La Resurrección de Cristo culmen de la Voluntad del Padre No es la muerte el drama de la vida, sino la mala vida, la vida sin mordiente.

Alfredo Quintero Campoy y Alejandro Fernández Barrajón

 El epitafio que el gran escritor y pensador español, Miguel de Unamuno, escribió para su tumba, es muy significativo a la hora de hablar de la resurrección:

"Méteme, Padre eterno, en tu pecho,

misterioso hogar.

Dormiré allí,

pues vengo deshecho del duro bregar"

Suscita toda una reflexión en torno a la fe cristiana que proclama en su credo la resurrección de los muertos en este tiempo pascual y siempre. Y más ahora en que muchos católicos de siempre parecen ignorar esa verdad o, como los griegos al oír hablar a Pablo, dejarla para otra ocasión. No son estos tiempos para fuertes debates cuando lo que realmente ocupa y preocupa a la gente es la prensa del corazón y si “Rociíto” tiene la verdad en su discurso televisivo en España en estos días, o es todo un amaño periodístico.

Lo cierto es que los cristianos no podemos marginar esta cuestión en este tiempo de Pascua que nos invita a celebrar la resurrección del Señor y a sentirnos resucitados con Él, a pesar de nuestro pecado “Dichosa la culpa que mereció tal Redentor”, nos decía el pregón pascual.

Jesucristo se ha entregado totalmente por amor y en esa totalidad de su entrega comunica toda la fuerza   de   la   resurrección.  Es   el   Espíritu  el  que   da   vida,   la   carne   para   nada   aprovecha.  La resurrección de Cristo nos invita a centrar nuestra mirada en la vida, en lo que produce vida y no en lo que se muere, se marchita y sucumbe.   En estos tiempos de increencia, de falta de horizontes, de concesiones al traidor materialismo, nosotros queremos afirmar nuestra fe inquebrantable en Jesús de Nazaret, el Cristo, el Señor de la vida y de  la muerte, el resucitado que nos ofrece vida y vida eterna. ¿A dónde iremos, Señor? Tú solo tienes palabras de vida eterna?

En la vida de Jesús subyace toda una fuerza de moverse y vivir conforme al pensamiento y querer del Padre Eterno. Jesús no ha hace nada fuera de la comunión con el Padre. Todo en él es buscar agradar al Padre y lo busca y lo hace en completa obediencia, aun cuando pueda tener la incertidumbre de que pueda venir más adelante; su obediencia confiada en hacer lo que el Padre le pide es porque tiene la garantía de que el Padre todo lo lleva a feliz término. El Padre siempre le ha cumplido, aún a pesar de experimentar el miedo, la angustia, la soledad – en esta experiencia sufrida se tritura el trigo- pero sabe que el Padre lo sacará adelante en su promesa. El Padre siempre cumple. Así podemos entender a Abraham cuando el Señor le dice sal afuera de la tienda y contempla el cielo para que veas que tu descendencia será tan grande e incontable como las estrellas del cielo, cuya descendencia resplandecerá, será luz, se hará notar. En la resurrección de Cristo estamos invitados a ver que el Padre eterno ha realizado un plan perfecto con su Unigénito Jesús, quien es el que conoce el pensar del Padre y del amor infinito quede Él brota para toda la creación y como la quiere redimir.

No queremos dejar pasar la oportunidad de meditar sobre el rumbo de nuestra propia vida, el sentido de nuestros propios pasos y la respuesta de fidelidad que hemos de dar cada día a Dios, de quien somos criaturas e hijos de adopción por la entrega de su hijo. Para que cuando llegue la tarde y Dios vuelva a llamarnos al misterio claro oscuro de la muerte sepamos mirar cara a cara la realidad humana de morir y podamos así vivir en plenitud la realidad gozosa de vivir.

 Solo en Cristo el Padre lo puede restablecer todo porque Cristo ha sido obediente hasta la muerte de Cruz. Sólo a través de alguien plenamente dócil y obediente a la perfección es como el Padre puede realizar su proyecto y nosotros como humanidad poder experimentar todas las gracias y la corona de estas gracias es la vida eterna que se revela en la resurrección. Por eso Jesús dirá a los discípulos: “Vosotros sois mis amigos   si   hacéis   lo   que   yo   os   digo”   “El   que   me   ama   cumplirá   mi   palabra   y   el   Padre   y  yo vendremos y haremos en él nuestra morada.”

  ¿Dónde podremos agarrarnos cuando nos azote el vendaval del sufrimiento, de la desgracia o del desamor, de la soledad o la amargura, de la crisis o de la Pandemia, si no llevamos llena la alforja del alma de los valores permanentes que no se desgastan con los embates del tiempo?

