 21.

No es lo peor esta cruz horrorosa,

No es lo peor el cáncer, la silla de ruedas,

La cárcel injusta, la tortura,

La exclusión y la pobreza.

  Lo peor es el vacío del alma, el sinsentido,

El no tener razones, la tiniebla,

No saber para qué sirve todo esto,

La duda radical de la existencia.

Entonces, si Dios no existe,

Si no sirven utopías y poetas,

Si todo es relativo, cuestión de suerte,

¿para qué esa estúpida palabra: la paciencia?

¿por qué tengo yo que resignarme?

¿para qué se quieren mártires y profetas?

Dios mío, tu lejanía y tu silencio

Son el peor tormento de la tierra.

Acércate, por favor, repíteme tu palabra,

Dime una vez más: Hijo mío, no temas;

Tu lucha y tu dolor son semillas

Que tienen valor de vida nueva.

Sí, Padre, ya te escucho, ya te siento.

Sí, Padre, repítelo con fuerza.

Sí Padre, me pongo en tus divinas manos.

Sí, Padre, haz de mí lo que tú quieras.

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