Alfredo Quintero Campoy-Alejandro Fdez. Barrajón “Si quieres puedes curarme”

 Un pecado últimamente frecuente: Utilizar a los pobres en propio beneficio. Ya tienen su recompensa.

En este domingo, previo al inicio de la cuaresma, la Palabra de Dios suena fuerte en nuestros oídos y toca el corazón para que actuemos con generosidad, movidos por compasión, ante la necesidad del otro, representado en el leproso.

Nos planteamos una cuestión que no deja de ser interesante para nosotros:

Los cristianos, que vivimos, como todos los hombres, agobiados por un montón de quehaceres, ¿hacemos que la Palabra y la celebración de la Eucaristía sean un momento de paz y de equilibrio interior, un paso adelante en la vida espiritual?

Al fin y al cabo, la Eucaristía nos pone frente a los valores más serios de la vida:

  • Nuestro encuentro con Dios, que es Amor.
  • Nuestro encuentro con la Palabra, que es Camino.
  • Nuestro encuentro con la comunidad cristiana, que es oferta de fraternidad.

Sin duda,  todo esto, bien vivido, contribuye a nuestra salud interior y, por tanto, también a nuestra salud corporal.

Qué importante es, por eso, descubrir el valor de la Eucaristía.

Que la vivamos con gozo y sin agobios. No vamos porque sea un mandamiento sino porque nos conviene y nos hace mucho bien. Y que no se convierta para nosotros en una obligación, en una ley o en una carga.

En el domingo sexto del tiempo ordinario la segunda lectura de la primera carta a los Corintios nos invita, en boca de san Pablo, a no ser indiferentes ante ninguna persona, a superar el egoísmo de cerrarnos en nuestros propios intereses sino, más bien, a buscar el interés y la necesidad del otro.

 Desde esta mirada, la Liturgia de la Palabra tiene una gran fuerza redentora. Esto lo podemos ver tanto en el Evangelio de Marcos como en la segunda lectura. Jesús no sólo se conmueve, toca y cura al leproso sino que es capaz de abandonar su posición para que el leproso pueda entrar y reintegrase a la comunidad, aunque Jesús, a partir de este milagro, se le complique volver a entrar a la ciudad. Esto nos pone en la situación de ver qué estamos dispuestos a arriesgar con tal de ayudar al otro para redimirlo de su situación. Es lo que bien dice San Pablo en la segunda lectura: “Me he hecho todo a todos para ganarlos a todos”. Jesús siente el dolor y la exclusión del leproso y lo vuelve a integrar a la comunidad, su presencia es signo de gran esperanza. Ésa es nuestra vocación cristiana: Ser signos fuertes de esperanza para los otros en la medida de nuestro compromiso. Jesús tiene posibilidades de redimir al leproso, tiene voluntad y lo hace. Esto nos sitúa también a nosotros en la consideración: ¿Está en nuestras posibilidades ayudar? ¿Nos compadecemos? ¿Lo queremos hacer? ¿Concretamos nuestra ayuda?

La situación de los leprosos en Israel era inhumana. Eran declarados impuros y tenían que alejarse de los núcleos urbanos y vivir al margen de la comunidad. Cuando se acercaban en los caminos a alguien tenían que hacer sonar una campanilla como aviso para que se todos se alejaran de ellos. Era una condena a muerte en vida. Algo así sucede hoy entre los países ricos y pobres. Un primer mundo, lleno de todas las posibilidades, y un tercer mundo condenado a la miseria y a las migajas de los países desarrollados. Y lo mismo sucede con los ciudadanos  inmigrantes: Los necesitamos para trabajar en los trabajos más serviles y por nuestro bajo índice de natalidad, pero les cerramos las fronteras y les ponemos mil dificultades legales para que puedan integrarse a nuestros pueblos. A los que, finalmente, pasan los utilizamos como mano de obra barata con sueldos escasos y, a veces, sin seguros. Les ofrecemos condiciones de vida indignas. Cuando se quejan y crean problemas, les atacamos e incendiamos sus chabolas y negocios.

Jesús se acercó al leproso, no sólo para darle unas monedas, le curó y le reintegró a la sociedad; lo hizo igual a todos.

Esta universalidad de la que no habla San Pablo nos pone en un punto de vida cristiana muy importante: Todos somos hermanos. Nuestra vida cristiana nos debe llevar siempre a superar las diferencias de frontera que muchas veces ponemos y que nos obstaculizan para el encuentro. Eso es lo que Jesús rompe en el evangelio de Marcos al sanar al leproso y lo que dice de forma muy clara la primera lectura del levítico. En esta idea acaba de insistir el papa Francisco con “Fratelli  Tutti”

 El estilo de Jesús se convierte en un tiempo de compasión que transforma la vida de la comunidad humana. Abre espacios a la manifestación del amor y le da oportunidad de entrar a quien se ha sentido excluido, apestado, rechazado.

Nos preguntamos si la iglesia es hoy capaz de ser esa instancia que recibe como madre o más bien, actúa como madrastra a pesar del ejemplo de Jesús.

 Ante la pandemia del COVID-19 estamos también expuestos a la exclusión, al distanciamiento y separación, por eso, nuestro planteamiento es que, por encima de todas las medidas, debe estar la compasión redentora y la ternura que hemos heredado de Dios.

Ya en el siglo II, San Ireneo de Lyon, hablaba con fuerza a los cristianos de entonces, con estas palabras:

“Sentados todos a la mesa de la Eucaristía, antes de compartir el pan, tenemos que preguntarnos qué otras cosas estamos dispuestos a compartir. Hoy puede ser oportuno y hasta necesario recordaros aquella severa advertencia de San Pablo a los Corintios: “Cuando os reunís en asamblea, ya no es para comer la Cena del Señor, pues mientras unos pasan hambre, otros se emborrachan. ¿En tan poco tenéis la iglesia de Dios, que no os importa avergonzar a los que no tienen nada? ¿Esperáis que os felicite por eso? Pues no; en eso no voy a felicitaros”.

Jesús nos había dicho que a los pobres los tendremos siempre con nosotros; es verdad. Porque nos cuesta compartir, construir la justicia y sentir a los demás como hermanos. En los últimos tiempos estoy descubriendo un pecado frecuente entre la gente de iglesia que suele ocupar espacios en las redes y medios: El de aquellos que se hacen publicidad hablando de todo lo que hacen con los pobres. Los que utilizan a los pobres en su propio beneficio, olvidando que Jesús dijo que "no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda". ¡Qué buenos y solidarios parecen! ¡Cuánta hipocresía y ansia de escenario tienen! Ya han recibido su recompensa!

No podemos ser conformistas y resignados.  Estamos llamados a aliviar muchas necesidades urgentes, desde el silencio y la humildad. No arreglaremos el problema del hambre en el mundo pero, sin duda, lo haremos un poco menos dramático.

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