Es decir, que actuar en plena obediencia a Jesús como Palabra, Camino, Verdad y Vida significa actuar en una armonía de comunión con el Padre y Jesús en la acción del mismo Espíritu Santo que nos va comunicando todas las gracias para conducirnos en la verdad y superar cualquier tentación de engaño, en cuya área es especialista el demonio, y es la única manera de vencer la oscuridad del mundo y la tentación del diablo si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo; como experimenta Jesús en el desierto: Movido por el espíritu fue al desierto siendo tentado por Satanás y al final el diablo se retira ya que no pudo con Jesús porque tenía la claridad de lo que el Padre quería de él y aunque el diablo lo intentó de todas las formas, diciéndole si eres el hijo haz esto o lo otro, está escrito en la palabra sagrada y ni así cedió Jesús ante la astucia sagaz del diablo porque el mismo espíritu del Padre lo estaba guiando a Jesús.

  No es la muerte el drama de la vida de los hombres; el verdadero drama de la vida es malvivir. Es ceder al chantaje del pecado y convertir nuestro rumbo en una oferta al mejor postor; hacernos cómplices del sinsentido, de la injusticia, del desamor y navegar, una y otra vez, por el mercado del egoísmo, comprando y vendiendo como quien vive de ofertas y saldos. Ésa sí es una muerte lenta y desgraciada.

Sólo una autenticidad profunda, sólo una vida cimentada sobre la roca del Evangelio puede llenar de sentido el quehacer humano y convertir el momento de la muerte en un tránsito hacia el amanecer de Dios.

 Así nosotros en nuestra vida diaria, en las luchas y combates que la misma fe tiene que enfrentar, tenemos   que   tener   siempre   la   guía   del   Espíritu   Santo   para   que,   en   obediencia   total, podamos ser dóciles en el cumplimiento de la voluntad del Padre y que se revele todo lo que el Padre nos ofrece detrás de la vocación que cada uno de nosotros ha recibido.

  La vida, sin duda, es un hermoso don que Dios nos ha regalado y que hemos de disfrutar en cada momento porque lleva el soplo de Dios que es amor sin medida. Pero la vida, como todas las cosas importantes, merece respeto; es una tarea que hay que construir entre todos; es una apuesta creciente de humanidad y lucha por la dignidad de todos los hombres. Convertirla es un objeto más de consumo es malgastarla y despojarla de lo más valioso: su huella de eternidad.

 ¡Cuántas cosas bellas el Padre eterno quiere revelar en cada uno de nosotros si somos capaces como Cristo de cumplir fielmente su voluntad! Por eso un antecedente en libertad que tenemos es cómo actúan los primeros padres: Adán y Eva; ellos se dejan engañar por la serpiente y son expulsados del mismo paraíso porque no están en disposición de vivir en armonía con la voluntad del Padre.

En momentos como éste, de Pascua, queremos acercarnos a la Palabra divina para sentir su consuelo y descansar en la coherencia de la vida y de la muerte de Jesús. De nada le sirve al hombre ganar el mundo entero si malogra su vida. Sin embargo aquel que es capaz de entregar su vida por el Reino la ganará para siempre. He aquí la paradoja del Evangelio que como siempre nos abre las puertas de la esperanza.

  ¿Dónde está la paz y la serenidad del corazón que nos ofrecen los poderosos de este mundo, los señores del poder y de la riqueza, los prototipos de la vanidad que tanto vende en las pantallas de la actualidad, cuando llega un momento como éste que todos saludaremos algún día?

 Siempre en nuestra libertad nos decidimos si adherirnos desde la fe al Proyecto del Padre que siempre hará desbordar la vida en abundancia. En el Padre florece la vida sin término. Por eso Jesús dirá: “Todo está cumplido.”  Él ha hecho su obra y por eso con confianza dirá: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu.” La vida, la fuerza, la luz que tú me diste y que me hace tu hijo. Con esa fuerza del Espíritu el Padre Resucita a Jesús. El Espíritu siempre vive la carne para nada aprovecha.   Nuestra   mirada   de   fe   esta   llamada   a   caminar   en   horizontes   abiertos,   infinitos, sorprendentes, plenos y siempre felices, superando la angustia, el dolor, el sufrimiento; después de la pasión y cruz siempre hay resurrección en Cristo Camino, Verdad y Vida para nuestros pasos del diario caminar.

   Nadie lo ha dicho más firme y más claro. Jesucristo es nuestro mejor aval, nuestra esperanza más sólida, nuestra alegría más auténtica.

   La Iglesia lo proclama solemnemente en la Pascua:

 Quien diga que Dios ha muerto

que salga a la luz y vea

si el mundo es o no tarea

de un Dios que sigue despierto.

Ya no es sus sitio el desierto

ni en la montaña se esconde,

decid, si preguntan dónde,

que Dios está sin mortaja

en donde un hombre trabaja

y un corazón le responde.

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