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Quien se ha enamorado alguna vez sabe lo que es la Trinidad.
"Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio", escribe en un poema Luis Cernuda. El misterio empieza atrayéndonos por el sonido mismo de la palabra, que ya parece contener una oscuridad invitadora y también el hermetismo de una puerta cerrada que no sabremos cómo abrir. Originariamente, en su etimología griega, misterio alude no a lo que no se conoce, sino a aquello que debería mantenerse oculto.”
Dios será para nosotros siempre inabarcable y nosotros pequeñas criaturas que jamás lograremos entenderlo en profundidad.
Lo que sí podemos es descubrir cómo este misterio divino se nos ha hecho cercano y nos ha manifestado su amor y su designio de salvación. Porque él mismo ha querido.
Jesucristo, el Señor, no nos ha desvelado el misterio, pero nos lo ha acercado, lo ha hecho creíble para nosotros. “Lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”
Por Jesucristo, podemos acercarnos al rostro escondido de Dios:
Dios tiene rostro –no es un extraterrestre- ha compartido con nosotros la condición humana. Se ha hecho de los nuestros. “Siendo de condición divina, se despojó de su rango”
Tiene una palabra amorosa y consoladora. No tenemos un Dios mudo que nos desconcierta. Un dios amorfo y pura entelequia. Él podía entrar en comunicación con nosotros y lo ha hecho. El Verbo de Dios se hizo hombre. Nuestra Religión no es pura ideología cerrada, se convertiría en fanatismo.
Se ha manifestado como fuerza vital, como energía. Nos empuja, nos alienta, sostiene nuestra vida. La Iglesia ha sentido su fuerza en la historia con pasión. No sería posible la iglesia sin el impulso vivificador del Espíritu. Sin el Espíritu sería una multinacional más.
Es personal, no es un Dios impersonal, abstracto o deforme. Se ha manifestado como Padre, como Hijo y como Espíritu.
Es intercomunicación, es familia. Amor que se comunica y se expande.
Por tanto, ya podemos decir algo del misterio de Dios Trinidad. Podemos decir mucho. Tenemos claro lo que no es. No podemos entenderlo todo, pero tampoco lo desconocemos todo de él. Si sabemos lo que es el amor podemos intuir y entender, a nuestra manera, lo que es la Trinidad. Porque la Trinidad es el amor llevado al extremo. Quien se ha enamorado alguna vez sabe lo que es la Trinidad.
Es un rostro que habla (Padre) y empuja (El Espíritu) desde un amor que se entrega (El Hijo)
Entonces no es un misterio tan lejano, extraño y complejo. Es una realidad cercana y viviente.
Así lo ha entendido la iglesia desde siempre. Así lo invoca en la oración constante de cada creyente: en la señal de la cruz, en el canto del gloria, en el credo, en los comienzos de las celebraciones...
No pretendemos definirlo o comprenderlo sino hacerle cercano, responderle y amarle. No hace falta entender a Dios para amarlo, basta sentirlo y buscarlo como sentido de la vida.
En el antiguo Testamento Dios es, sobre todo, Padre.
-Creador e impulsor de la vida.
-Defensor y cuidador de su pueblo.
-Vencedor en la batalla contra el mal.
-Padre que ama, protege y castiga a sus hijos preferidos.
En el Nuevo Testamento, Dios es sobre todo, Hijo.
-Que se hace uno de tantos.
-Que nos transmite la voluntad del Padre.
-Que se hace camino de perdón y encuentro.
-Que da su vida para que todos tengamos vida.
-Que restaura nuestras relaciones rotas con el Padre. Nueva creación, nueva alianza.
En el presente., tiempo de la iglesia, Dios es sobre todo, Espíritu
Ante esta realidad divina el hombre se ve siempre sometido al yugo del pecado.
Para los hermanos ortodoxos, el Espíritu es, sobre todo, comunión:
Para los hermanos protestantes., el Espíritu es, sobre todo, libertad.
Para los católicos es ambas cosas: Comunión y libertad:
-Dirige a cada creyente y lo hace iglesia.
-Es responsabilidad personal pero también conciencia eclesial.
Celebrar el misterio de la Trinidad:
Conclusión:
Si podemos decir tantas cosas de Dios y experimentar esto en nuestra vida sería incorrecto decir que es un misterio, sabemos mucho de Dios. Lo que necesitamos es saber más de nosotros mismos., porque nosotros sí somos un misterio.
“¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!,
La Iglesia nos sumerge en tu misterio;
te confesamos y te bendecimos,
Señor Dios nuestro.
Como un río en el mar de tu grandeza,
el tiempo desemboca en el hoy eterno,
lo pequeño se anega en lo infinito,
Señor, Dios nuestro.
Oh, Palabra del Padre, te escuchamos;
oh, Padre, mira el rostro de tu Verbo;
oh, Espíritu de amor, ven a nosotros;
Señor, Dios nuestro.
¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!,
haced de nuestros almas vuestro cielo,
llevadnos al hogar donde Tú habitas,
Señor, Dios nuestro.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
fuente de gozo pleno y verdadero,
al Creador del cielo y de la tierra,
Señor, Dios nuestro. Amén”.
(Liturgia de las horas)
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