La historia de Jean Pierre, el chico patera No había sitio para ellos en la posada

Al final la iglesia es la que encuentra soluciones humanas

 Después de una prolongada sequía llovía copiosamente en mi pueblo, Fuente el Fresno. Mi hermana vino a visitarme a mi casa y después decidí acompañarla de vuelta  a la suya. Caminábamos bajo los paraguas, hablando de nuestras cosas, cuando un joven conocido se acercó a nosotros para decirnos que había cerca de él un africano que no sabía donde pasar la noche. Me acerco hasta él y le pregunto cómo se llama y de dónde viene y a dónde  va. Su respuesta  me deja  boquiabierto.

-Me llamo Jean Pierre y soy de Guinea Conakry. Voy a donde pueda ganarme la vida. He llegado a Canarias en patera y de allí he pasado a la península. Busco cualquier tipo de trabajo para poder comer.

Mi hermana saca todas las monedas que lleva consigo y se las entrega.

-¿Has comido?

-No, desde hace días

Lo primero es, pues, que pueda comer. En el restaurante más cercano le hacen un buen bocadillo de lomo con un café con leche que devora de inmediato. Y ahora comienza la aventura. ¿Dónde encontrar un lugar digno para que pueda dormir? Él está dispuesto a buscar unos cartones para dormir en la plaza al aire libre pero la noche está muy lluviosa y desapacible y no veo que ésa sea la mejor solución. Además hace mucho viento. Me acerco con él al Ayuntamiento  a hablar con la policía municipal para ver si hay desde los servicios sociales municipales algún lugar para que pernocte. Solo por una noche. El quiere continuar su viaje a Madrid, aunque sea andando, porque espera encontrar allí más oportunidades. Llega también la Guardia Civil y entre la policía municipal y la Guardia Civil, que están verdaderamente preocupados del joven, y a quienes les doy las gracias por su profesionalidad, no encuentran una solución aceptable para esta situación. No hay nada, no existen recursos para estos casos. Jean Pierre pregunta si podemos darle unos cartones y la policía con buen juicio le dice que esa no puede ser la solución. Llevamos años diciendo que éste es el país del “Estado de Bienestar” pero veo que no es para todos. Es verdad que es un joven –tiene veinticinco años -dice él- ilegal, sin papeles, pero no deja de ser un ser humano al que no podemos dejar tirado en la calle para que duerma a la intemperie en una noche de perros.

Cuando, entre la Policía local y la guardia Civil, que le interrogan con toda amabilidad y educación no encuentran solución se le ocurre a un Guardia civil decir:

-¿Y por qué no hablas con el cura? Tal vez la parroquia, a través de Cáritas, tenga algún tipo de ayuda para estos itinerantes.

Al final, hay que recurrir a la iglesia, tan denostada tantas veces para que solucione un problema humano que es responsabilidad  de las instituciones públicas, que son las que tienen y reciben los recursos económicos necesarios. Llamo entonces a Don Miguel, el  párroco, quien lejos de “quitarse el muerto” de encima, me dice:

- Vente por aquí con él, hablamos y vemos lo que podemos hacer.

 Una actitud de un pastor según el corazón  de Dios.

Llegamos cuando aún no ha acabado la misa, que preside don Oscar, el párroco de Malagón, el pueblo vecino. Nos quedamos a participar en la Eucaristía y veo que Jean Pierre, de vez en cuando, hace la señal de la cruz aunque no sea el momento oportuno. Tal vez sea cristiano pero es algo que no me preocupa nada y ni siquiera se lo he preguntado. Es un ser humano y basta.

Una vez acabada la misa, entramos en la sacristía y allí nos recibe don Miguel con todo interés y preocupación. Noto que está preocupado por este joven, a juzgar con la mirada misericordiosa con que le mira y se preocupa de él.  Lo mismo hace don Oscar, el párroco de Malagón y arcipreste, que se sienta en la mesa con nosotros y allí hablamos todos, con Rosi, de Cáritas que se hace presente porque pasaba por allí, con Mari Carmen, que nos acompañan también aportando ideas y soluciones posibles.

Después de un rato de ideas y deliberaciones entre todos, don Miguel afirma:

-Este caso lo vamos a abordar desde Cáritas.

Yo siento un alivio inmenso porque conozco Cáritas, que es una ONG de la Iglesia católica de fiar. Siempre está allí donde se la necesita. Cuando las instituciones civiles y políticas no llegan, allí está Cáritas dispuesta a echar una mano. Y esto hay que decirlo alto y claro para desmontar tantas críticas ideológicas interesadas e injustas que con frecuencia aparecen. He visto cómo Caritas se hace presente en muchos lugares del mundo; he trabajado con Cáritas en África y con Médicos Mundi, en Camerún, por ejemplo, y su acción es tan generosa como eficaz. Tomen nota los escépticos que todo les huele a incienso en lo que se refiere a la iglesia. A organizaciones como Cáritas hay que apoyar, desde nuestra posibilidades, para que su ayuda siga siendo eficaz y llegue donde otros no llegan.

A mí se me ocurre entonces que mis hermanos mercedarios en Madrid, con su obra “La Merced, ayuda al refugiado” podrían ayudar a Jean Pierre si éste al fin consigue llegar a Madrid. Somos de los primeros en crear casas de acogida a refugiados en inmigrantes en Madrid hace ya muchos años, desde nuestro irrenunciable carisma de “liberar a los cautivos”. Le doy los contactos necesarios por si, al fin, llega a Madrid.  Don Miguel le da una ayuda económica para que pueda pagar el viaje  a Madrid y Don Oscar lo lleva en su coche a Malagón, donde ya ha concertado por teléfono un hospedaje para que Jean Pierre pueda dormir esa noche. Se preocupa también de que no le falte el  desayuno, además de pagarle la pensión.

Cuando ya me  voy a mi casa,  a una hora tardía para mí, don Miguel, el párroco, que está ya cerrando la puerta de la iglesia, me dice.

-Con coordinación las cosas salen bien

Y le respondo:

-Así es la iglesia.

Volví a mi casa y aunque me costó un poco conciliar el sueño pensando en el futuro inseguro de Jean Pierre, sentí la paz de haber hecho todo lo que estaba en mis manos, que, al fin y al cabo,  había sido muy poco. He pensado, entonces, en la magnífica obra que lleva acabo el P. Ángel, mi amigo, en la iglesia de san Antón de Madrid o la que lleva a cabo Sor Lucía Caram, con la que no comparto algunas cosas, pero si admiro esta entrega a los pobres, en su apoyo a Ucrania y por los que doy gracias a  Dios por la obra que hacen en nombre de la iglesia.

Me dormí pensando que si hoy José y María embarazada, pasaran por mi pueblo, tal vez no encontraran sitio en ninguna posada pero no faltaría quienes gente como las de Cáritas, se preocuparían de que no les faltara un lugar digno donde el niño naciera. Y esto y no otra cosa es  Navidad.

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